(Por Emerio Agretti) – El triunfo de Lula Da Silva en el ballotage brasileño lo catapultará nuevamente a la presidencia de la Nación, luego de un resultado tan indudable como ajustado. Lo cual tiene una serie de implicancias, tanto para el país hermano como para el mapa geopolítico (cuanto menos) regional, y especialmente para la Argentina, por la importancia de los vínculos que unen a ambas naciones. Y así lo han marcado los diversos analistas que se abocaron a proyectar, al menos en la medida en que se lo puede hacer en lo inmediato, los efectos de estas elecciones.
Cuáles serán los desafíos que enfrentará Lula y el futuro de su relación con Argentina
La paridad resultante, además de permitir asignar el adjetivo de “infartante” al tramo final del recuento, implica a futuro un país fuertemente dividido ideológicamente, con un fuerte peso de la oposición en el parlamento, y sin margen de maniobra desarrollar extremismos ni de izquierda ni de derecha.
A partir del 1 de enero, Lula se encontrará con un país muy diferente al que le tocó gobernar entre 2003 y 2010: deudas sociales, altos índices de pobreza extrema y violencia, incertidumbre económica, una agenda conservadora muy fortificada tras la gestión del líder ultraderechista Jair Bolsonaro y un peso determinante del sector religioso evangélico, con fuerte peso en la sociedad y ahora también declaradamente en el escenario político.
En los comicios del 2 de octubre, el Partido Liberal (PL) de Bolsonaro se había quedado con la mayor bancada del Congreso y en 2023 tendrá 99 asientos en la Cámara baja, mientras que la alianza liderada por el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula contará con 80 representantes. Otra vez la clave será la negociación con el centro, que tendrá 246 diputados (48% del total).
Naturalmente, el kirchnerismo se apresuró a capitalizar la victoria, y esto es consistente con los pronunciamientos activos de su dirigencia. Pero ello no implica ni un revés demoledor para la principal coalición opositora, ni mucho menos habilita una mimetización que permita atar la suerte de Cristina Fernández a la del líder del PT; con inclinaciones discursivas parecidas, pero una concepción del ejercicio del poder bastante diferente.
De hecho, la alianza que construyó Lula está mucho más cerca del centro de lo que probablemente estén dispuestos a admitir en el oficialismo argentino. Completó su fórmula con un vicepresidente de derecha, como Gerardo Alkmin, y sus políticas deberán transcurrir en medida decisiva por el andarivel que estableza el Congreso. Y, por otra parte, su mirada económica no se aparta de algunos ítems básicos de una gestión responsable: superávit fiscal y comercial, defensa de la moneda, contener la emisión y desplegar herramientas aptas para combatir la inflación.
Brasil es el segundo socio comercial de la Argentina y la complementariedad de muchas empresas importantes en ambos mercados exige que la relación sea armónica. No hay razones para pensar que eso pueda no ser así, dependiendo de que gobierne el Frente de Todos o Juntos por el Cambio.
A la Argentina le conviene que Brasil crezca, y en ese sentido el país vecino, más allá de sus desequilibrios sociales internos, está en condiciones de desarrollar ese camino.