En su día
Cinco pinturas para honrar al trabajador argentino
Desde las entrañas del puerto, hasta los rincones íntimos del hogar, las obras elegidas son reflexiones sobre las dimensiones del trabajo y la dignidad humana. Con estilos y miradas de pintores diversos entre sí, pero unidos por su mirada comprometida.
Por Juan Ignacio Novak
El arte, en todas sus variantes, es una herramienta útil para conocer mejor la realidad y reflexionar sobre ella para establecer diagnósticos más atinados. En el caso puntual de la pintura argentina, el trabajador siempre ocupó un protagonismo. Sus luchas, reivindicaciones, esfuerzos, sufrimientos, pesares y alegrías cotidianas fueron motivo de inspiración para artistas de distintas épocas y movimientos.
En una fecha emblemática como el Día del Trabajador, que se celebra hoy, adentrarse en este terreno permite actualizar discusiones que están vigentes en pleno siglo XXI. Desde las pinceladas precisas de Lino Enea Spilimbergo hasta la mirada comprometida de Ernesto de la Cárcova, pasando por la expresiva mirada de Quinquela Martín de la vida portuaria, cada una de las cinco obras mencionadas en las líneas que siguen, permiten contemplar la realidad cotidiana de aquellos cuyas manos construyeron, literalmente, el país.
“La planchadora”: es un óleo sobre tela de Lino Enea Spilimbergo, fechado en 1936. Spilimbergo fue un pintor, vinculado al surrealismo, considerado uno de los maestros del arte argentino del siglo XX. Decía que “pintar es un terrible compromiso, no sólo con uno mismo, sino con el mundo". En este caso, la protagonista es una mujer joven que trabaja como planchadora. La escena transcurre en un espacio interior, despojado, minimalista, humilde. Carlos Avalle señala respecto a esta obra: “la mujer está vestida con ropas de uso diario, sencillas, con características que nos hacen suponer un clima invernal. Lleva calzado cómodo, que corresponden a la tarea de una persona trabajando en estos menesteres. Apoya sus manos sobre la mesa, quizás en un instante de descanso. Sus cabellos peinados sin ningún arreglo en especial. Ni pulseras, ni collares, ni aros. Pero la mirada de esta mujer está en otro lado, definitivamente en otro lado. Los ojos característicos de las figuras de Spilimbergo, que salen de escena”. Ahí, el maestro coloca una intriga, que queda fuera de campo.
“Elevadores a pleno sol”: Benito Quinquela Martín se destacó por su conexión con el barrio porteño de La Boca. La vida cotidiana en esa zona portuaria y obrera “late” en sus cuadros. Pero, en paralelo, fue un firme defensor de los menos privilegiados, algo ostensible en este óleo que data de 1945. Que muestra definidamente un rasgo de su labor artística: se acentúan los rasgos de ese paisaje urbano que lo vinculan con el sacrificio, el tesón y el desarrollo. Así la labor cotidiana de los obreros es representada, como señala el texto curatorial de una muestra realizada en el museo que hoy lleva su nombre, por “figuras-signos” de los estibadores que sintetizan el trabajo portuario. Las figuras humanas (que son varias) aparecen acarreando bolsas muy pesadas, detrás se ven las chimeneas de las fábricas que trabajan a pleno.
“Sin pan y sin trabajo”: está considerado el primer cuadro de tema obrero con intención de crítica social en el arte argentino. Ernesto de la Cárcova lo creó cuando era todavía joven, en 1894, sostenido en un compromiso y una mirada sensible respecto a las clases bajas y sus carencias. Cuenta una historia de miseria y frustración: un padre de familia, cuya herramienta de trabajo está detenida sobre la mesa, observa por la ventana, con ira, una escena de fábricas vacías y escasas perspectivas de conseguir trabajo. Al lado, su esposa languidece mientras trata de amamantar a un bebé. María Gainza sostiene que “De la Cárcova pintó su cuadro de manera agitada, como si el mismo pincel arrastrara la ansiedad contenida del desocupado”. “El cuadro responde a un estilo naturalista y a una temática que tuvieron una importante presencia en los salones europeos de los años finales del siglo XIX: grandes pinturas resueltas en tonos sombríos que desplegaban escenas dramáticas de miseria y de los contemporáneos conflictos sociales urbanos”, escribió Laura Malosetti Costa en un texto sobre la obra que consta en la página del Museo Nacional de Bellas Artes.
“La hora del almuerzo”: Pío Collivadino fue un pintor cuyos trabajos intentaron abordar las nuevas formas de belleza que introducía la vida en las cambiantes ciudades de finales del siglo XIX y principios del XX. Juan Gabriel Batalla lo menciona como un pintor esencial en el difícil pasaje del siglo XIX al XX, que documentó su época con una “estética puntillista y preciosista”. En este óleo sobre tela de grandes dimensiones, que hoy resguarda el Museo Nacional de Bellas Artes, muestra a un grupo de siete obreros que comen en un alto del trabajo realizado al mediodía. A diferencia del trabajo de Ernesto de la Cárcova, a priori no hay aquí una premisa de crítica social, aunque sí están mostradas con detalle algunas dinámicas propias del universo obrero de aquellos años. “Lejos de la dramática narratividad de su envío anterior a Venecia, La hora del almuerzo parece un cuadro ‘motivo’, en el que prevalece el tratamiento formal de la refracción de la luz sobre los blancos y el efecto deslumbrante del sol sobre el pozo de cal. Pero resulta evidente que no fue esta la única intención del artista. Se trata de un cuadro de tema obrero, aunque en buena medida despojado de connotaciones conflictivas”, escribió Laura Malosetti Costa.
“El canastero”: el artista Ricardo Carpani concibió este óleo sobre tela en 1957. La temática y el tono no son extraños, ya que Carpani era proclive a prestar atención en sus trabajos a las causas sociales. De modo que en sus obras aparecen problemáticas como el desempleo, la pobreza y la fortaleza y dignidad de los desposeídos. En esa línea se inscribe esta obra. De hecho, Carpani fue parte del grupo Espartaco, que en la misma línea que los muralistas mexicanos intentaba un arte con impronta nacionalista y focalizado en las necesidades del pueblo trabajador. En los años 70, como derivación del Golpe de Estado, se autoexilió en España y desde allí viajó por el mundo, hasta retornar en 1984. Abordó también temas urbanos porteños como el tango, los cafés y los barrios.