Artaud y Spinetta, según Paul Citraro
Por Paul Citraro para Sur24
Hay que caminar con cuidado por la vida. El suelo es resbaladizo y la vida también. Está lleno de revelados por las nuevas creencias. Si hasta pareciera que todos andan colgados por esa cruz. Están los que no volvieron nunca de tanta tormenta blanca. Los que no entendieron y cerraron la puerta. Los que se convirtieron en pasto seco. Y los más insoportables; los deshollinadores, que interpretan y explican la letra del tiempo. Hablo en primera persona porque leemos en tercera, pero recordamos en primera.
En los 80, entrando a la adolescencia, un amigo y yo, compramos un disco de vinilo con forma rara. Muy rara. La caja, los colores, el formato: “Artaud”. El disco no entraba cómodo en ningún lugar. Decía en la parte de atrás: “Disco es cultura”. Al principio sorteábamos quien lo tenía por una semana. Después mi amigo se cansó y terminó regalándomelo. Le gustaba más Charly. Fui y vine con el disco a todas partes. Sabía que andaba con un tesoro en la mochila. El disco terminó tan percudido como un manual Kapeluz. Con Artaud llegué a pensar que Francia era un barrio donde la gente se suicidaba. Por referencias llegué a leer las cartas de Vincent a Théo. Y me volví a enamorar de todo lo que sucedía en ese planeta de hermandades. La vida sufrida del genial pintor contada por sus propias hojas al viento. Después llegó otro testimonio sobre Van Gogh, el suicidado por la sociedad. El inspirador, el más oscuro de los surrealistas escribió un libro en forma de poema. Una belleza. Artaud, en tanto concepto disco como escritor francés, estaban pintados por el ocre amarillo de la inconformidad. Pienso en los inconformistas y aparece la figura de Heliogábalo, aquel joven emperador romano del siglo III antes de Cristo considerado rebelde por sus costumbres sexuales. Finalmente asesinado por la guardia Pretoriana romana. Spinetta podía llevarte a esos universos. Por ejemplo el mencionar a Las habladurías del mundo con la naturaleza de un árbol triste. ¿A cuántas Cantatas de puentes amarillos queda la felicidad? No lo sé. Solo recuerdo el orden de las canciones. La segunda es Cementerio Club. Una pregunta que sucedía mientras escuchábamos la fritura de la púa y atrás la canción, era si el bueno de Vincent Van Gogh no se habría encontrado en ese bendito Club del cementerio con el degenerado de Heliogábalo. Los suicidas se huelen, son hermandades, parte de un firmamento. Devotos de la estética de la desaparición. En fin, la muerte es una cosa que nos queda demasiado lejos. Y Artaud, nos dio la posibilidad de inventarla como quisiéramos. Exorcizarla. Para finalmente, poder hablar del dolor como forma seductora antes que idiota. Artaud es del 73, unos años antes que Videla llegara con las bestias de hormigón armado. La progresiva de lo que se venía ya estaba en esas canciones. A nosotros, ya entrada la democracia, nos prendió la luz del velador. Y nos aconteció algo parecido a la iluminación que se sucede a través del lenguaje. Hay una frase de Invisible que es hermosa “Antes del tiempo, era todo azul, leve de suspensión”. Así nos sentíamos, mirando para arriba y cargando el mundo dentro de una mochila. ¡Adiós juventud! Como los conquistadores españoles, Spinetta nos llevó ese divino tesoro y nos dejó el oro de las palabras.
La última vez que vino a la ciudad, debía tocar al aire libre y por un pálido aguacero lo hicieron tocar dentro de una sala, justo él, que podía ver los tigres en la lluvia.