Este 25 de mayo se cumplieron 50 años de la trágica desaparición en un accidente automovilístico, a la vuelta de un torneo intercolegial en Laboulaye, del profesor de Educación Física y docente del Colegio Industrial, César Villarroya.
Quiso el destino que este aniversario coincidiera con el desarrollo de las obras de reformas y ampliación de la tradicional escuela, que además de sustanciales mejoras en las aulas y el Taller, incluye la construcción de un gran gimnasio polideportivo sobre el playón de la esquina de Mitre y España.
El actual director de la Escuela de Educación Técnica N° 483, Alejandro Baroni, como también numerosos docentes y ex alumnos, ni siquiera dudan del nombre que debiera darse a ese espacio: “Polideportivo ‘César F. Villarroya’”.
Faltan unos cuantos meses aún para esa inauguración y ese instante tan emotivo para la familia del Industrial, que no se agota en los que hoy forman parte activa de esa comunidad, sino que abarca a todos los que pasaron (pasamos) por esas aulas, ese Taller, esos recreos, esos viajes de estudio, esas amistades que varias décadas después, aún perduran.
Sin embargo, las generaciones más jóvenes no tienen tan presente los valores del joven docente malogrado en los comienzos de la década del ‘70, y con muy buen criterio, Baroni convocó a la ex alumna Raquel Barrionuevo, dueña de una singular sensibilidad para la narración, quien se las ingenió para recrear esos momentos aciagos del último viaje y cerrar con una esperanzadora invitación a ser mejores tomando los ejemplos legados por César Villarroya, el que nunca gritaba, el que todos respetaban, el que muy pronto todo Venado Tuerto redescubrirá cuando, seguramente, el Polideportivo del Industrial lleve su nombre para siempre.
24 de mayo de 1971.
Un alumno de 6º año interpreta las zambas “Semilla Montonera” y “El tigre” de Roberto Rimoldi Fraga en el acto patrio. Guarda la guitarra y se va rápido porque a las cinco de la mañana salen desde “La Bielita” (Mitre y Belgrano) en colectivo a jugar un intercolegial de fútbol a Laboulaye, provincia de Córdoba. Al colectivo suben los jugadores y el profesor de Educación Física.
El profesor indicó: duerman bien antes de viajar. Casi ninguno lo hizo, era de esperar.
Algo pasó al día siguiente que cambió para siempre al Indu… pero mañana te cuento….
25 de mayo, martes y feriado.

César Villarroya junto a su esposa Martha.
El profesor no grita, nunca lo hace porque no es necesario, su presencia serena y justa es el ejemplo suficiente para el respeto. Pero sí se enoja ese día cuando los ve fumando dentro del colectivo. “Es la última vez que los llevo de viaje”, dice… y hasta en eso fue certero…
El Industrial compite y gana dos trofeos. El mismo alumno que cantó las zambas ayer, hoy es el capitán del equipo subcampeón (un 1 a 0 todavía discutido).
A la tarde es la premiación. Uno a uno van recibiendo los trofeos pero algo sucede, el capitán cae… se desploma. Un desmayo. ¿Mal dormido? ¿una descompensación?… nunca se supo.
Cuando despierta está siendo atendido por los médicos, su profesor acompaña de cerca.
A la tardecita el resto del equipo ya está viajando a casa y con él quedan el profesor y el Director del Industrial, quien había viajado en su auto particular junto a su familia y ante lo sucedido hace un cambio de planes, su familia vuelve en el colectivo y él llevará en el auto al profesor y al alumno; el Ford Falcon es amplio y el chico puede viajar recostado atrás. No mucho más tarde emprenden el regreso.
Lo que sigue es incierto…
Un carro sin luces, una máquina trilladora tal vez, imposible de esquivar cuando se hizo visible… un volantazo…
El impacto hace que el chico que venía durmiendo acostado en el asiento trasero caiga brutalmente al piso del auto. Desconcierto … humo… y un sonido que aún resuena en su memoria, como de campana rota, como de aro de hierro rodando herido, como de pieza metálica primordial que debía quedarse pero se desprende, atravesando el humo, la ruta, y se aleja lentamente, se va convertida en sonido y así se queda, convertida en sonido para siempre…
Después son recuerdos confusos, el chico sale del auto solo y busca a sus profesores. El Director, quien manejaba, Héctor Pelosso, no responde y está lastimado; su profesor, el justo y estricto, el que no necesitaba elevar la voz porque su ejemplo bastaba, César Villarroya, de 45 años recién cumplidos, no sobrevivió…
Al alumno, que para ese entonces ya lo apodaban Minino, lo subieron a un auto, jamás sabremos quién, alguien que pasaba y no dudó en detenerse y ayudar como pudo… Minino se voltea para ver a sus profesores, pide que los ayuden, el humo le permite ver a medias que los autos detenidos ya son varios, ve las luces, ve personas que se mueven ligeras, ve cómo sacan del auto a Pelosso herido y ya no puede ver nada más, porque entonces, recién entonces, llora…
El 26 de mayo a las siete y media de la mañana llega la noticia a Venado Tuerto, la ciudad entera se consterna por lo sucedido, por el profesor fallecido, por el Director malherido, por el alumno… Las familias, los alumnos del Industrial, los alumnos de todas las escuelas, todos sufren la tristeza de lo irreversible. César Villarroya perdió la vida.
