De la nostálgica libreta postal al dólar: cómo era ahorrar en pesos cuando la moneda valía
A finales de los años ’50 y principios de los ’60, desde la vieja Caja Nacional de Ahorro y Seguro (creada en 1915) se implementó con fuerza un método doméstico para ahorrar en pesos moneda nacional. Fue la Libreta de Ahorro Postal: era un simple boletín en el que los niños de la escuela primaria podían adquirir estampillas de distintos valores, y las propias docentes los ayudaban en este trámite.
Con cualquier “vueltito” del mandado, moneda o billete que les sobraba, los alumnos compraban estampillas de distintos colores (cada una con un valor mayor o menor asignado) y las iban pegando en la libreta. Ésta, una vez completada con todas las estampillas, se llevaba a la Oficina de Correos y allí el empleado, o pegaba una estampilla por el valor entero de la libreta (que daba más valor de ahorro), o bien, si alguien retiraba parte del dinero, se anotaban los saldos que quedaban.
La cuestión iba un poco más allá, y tocaba las rutinas sociales. Este sistema de ahorro tuvo sus pros y sus contras, claro; pero recalaba en la economía doméstica, porque las familias estaban estimuladas a ahorrar en su propia moneda, y los niños sentían que podían contar con su propio “dinerito” para una golosina, un helado o algo de más valor. También existían métodos más artesanales de ahorro, como el “chanchito” de la alcancía o la simple lata con una hendidura donde se atesoraban monedas y billetes.
La pregunta es qué pasó en un período de unos 65 años para que el hábito de ahorrar en pesos argentinos caiga casi en estado terminal y haya sido reemplazado por una obsesión del argentino promedio hacia el dólar estadounidense. También por las monedas virtuales (bitcoins) y por la inversión inmobiliaria (ladrillos), como formas de reaseguro ante la pérdida estrepitosa del valor del billete nacional.
“Recuerdo que iba a la escuela y, una vez a la semana, venía la maestra con una plancha de estampillas. Cada niño las compraba por el valor que correspondía y las pegaba en el boletín de ahorro. Era todo un acontecimiento”, rememora en diálogo con El Litoral el Prof. Néstor Perticarari (71 años), director de la Licenciatura en Economía de la Facultad de Ciencias Económicas (FCE) de la UNL.
Pero hay una línea histórica en los acontecimientos políticos y económicos del país que explican en parte este cambio, que es cultural. “El dinero cumplía en ese entonces todas sus funciones, y una de ellas era la de ser depósito de valor. Algo que se perdió luego, a lo largo de los años, con la inflación. Calculemos que de aquella época hasta hoy, nuestra moneda perdió 13 ceros. Ahí hay un argumento de por qué cayó absolutamente en desuso aquel sistema”, explica.
Perticarari opina que este mecanismo buscaba incentivar el ahorro. “Si lográs que la población ahorre, entonces esto puede convertirse en una fuente de financiamiento de la inversión y de una economía más robusta. Creo que en su momento fue efectivo, al menos para generar una actitud social ante el ahorro y ante la moneda nacional”, explicita el profesor en Economía.
¿Y qué pasó?
En la actualidad, la escalada inflacionaria (que a marzo de 2023, acumuló más del 104% en el último año, de acuerdo al índice comunicado días atrás por el Indec) hace que el peso le “queme” en las manos a la gente, sobre todo a la franja social de clase media y media baja.
A quienes les sobran algunos pesos, pueden apostar en un plazo fijo en moneda nacional, o bien “stockearse” de mercadería o adquirir bienes muebles, como estrategias de mitigación. Y aquellas personas que tienen un poco más de cintura económica, se vuelcan al dólar no oficial.
“Argentina fue un país crónicamente inflacionario. Ahora bien: cuando se quiebra definitivamente la costumbre de ahorro de pesos fue en 1975, con el ‘Rodrigazo’: su impacto fue muy fuerte, y todas las acreencias que había en pesos pasaron a valer muy poco. Así, la gente adoptó una actitud defensiva ante este tipo de cimbronazos económicos”, pone en contexto histórico Perticarari.
Objeto de deseo
¿Y cuándo el dólar estadounidense comenzó a convertirse en una suerte de obsesión, de objeto de deseo para los argentinos? Según el docente universitario, tras el “Rodrigazo” y con la llegada de la última dictadura militar, la apertura de la balanza de capitales hizo que entraran muchas divisas por adquisición de activos. “Y a partir de entonces, sectores de la clase media que tenían cierta capacidad de ahorro empezaron a tomar como hábito la compra de divisas (extranjeras) como un mecanismo de ahorro”, precisa.
No hay que olvidarse de que en el medio de la dictadura, la salida de José Alfredo Martínez de Hoy (el más recordado ministro de Economía de aquellos años nefastos) “implicó una fuerte devaluación de la moneda y un pico inflacionario elevadísimo. Ahí nos encontramos con que mucha gente -y creo que fue una respuesta bastante racional- tomara la actitud de irse a la divisa extranjera”, agrega. El hábito de ahorrar en dólares se había instalado.
Todo esto -sin dejar de mencionar, siguiendo la correlación histórica, la hiperinflación del ’89 y el colapso de 2001- obviamente terminó siendo un problema: “La cuenta corriente argentina hoy no da para financiar importaciones, para hacer los pagos de deuda ni para atender las demandas públicas de divisa extranjera. Esos son los problemas con los cuales nos enfrentamos crónicamente: la escasez de dólares para hacerle frente a todas estas demandas”, explica el docente.
Qué debería cambiar
-¿Qué variables macroeconómicas deberían cambiarse o corregirse para que algún día, el argentino promedio vuelva a ahorrar en el peso moneda nacional, más que nada pensando en el concepto de “soberanía monetaria”?, le preguntó El Litoral al Prof. Néstor Perticarari.
-Bueno, para eso debiera desarrollarse un plan coherente que contemple objetivos fiscales, monetarios y cambiarios. Y cumplirlo. Hablo de no tener un déficit fiscal muy elevado y analizar la forma de financiarlo con un instrumento que no sea a través del Banco Central.
Esto, en última instancia, redundaría en una mayor previsión sobre la política cambiaria, o sobre la evolución del futuro del tipo de cambio. Ahí podría ser que la gente empiece a confiar nuevamente en la moneda local. Llevaría tiempo, claro está. Hubo experiencias en otros países en los cuales debieron pasar décadas hasta restaurar la confianza en la moneda.
Otro elemento clave, como decía, sería restaurar la credibilidad en la política económica, pues si ello no ocurre, el resto de las partes no funcionará. Pero devolviendo -insisto- la credibilidad con claros objetivos fiscales, monetarios y cambiarios. Con el tiempo, mejoraría la demanda de dinero y la expectativa de que volvamos a ahorrar nuevamente en nuestra moneda, lo cual no sería otra cosa que recuperar la función de depósito de valor que debería tener toda moneda.
Obviamente que dadas estas condiciones, la inflación bajaría. Pero si no se cumplen con esos tres objetivos, la inercia inflacionaria va a seguir al menos en estos niveles.
Luciano Andreychuk