A 1.300 kilómetros del casco del Círculo Polar Ártico, en la isla de Spitsbergen del archipiélago noruego de Svalbard, bajo tierra y a prueba de bombas, se halla lo que se ha bautizado como la cámara del fin del mundo o el arca de Noé de las semillas. Oficialmente, se denomina Banco Mundial de las Semillas y allí se almacenan un millón de variedades de 6.000 especies de todos los climas y continentes. El objetivo: asegurar que el ser humano pueda seguir produciendo alimentos en el caso de que se produzca una catástrofe.
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Durante el último siglo, según datos la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación, FAO, de 6.300 especies de razas ganaderas catalogadas, solamente han pervivido 1.300. En el caso de las especies vegetales, en el mismo periodo han desaparecido el 75% de las mismas y dos de cada tres se hallan en peligro de extinción. Sobre el papel hay catalogadas más de 400.000 especies de plantas denominadas como vasculares, con raíz, tallo y hojas, de las que solamente entre 8.000 y 10.000 han sido utilizadas a lo largo de los siglos para la producción de alimentos. Sin embargo, la oferta alimentaria procede básicamente de unas 200 semillas y, de esa cifra, solamente nueve, caña de azúcar, maíz, trigo, arroz, patata, soja, palma, remolacha y yuca suponen dos terceras partes de la producción mundial de alimentos procedentes de la actividad agrícola.
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Esta fuerte dependencia de unas pocas especies —que además están ligadas a unos pocos grupos multinacionales—, junto con la progresiva desaparición de la biodiversidad sustentada en las miles de especies tradicionales, alentó la preocupación en los años ochenta de organismos internacionales como FAO o el Banco Mundial sobre la necesidad de proteger la disponibilidad de semillas para tratar de asegurar una oferta alimentaria para una población mundial situada hoy en 8.000 millones de personas, pero que en 2050 está previsto que sea de 10.000 millones. En este escenario, desde FAO se impulsó la constitución de un banco mundial de semillas donde todas las instituciones del planeta, unas 1.500, puedan almacenar una copia de seguridad de sus variedades y tener la posibilidad de acceder a la misma siempre que la necesiten. En este sentido, el banco actúa como la caja fuerte de un depositario.
José Esquinas, ingeniero agrónomo y experto en genética, ingresó en la FAO en 1978, donde desempeñó durante treinta años diferentes cargos como secretario de la Comisión de Recursos Genéticos. Fue uno de los impulsores de la iniciativa de construir un banco para la protección de semillas y en defensa de la biodiversidad. La idea tuvo muchos novios. España pujó por albergar este proyecto, pero finalmente en 2008 se decidió que su construcción se hiciera en una isla del archipiélago noruego de Svalbard.
Dos siglos
La nueva arca de Noé de las semillas tiene por objetivo asegurar su permanencia útil hasta dos siglos después y se encuentra ubicada en el espacio de una vieja mina en una montaña a unos 150 metros de profundidad y a 130 metros sobre el nivel del mar, con una humedad y temperatura baja constante sobre una superficie de unos 1.000 metros cuadrados dividida en diferentes cámaras, sin apenas luz. Las semillas, unas 500 por partida, se guardan en sobres con varias capas de papel de aluminio, almacenados en cajas donde se indican sus características. El banco es propiedad del Estado noruego y supuso una inversión de nueve millones de euros, a los que se sumaron otros 20 millones para eliminar humedades, más un millón de euros para su mantenimiento anual. Cuenta con el apoyo financiero de la FAO, junto a instituciones o fundaciones como Global Crop Diversity Trust y la fundación Bill y Melinda Gates.
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Por cuestiones de seguridad, el banco se ha construido para sobrevivir a erupciones volcánicas y terremotos de hasta 10 grados en la escala Richter. La instalación cuenta con túneles de acero reforzado, temperatura constante de entre -3° y -18° grados centígrados para mantener las semillas durante dos siglos, tras un proceso de deshidratación de las mismas hasta el 5% de humedad, proceso que no resisten algunas especies como bellotas o castañas.
El espacio del banco está declarado como zona desmilitarizada. Desde su constitución, ha recibido en depósito más de un millón de variedades procedentes de 86 países e instituciones correspondientes a casi 6.000 especies. En general, los depositantes no han acudido al rescate por haber sufrido algún tipo de problema en la disponibilidad de sus semillas. La única institución que se vio obligada a recuperar semillas fue el Centro Internacional para la Investigación de la Agricultura en Áreas Secas, ICARDA, por la destrucción de 148.000 variedades que disponía en su almacén de Alepo (Siria) consecuencia de la guerra. La entidad había enviado a Svalbard un 80% de duplicado de sus semillas. En 2015, el ICARDA retiró 50.000 variedades para su siembra y, una vez recolectadas y repuestas en su propio banco, volvió a enviar al centro otras 50.000 semillas.
Esquinas recuerda la “amenaza” que supone la pérdida de la biodiversidad en el mundo por falta de empleo de las especies y variedades que se han ido adaptando a las condiciones medioambientales y advierte sobre los riesgos que supone el hecho de que hoy la oferta alimentaria esté ligada a la venta comercial de no más de 150 semillas, lo que califica como una auténtica “barbaridad”. En su opinión, las mismas son variedades muy uniformes y estables que aguantan mejor el uso de pesticidas, insecticidas o agroquímicos, pero, por ese mismo motivo, la semilla se puede ver atacada por una misma enfermedad, el frío o la sequía, y todas ellas mueren, cosa que no sucede con las otras variedades que se han ido adaptando al cambio climático. En este contexto, advierte de que la pérdida de diversidad y el auge de la nueva oferta supone tener una agricultura más productiva, pero mucho más vulnerable.