Ariel Angelini, el alquimista de las uvas
La vida del licenciado en Enología e Industria Frutihortícola, Ariel Angelini, une en el tiempo a Carreras, lugar en el que nació y creció, con Tunuyán y Tupungato, donde vive y trabaja en la actualidad. Dejó su familia, sus amigos y se fue de su casa persiguiendo un sueño.
Pero no está ahí por casualidad o porque los planetas se hubieran alineado, sino porque el “hacedor de vinos” pisa firme en el territorio de las vides. A sus 39 años, es uno de los integrantes del staff de Casa Petrini, un proyecto enoturístico que integra bodega, alojamiento, restaurant y spa, en el Valle de Uco, Tupungato.
Allí se producen vinos boutique de alta gama, donde el santafesino se ocupa de la elaboración integral del producto. Hace un seguimiento de la uva en la planta hasta que llega a las botellas y sale rumbo al mercado. Tiene el toque final.
La firma en la cual trabaja desde hace algunos años vendió más de 350 mil botellas en el 2020 y en la última cosecha alcanzaron la cifra de 550 mil litros producidos. Además de encontrarlo en las góndolas del país, también se los puede ubicar en Estados Unidos, Canadá, China, Perú, Paraguay, Francia, Dubai, Suiza y Polonia.
De la planta a la mesa
Antes de llegar a los Petrini, en el 2003 estudió en la Facultad Don Bosco de Mendoza, que es referente en la enología y tiene un antecedente fuerte en ese aspecto. Mientras comenzaba a empaparse de la que hoy es su profesión, realizó prácticas en bodegas reconocidas.
“Es una carrera empírica, que lleva mucho a la práctica, salir al campo, vivenciar y tener la experiencia, caminando la bodega. Hacía pasantías hasta que conocí Tupungato. Me apasionó y me fui a vivir. Ahí hice mi formación más importante trabajando”, contó a Sur 24.
Podría inferirse que tanto Angelini como Casa Petrini, van de la mano, porque su labor empezó desde el momento cero. El sitio donde hoy se emplaza el predio era la nada misma. El desafío fue grande: “Era todo campo. Desde lo comercial hubo que crear una marca, un nombre, el estilo de los vinos y planificar la bodega. Paso a paso. Se fue dando de a poco. A medida que íbamos transitando, entendimos por dónde ir. No hubo un master plan de inicio. Conocimos el lugar, entendimos el negocio y fuimos avanzando”.
Bajo esa concepción, nació el viñedo, salió la posibilidad de construir un hotel boutique con restó. Todo se fue hermanando, siendo más de 30 las personas que trabajan por estos días.
Identidad bien marcada
La empresa es de corte netamente familiar, hay un equipo acotado, con múltiples funciones. Junto a Angelini, hay dos personas más en la bodega y los dueños. De esa unión parten las decisiones más importantes a la hora de hacer un vino, hasta cómo continúan el resto de los procesos.
“Estamos orientados a la calidad, desde el lugar donde estamos, respetando el origen. Pretendemos mostrar la identidad de donde nace cada uva, cada planta que tenemos en el sector y avanzar a partir de ahí”, explicó.
Cada una de estas botellas se encuentra en un nivel de precio que va de los 1.000 a los 8.000 pesos. Existe un portfolio de 10 líneas, incluyendo el espumante. Hay 85 hectáreas plantadas con variedades de blanco Chardonnay, tinto Malbec (que ocupa la mayor superficie), un poco de Petit Verdot, Tannat, Cabernet Franc y Merlot.
“Hay muchísima competencia. Somos una bodega principiante que está en el mercado desde 2017, cuando hay quienes están hace más de 100 años. Nosotros nos aferramos al suelo, que nos fue dando identidad con estilo de elaboración que acompaña esa idea. Son vinos francos, que nos llevan al lugar, con sentido de pertenencia”, resaltó Angelini.
Insiste en que tratan de respetar esa identidad que viene representada a través del suelo, porque esa es su principal visión y objetivo de trabajo. “Es el camino por donde nacimos. Nos vamos perfeccionando año tras año. Recorrimos fincas y sabíamos que teníamos potencial por estar al lado del río Las Tunas, que desborda y genera aportes que le da un valor agregado a la finca. Hubo que poner todo eso en práctica y transmitirlo al vino”, señaló.
“Tenemos una prueba al año que son las cosechas, donde ponemos todo el foco. El lugar responde y no dejamos de perfeccionarnos”, aseguró.
El encuentro de los mundos
Angelini, que también es bromatólogo y técnico superior en Administración Hotelera, llegó solo a Mendoza. Pero tenía bien en claro lo que quería. De hecho, fue la hotelería quien lo terminó acercando al universo laboral donde está hoy.
“En segundo año tenía una materia que se llama Alimentos y Bebidas. Ahí me empiezan a comunicar el tema del vino y me engancho. No podía entender cómo el jugo de la uva se transformaba en alcohol. Entré a leer e investigar para sacarme esas dudas”, recordó.
Desde entonces, empezó a comprar libros, revistas de vino, acumulaba recortes y armó una carpeta. Hasta miraba en la vieja enciclopedia ‘Encarta’ lo que había sobre el tema. “Me apasionaba. Me metí en la Sociedad de Honorables Enófilos de Rosario a hacer un curso. Entré muy chico con gente más grande que me miraba raro, porque fui a aprender de vinos al igual que ellos”.
En aquel momento estaba convencido de que se iría a estudiar a Mendoza, la única oferta académica conocida hasta entonces sobre vinos. “Lo planteo en mi casa y mis papás me dieron el apoyo para terminar hotelería y seguir con esto. Al principio fue duro. Pero me encontré con buena gente y mucha predisposición de la Facultad. Un tanto desorientado, porque venía con carga energética de leer mucho y pensé que me iba a meter de lleno en el mundo del vino, que recién entré en 3º y 4º año. Primero hay una formación de química, física, orientada a la parte de alimentación. Fue también un proceso donde ‘bajó la espuma’ de esa energía y me hice de una coraza para esperar ese momento ansiado de aprender sobre vinos”, describió.
Nueva normalidad
Cuando arrancó la pandemia la primera decisión tajante que tomó fue irse a vivir a la bodega de Casa Petrini. Se encontraba en plena vendimia y con todas las vasijas en proceso de fermentación. “Hablé con el dueño, con mi señora Belén y mi hijo Martino (3). Nadie sabía si íbamos a poder seguir trabajando porque quizás en algún momento la gente no podía ingresar al predio. Fue una decisión contundente que ni dudé y me fui a vivir a la bodega. Transitamos la vendimia y salió muy bien. Las ventas crecieron y fue todo de la mano”.
El vino de Carreras
A comienzos de 2021, desde El Litoral y Mirador contábamos la historia de los hermanos ingenieros agrónomos Gustavo y José Ángel Recupero, que hace 4 años montaron el único viñedo que se conoce en el extremo sur santafesino. El emprendimiento hoy es conocido como Viña “El Ñato”.
“Me enorgullece encontrarme con gente que de forma desinteresada pone como primer principio la pasión y el sentir. En ese lugar no hay ningún otro objetivo que hacer lo que les gusta, algo que tenían siempre en mente poder concretarlo. Pude conocerlos desde otro lugar y me encontré con dos grandes personas”.