Consumos culturales en infancias y adolescencias: huellas en subjetividades que encauzan prácticas, deseos, sueños, modos de ser y sentir
Cuando hacemos referencia a la educación de infancias y adolescencias, es usual poner el acento en las escuelas. Sin embargo, también existen otros ámbitos de sociabilidad que poseen una sustantiva influencia en la constitución subjetiva. Dentro, se encuentra el consumo de diferentes productos culturales que actúan como procesos de identificación performativos.
“Hasta comienzos del 2020, el consumo de capital cultural estaba mediado entre las actividades escolares y las extraescolares. Es decir, la economía del tiempo de las infancias y juventudes se encontraba regulada por las instancias educativas ‘formales’ en donde incorporaban saberes específicos, a los que podríamos pensarlos como cultura letrada, con aquellas otras de índole ‘no formal’ propias del ocio y la recreación”, comenzó explicando.
Pellegrini, que también es docente y becaria postdoctoral del CONICET, explicó que -como correlato-, las infancias y adolescencias actuales están atravesadas por las tecnologías. Y que compartiendo con la alternancia de las escuelas, deportes e instancias de ocio que durante algunos períodos se volvieron presenciales, el incremento frente a las pantallas resultó de un carácter exponencial nunca antes visto.
“Esta prolongada exposición a dispositivos tecnológicos, condujo a un aumento en el consumo de elementos culturales propios de los medios y redes, que poseen una semántica que esconde determinados intereses y valores ideológicos, siendo en su mayoría propios de la cultura hegemónica”, aseguró.
Deconstrucción de las redes
En el caso de Instagram, YouTube e incluso los videojuegos, la doctora remarcó los aspectos que vinculan a estas plataformas con los estereotipos de género, el sexismo y patrones binarios. “Una de las redes sociales más utilizadas es Instagram. Reconocida como la aplicación para compartir fotografías (y videos), la imagen se constituye ahí como la mayor fuente de información cuyo poder pedagógico refuerza el deseo hacia aquello que se considera ‘ideal’. El modelo de ‘mujer perfecta’ o ‘varón perfecto’ resulta un estereotipo de felicidad constituido por la fama, la belleza, la moda y demás compendios superficiales que terminan reproduciéndose en las prácticas de seguidoras y seguidores”, describió.
En este orden, aseguró que los videojuegos, también resultan un elemento sustantivo a la hora de dejar marcas identitarias: “Durante la primera infancia, jugar resulta una instancia de socialización y desarrollo de capacidades, habilidades y exploración del mundo. Actualmente, el juego tradicional fue reemplazado, en gran parte, por los videojuegos, cuyo salto cuantitativo es el que nos interpela para reflexionar acerca de los valores que transmiten”.
Para Pellegrini, entre las primeras premisas que se pueden aludir al respecto, es que la mayoría reproducen estereotipos sexistas. “Desde su propia producción (en manos de varones) hasta el contenido y la imagen, se refuerza el rol protagónico masculino incorporando rasgos sexistas y racistas”, añadió.
Por otra parte, aseguró que la música también influye en las identidades más jóvenes. “Las letras de las canciones, sin entrar en valoraciones musicales y literarias, se encuentran llenas de elementos sexistas que reproducen los lugares sociales preestablecidos para las mujeres y varones. Desde Ricardo Arjona a Wisin y Yandel, las marcas androcéntricas y patriarcales resultan una constante”.
Animarse a cambiar el mundo
La firmatense, aclaró que el “consumo consiste en una práctica de incorporación de elementos culturales que se traducen en experiencias, gustos, identificaciones, entre otras”, por lo cual, lejos de ser un ejercicio netamente pasivo, puede comprenderse como una posibilidad para generan tácticas y en esa lógica crear nuevos consumos. “En consonancia con esta idea recuperamos el papel activo que, muchas de nuestras adolescencias muestran a la hora de seleccionar qué consumir, pero también que producir para que sea consumido”, graficó.
“De hecho, en la música -expresión cultural que afirma lleva la marca estereotipada del patriarcado-, en los últimos años es posible visualizar el advenimiento de mujeres artistas cuyas canciones, corporalidades e identidades de género, rompen con los estereotipos preestablecidos. Miss Bolivia, Cazzu, Nathy Peluso, Sasha Sathya, Dakillah, resultan algunos ejemplos del semillero de mujeres quienes, a partir de su música, intentan cambiar lo establecido”, ejemplificó.
En esta línea de argumentos, señaló que -pese a la fuerte capacidad pedagógica por generar una economía del deseo hacia corporalidades hegemónicas a partir de sus filtros y demás recursos de edición-, Instagram fue conquistado por jóvenes que utilizan sus cuentas a los fines de deconstruir estereotipos, gustos y preferencias patriarcales.
Por otro lado, indicó que YouTube es un sitio web que abre al juego a adolescencias y juventudes interesadas en la creación de contenidos en general, pero con perspectiva de género en particular: “Diferenciándose con los clásicos programas de televisión, los youtubers no sólo demuestran ser muy hábiles con la tecnología sino también con el contenido que quieren compartir desde sus canales: en muchos casos, libres de estereotipos de género, de la heteronorma y los binarismos”.
Y cerró: “El consumo de determinados elementos culturales desde la temprana infancia va dejando huellas en las subjetividades encauzando sus prácticas, deseos, sueños, modos de ser y sentir. Sin embargo, esta acción pasiva y receptiva acerca de lo que el mercado ofrece, toma nuevas tonalidades cuando las adolescencias se posicionan como consumidores activos y productivas de nuevos contenidos. Solo referenciamos a la música, instagramers y youtubers, pero también desde otras plataformas y sitios web cada vez son más las juventudes que se animan a cambiar el mundo”.