Con shows internacionales, Paul Citraro celebra 30 años de producciones
El escritor y productor Paul Citraro se encuentra celebrando 30 años de trabajo cultural en la ciudad de Venado Tuerto con una serie de show internacionales, que comenzó el pasado sábado 1 de octubre con el arribo de Manu Sija y continuará el sábado 12 de noviembre con Guillermo Cides (Argentina-España) y el sábado 19 de noviembre con Alex Pandev (Francia). Ambos conciertos se llevarán a cabo en 1927 Multiespacio (Casey 435).
Han pasado tres décadas de aquel inicio, donde Citraro, una apasionado del arte, comenzó a desarrollar producciones y gestiones, en principio vinculadas a la música, pero que luego se fueron abriendo a otras disciplinas, incluso teniendo un paso por el boxeo, impulsando la carrera del boxeador rufinense Elías “El Macho” Araujo.
A su vez desarrolló acciones en el teatro; organizó disertaciones; presentaciones de escritores; desarrolló una revista de música, Primera Toma; fundó La Fonola, primera sala de ensayo de la ciudad; ideó clínicas musicales con pensadores, escritores y músicos; participó de programas de radio y televisión; es columnista en medios gráficos; publicó dos libros; creador del programa cultural “Cultura & Sociedad”, que entre otras cosas concretó La Virgen de los Milagritos; entre muchas otras cosas, como haber producido con “mucho orgullo y agradecimiento” a artistas locales y regionales.
Durante muchos años, las acciones de Citraro se canalizaban por el Club de Jazz, espacio emblemático de Venado Tuerto, que duró casi 20 años y que desarrolló 1.618 eventos de manera independiente, con unos 213 mil espectadores, contemplando desde los estadios a los pequeños recintos.
– ¿Cuál fue la primera producción y cómo surgió?
– Fue en 1991, terminaba el ciclo del secundario en un colegio técnico en la ciudad de Rosario. Y tanto concepto tecnocrático no logró convencerme. Así fue que con un amigo, algo aburridos, algo frustrados y las mismas inquietudes de lecturas, fundamos un fanzine “Viejo culo roto”. Fue nuestra espada katana para enfrentar una época que comenzaba a desintegrarse. Poco después me sumé como plomo y asistente a la banda “Intense Mosh”, un grupo de trash en el que un amigo era el guitarrista: Gustavo Mateo. La historia -de manera abreviada- terminó con la invitación a la banda de punk alemán “Die Toten Hosen” a tocar unos temas en un festival afín que habíamos organizado nosotros, ya que la función de ellos en un teatro de la ciudad se había suspendido por disturbios. Ideológicamente, creo que lo que me definió como un espejo fue un libro de Roddy Doyle, que fue película después (dirigida por Alan Parker) “The Comitmments”. El libro, la película, es la historia en primera persona de Jimmy Rabitte, un joven proletario que quiere formar una banda de música soul. Se sabe que la música soul es afroamericana, estrictamente negra. El protagonista en la película define maravillosamente a los irlandeses como los negros de Europa. Y a los dublineses como los negros de Irlanda y a los dublineses del sur, como los negros de Dublín. ¡Ese soy yo! dije.
– ¿Qué te motivó a seguir adelante en ese camino?
– Vengo de un lugar privilegiado por lo amoroso, una familia de origen proletario con un marcado interés por el conocimiento. Mis padres siempre estuvieron incentivándome para que aprenda cosas, para que me forme. Y desde niño para mí la música fue un menú de lo cotidiano. Toda esa información que iba acumulando en una práctica lúdica, el escuchar largas horas programas de radio nocturnos y emblemáticos, como “Las nueve lunas de Crandall”, “Submarino Amarillo” o “La música de Mochín Marafiotti”, fueron un andamio. Para la época era como una suerte de nerd con un auricular blanco monoaural en una radio Spika. Toda la primaria la hice con sueño. Ese juego y cansancio, se transformaron con el tiempo en melomanía.
– ¿Cuántas veces, en estos 30 años, te dijiste y preguntaste “para qué”?
– Muchas, porque no entendía cómo funcionaban los modos en los que se construyen los hábitos culturales, de consumo, etc. Pensaba que desde esa acción permanente de gestión y producción, de realizar instalaciones, de crear diseños con actividades, iba a alcanzar para modificar algo. Y no es uno quien marca los hábitos culturales de una sociedad, sino un poder rector que pueda definir un eje de tránsito. Fue necesario tomar distancia para estudiarlo y entenderlo. Pero hay un dato personal que se refiere a mi hija, que estudia música y fue víctima y protagonista privilegiada de esas producciones, que podría definirlo de este modo: si en ese lugar, ella encontró su felicidad, entonces todo este viaje tuvo sentido.
– ¿Cuál es el show que más disfrutaste producir?
– Fred Wesley & The New JB´s. Uno, que es fana del box, un día se encuentra delante de la posibilidad de producir una gira en Argentina por cuatro plazas (entre ellas Venado) con la banda que abrió la pelea de Ali-Foreman, en Zaire, en 1974. ¡El cielo de la producción! Esa jornada en Venado tuvo todos los condimentos: tradición, musicalidad, negritud, amabilidad y una sala llena. El teatro Ideal estuvo maravilloso esa noche. Fue un capítulo de Black Mirror, una ficción, la banda original de James Brown en Venado Tuerto.
– ¿La gente toma dimensión de la gran cantidad de artistas de nivel internacional que tuvieron la oportunidad de ver en Venado Tuerto por el trabajo de todos estos años?
– Tuvimos un público tan fiel como el mal aliento. ¡Es muchísimo! Es un engaño lo cuantitativo. Nuestro relato grandilocuente fue la instalación y el calibre de los artistas que conformaron una grilla intensa en su momento. Hoy, creo que la asunción de la indisolubilidad de las relaciones entre economía y cultura se trata finalmente de un problema político. Existe un cambio en la dialéctica de cultura y economía, los fenómenos económicos están volviéndose crecientemente culturizados. Intento ilustrarlo de este modo: el templo de la música son las canciones. Las canciones siguen siendo una suerte de educación sentimental, pero el diálogo no es el mismo. Las canciones son una conversación con uno mismo y la gente hoy se habla poco y nada.
Foto de portada: Gentileza Andrés Barbiani