"Puso en el centro a los postergados"
De aquellos zapatos remendados que retrataron el legado del Papa Francisco
Monseñor Eduardo García, obispo de San Justo y amigo cercano de Jorge Bergoglio, recordó la humildad del pontífice argentino. Desde Roma para darle el último adiós, trazó una semblanza resaltando su coherencia y humildad.
Mauro L. Muñoz
Entre las miles de historias que por estos días acompañan la despedida del Papa Francisco, una anécdota simple pero reveladora se impone como símbolo de su estilo: la de sus zapatos viejos. Quien la trajo a la memoria fue uno de los hombres que mejor lo conoció: Monseñor Eduardo García, obispo de San Justo, amigo y colaborador de Jorge Bergoglio durante más de 30 años.
Tal fue la estrecha vinculación de García con Bergoglio que fue el encargado de llevarle las pocas pertenencias de Buenos Aires al Vaticano al inicio de su pontificado en 2013. De ese momento surge el recuerdo que este viernes recuperó el prelado en diálogo con Nelson Castro desde la Basílica de San Pedro, en Roma, donde miles de fieles acuden para despedir a Francisco.
“Estaba por salir al aeropuerto cuando me llamaron de una ortopedia para decirme: ‘Tengo los zapatos que me dejó Bergoglio’”, contó. “Pensé que eran unos zapatos nuevos que había comprado, pero no: eran los mismos zapatos gastados, a los que le habían arreglado la media suela”, relató.

El gesto sencillo —decidir usar sus zapatos remendados en vez de elegir el tradicional calzado rojo papal— fue una expresión coherente de lo que fue su pontificado: un liderazgo que puso siempre en el centro la humildad, la austeridad y la opción por los últimos.
“Se los llevé, obviamente no se los iba a dejar allá”, añadió entre sonrisas el obispo. “Más sabiendo que no le gustaban los zapatos de Prada”, en referencia al calzado utilizado por Benedicto XVI durante su papado. Así, aquellos zapatos viejos cruzaron el océano para acompañar a Francisco en los primeros pasos de su misión universal.
La coherencia de una vida
García nació en Buenos Aires el 22 de enero de 1956 e ingresó a los 20 años en el Seminario Metropolitano. Fue ordenado sacerdote en 1983, se desempeñó como párroco en varias iglesias de la ciudad, fue responsable arquidiocesano de la Pastoral de Niños, y desde 2001 con la categoría de Vicario Episcopal de esa Pastoral.
El 21 de junio de 2003 el papa Juan Pablo II lo eligió obispo auxiliar de Buenos Aires y fue ordenado obispo en agosto de ese año por el entonces cardenal Bergoglio, a quien acompañó en su ministerio hasta que fue nombrado papa en marzo del 2013.
Monseñor García resumió su vínculo con Bergoglio en una frase que daba cuenta del rasgo que más admiraba: “Francisco no fue un invento de marzo de 2013. No cambió nunca. Fue el mismo como cura, como obispo y como Papa. Absolutamente coherente. Eso es lo que le dio veracidad a su figura”.
Así, con la imagen de los zapatos gastados, resistiéndose a la ostentación aun en el trono de Pedro, ilustró también su modo de ejercer su papado: “Era un hombre de poder, sí, pero que entendía que el poder es un servicio. No imponía, no oprimía. Seducía con la verdad”.
Una amistad forjada en la pasión pastoral
La relación de García con Francisco no fue solamente de jerarquía eclesiástica, sino de profunda amistad y acompañamiento espiritual. “Fue como una paternidad durante 32 años”, explicó el obispo de San Justo.
“No sé si fui su amigo, no me gusta ponerle etiquetas. Pero compartimos la vida, y eso me basta”, resumió.
El trato cotidiano estaba marcado por la confianza, que podía derivar en discusiones respetuosas. “claro que discutíamos —recordó García—. Era parte de la vida, del trabajo pastoral. A veces le decía: ‘No estoy de acuerdo, pero el Papa sos vos’. Y a veces, entre risas, él terminaba diciendo: ‘Hagan como dice este’”.
"Disfrutaba las alegrías de los otros"
Sobre el cambio que notó en su amigo después de asumir como Papa, García destacó una transformación visible: "La sonrisa y la alegría explícita. No era un amargo antes, era feliz en el encuentro con la gente, pero no lo expresaba tanto. Como Papa, eso se volvió mucho más visible".

También, recordó anécdotas domésticas, como su negativa a festejar su propio cumpleaños, pero su entusiasmo al organizar los festejos de otros: "No quería celebrar el suyo, pero para mi cumpleaños se encargaba de todo. Servía la mesa, dialogaba con mis amigos como uno más, con mucha simplicidad y alegría. Disfrutaba las alegrías de los otros".
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El último encuentro
García comentó que pudo ver por última vez a Francisco en febrero de este año. “Lo vi dos veces. La primera, muy cansado. Y luego, antes de partir, más repuesto, pero ya con un cuerpo que le pesaba”, relató.

Sobre la imagen del Papa en la bendición Urbi et Orbi de Pascua previo a su muerte, el obispo confesó haber tenido sentimientos encontrados: “Me alegré de verlo ahí, pero también vi el esfuerzo enorme que hacía. Pensé: ‘Viejo, la que te estás bancando’. Como diciéndole: ya está, entrega”.
“Un legado para toda la humanidad”
Finalmente, García habló del verdadero legado de Francisco. Y volvió a vincularlo, de modo natural, con aquella imagen inaugural de los zapatos humildes.

“El legado de Francisco es muy fuerte, porque no es solo para la Iglesia. Es un legado para la humanidad. Una humanidad que se desarma en valores que no sirven, donde la violencia está a la orden del día, donde el poder se usa mal. Francisco puso en el centro la vida, al pobre, al que sufre, al trabajador, a la madre”, reflexionó.
“Nos provocó a sacar lo mejor de nosotros mismos. Nos dejó una llamada a construir una sociedad más humana, más justa, más fraterna. Y eso —como aquellos zapatos viejos que decidió seguir usando— habla de lo que fue, de lo que creyó, y de lo que sembró”.