“No me animo a pasar por esa esquina”, confiesa la histórica ama de llaves del Hotel Riviera
Con largas décadas de servicios en el Hotel Riviera de Venado Tuerto, Silvia Pedra es una pieza insustituible en la historia del lugar. Aun jubilada, siguió colaborando hasta los 83 años junto con sus entrañables empleadores Horacio Lovalvo y Walter Pavessio. Sólo la grave enfermedad de su hijo la decidió a decir basta y volver a su casa de calle Avellaneda porque, como ella misma confesó a Sur24: “Estaba sola y el hotel era mi casa, vivía ahí y era muy feliz, incluso tenía una habitación que me habían asignado en el cuarto piso y muchas veces me quedaba a dormir”.
No era una empleada más. Desde el comienzo se convirtió en una insoslayable referencia, casi un ama de llaves del distinguido hotel de cuatro pisos, sinónimo de prestigio y elegancia en la esquina más emblemática de la Esmeralda del Sur, la de los bares más concurridos. “Yo era gobernanta principal, una especie de coordinadora general o jefa de personal, que tenía a cargo la organización del hotel, incluyendo hasta los pedidos de mercadería para la cocina y el funcionamiento del lavadero”, recuerda Silvia sobre aquellas épocas de hotel colmado de lunes a viernes, en las que coordinaba las actividades de nueve mucamas, tres técnicos de mantenimiento, ocho mozos fijos y otros ocho los fines de semana, además de siete personas entre cocineros y ayudantes.
“Recuerdo que trabajaba con una registradora, una Remington y un cuaderno. Con eso me bastaba para que todo estuviera en orden. Y, por supuesto, con el excelente comportamiento del personal. Todos fueron siempre muy respetuosos, cordiales y eficientes. Nunca me dieron motivo para ir a la Gerencia con alguna queja grave, y los pequeños conflictos que hubo, como era lógico entre tanta gente, los arreglamos entre nosotros y ninguno pasó a mayores. Tanto es así, que a pesar del paso de los años, muchos de ellos me visitan de vez en cuando, y así es como me enteré del desorden de los últimos tiempos”, relató.
Con 74 habitaciones, en su momento, el Hotel Riviera fue, por varios cuerpos, el más importante del sur sur santafesino, con su confitería (89 plazas), comedor (84 plazas), sala de reuniones (50 personas) y esas mesas que cubrían las amplias veredas de Belgrano y Alvear, una imagen que los venadenses más añosos atesoran en su memoria desde aquellos buenos tiempos.
En total abandono
“Desde hace un tiempo me cuesta pasar por la esquina de Belgrano y Alvear, y peor ahora, después de enterarme de la situación por mis ex compañeros de trabajo y las fotos que circulan en los medios periodísticos mostrando el estado de abandono de las instalaciones”, lamentó Pedra, a sus muy bien llevados 91 años. “Saber que las palomas, que entran por los huecos de los aire acondicionado, están haciendo un desastre, me causa una gran tristeza. Es que las habitaciones no eran un número para nosotros. Entre pasajero y pasajero, las preparábamos con más esmero que si hubiera sido para nosotros, y con sólo imaginar cómo están ahora dan ganas de llorar”, confiesa con indignación.
Luego, en uno de los pasajes más emotivos de la charla con Sur24, Silvia describió algunas de las particularidades de las habitaciones, en detalle, cada una con su número, con el mapa del hotel en la cabeza: “Siempre recuerdo lo linda que habíamos dejado una de las habitaciones del primer piso, con su cama amplia, el sofá mullido, los alfombrados, los largos cortinados, todo limpio, reluciente y perfumado. Hoy me cuentan que esa misma pieza, la 112, está llena de mugre y no lo puedo tolerar, me cuesta aceptar que ése sea el final”.
Mientras tanto, el living de su casa -sede de la entrevista- está decorado con varios cuadros de su autoría, de muy buena factura estética. Y algunos de esos óleos -pintó más de 200- embellecieron los interiores del hotel, e incluso la habitación 101, engalanada con una de las obras que más conformó a Silvia en el proceso creativo. “Me gustaría recuperarlos, más que nada por el valor afectivo, pero temo que los hayan tirado a todos. Según me cuentan, cargaron muchas cosas y se las llevaron en una chata quién sabe adónde. No se preservó casi nada de un edificio histórico para la ciudad, con más de 80 años desde su construcción. Sé que faltan muchas cosas, que fue desmantelado y en la confitería hasta la barra destruyeron. No hubo alma ni corazón”, remató con resignación.