Minino todavía está en Rufino solo e ignorando. Su padre debe ir a buscarlo pero no tienen auto. Martha, la mujer de Villarroya, haciendo a un lado su dolor, le ofrece el suyo, un Fiat 600 rojo en el que Minino y su padre vuelven a Venado en el peor de los contextos, vuelven a despedir al profesor…
Dos semanas después del accidente el alumno pudo volver a cursar, y varios meses después también retorna el Director. El año termina marcado por la desgracia y con un gran vacío, pero la familia del Industrial siempre existió. Podría alguien suponer que hubo sentimientos de rencor, culpa, la inútil búsqueda de un culpable, distanciamiento, pero no.
Una vez recibido de Técnico, Minino obtiene su primer empleo recomendado por el mismo Héctor Pelosso.
Luego de cursar cuatro años de Ingeniería, Minino cambia abruptamente el curso de su vida y se recibe de Profesor de Educación Física (como Villarroya).
Comienza a dar clases en Carmen cuando aún no tiene vehículo propio, y la comuna le brinda la posibilidad de adquirir su primer auto. Había solo uno disponible en el pueblo: un Fiat 600 rojo, como el de aquel día… (será acaso una casualidad?… Será que pasados diez años “alguien” sigue decidido a permanecer a su lado?…)
La familia Villarroya y Minino Mora estuvieron unidos de múltiples maneras. César y su esposa Martha tenían un hijo también llamado César, Cesarito le decían y era amigo de Minino.
Martha recibió a Minino por siempre en su casa, antes y después del accidente, al principio para merendar después de la escuela, y pasados los años también. “Es la vida… las cosas pasan…”, decía ella.
Minino tiene dos hijos, el mayor, nacido en 1980, también se llama César, su esposa Cristina supo sin necesidad de mediar palabras que ése era el nombre para su hijo. También le decían Cesarito. Y su hijo menor, el Coco Mora, es profesor de Educación Física en el Industrial. Cuántas cosas convergen en el mismo punto espiralado e infinito…
Imaginen, alumnos de hoy, al profesor César Villarroya, prendiendo el calefón a leña que había en el Parque Municipal para que los alumnos, al final de la clase, se bañaran y pudieran volver a casa, limpios y relajados.
Imaginen al profesor César Villarroya arbitrando cada semana un partido de fútbol ‘Industrial contra Nacional’, y al total de los jugadores de acuerdo con el arbitraje, porque siempre sería justo, imaginen poder tener esa certeza…
Imagínenlo, alto, delgado, pulcro, demostrando y enseñando todas las disciplinas del atletismo y los deportes, en ocasiones corriendo erguido hacia atrás para alentar al que venía último…
Imaginen a ese profesor que nunca levantaba el tono de voz porque su presencia ejemplar hacía que no fuera necesario.
Imaginen al profesor que no pudo ser reemplazado ni olvidado.
Conózcanlo en este breve relato y anímense a preguntar sobre él a todo aquel que lo conoció. Ríndanle homenaje haciendo y valorando el deporte, participando en los intercolegiales, llevando al Industrial en el pecho y en la mente, siendo buenas personas, jugando limpio, haciendo que prime la acción justa sobre el insulto innecesario, logren ser el ejemplo de los que vienen detrás. Y a partir de hoy, a cincuenta años de su desaparición física, recuerden que ser como él, es una opción para sus vidas.
Cuando terminen las obras de remodelación del colegio, tendremos en pie el Polideportivo “César Fructuoso Villarroya”, ahora saben el porqué.

Arriba, la vista del Colegio Industrial cuando se completen las obras; abajo, el futuro gimnasio polideportivo “César F. Villarroya”.