Dimmer: “El nuevo Plan Estratégico debe ser ágil y menos asambleario”
Venado Tuerto espera en el corriente año la elaboración de una nueva planificación urbana después de la agonía y muerte del Plan General que se gestó en el 1997, promediando la primera gestión del intendente Roberto Scott; y se modeló en sus bases a lo largo de 1998 con un fuerte apoyo institucional y una entusiasta participación popular.
Desde comienzos del año pasado, el gobierno venadense manifestó su voluntad de concebir un nuevo Plan Estratégico, adaptado a los tiempos actuales. Aun en la virtualidad, hubo avances, incluyendo la designación de Mauro Nervi como coordinador, una vez desafectado de la Secretaría de Desarrollo Productivo y Planeamiento, pero las limitaciones por la pandemia de coronavirus y, luego de mitad de año, el inicio de la campaña electoral, postergaron el lanzamiento de la iniciativa que el intendente Leonel Chiarella había anunciado en el discurso inaugural del período ordinario de sesiones legislativas.
Hombre clave
Un hombre clave en el último Plan General fue el arquitecto Carlos Dimmer, quien desde la Secretaría de Obras Públicas convenció al intendente Roberto Scott de los beneficios urbanos de asumir ese desafío desde el inicio de la gestión. Veinticinco años después, sigue siendo un apasionado de la temática, y ahora compartió reflexiones con Sur24 sobre su experiencia que podrían ayudar a la nueva dirigencia local. En ese sentido, tras expresar su acuerdo con la decisión política de volver a planificar el crecimiento de Venado Tuerto, enfatizó: “En las distintas ciudades en las que participó Eduardo Reese como coordinador de un Plan Director, siempre los más convencidos eran los miembros del Gabinete municipal, que se convertían en los más fervorosos defensores del proyecto, y así incentivaban la participación de la gente. En nuestro caso, ocurrió lo contrario, pues los funcionarios acudieron a un solo taller, que era el destinado al funcionamiento interno municipal, y enseguida tomaron distancia; no estaban involucrados con los objetivos, hasta el punto tal que algunos referentes de la comunidad estaban más convencidos de la trascendencia del Plan General que los propios responsables políticos”.
Más adelante, el ex secretario abordó la controversia que se erigió en el principio del fin del Plan General: “Cuando el Plan General aún estaba en pleno desarrollo, en el ’99, Scott dio el aval a la instalación de un barrio cerrado -frente al Polo Club-, mientras que el Equipo Técnico dictaminó que no era viable. En respuesta, el intendente, poco a poco, transformó en letra muerta esa gran inversión en tiempo, dinero y esfuerzo”. Y amplió: “Entonces descubrimos que no sólo Scott y la mayoría de sus colaboradores descreían de la necesidad de la planificación, sino que tampoco desde la veintena de instituciones de la Junta Promotora, ni del Equipo Técnico, se manifestaron con la dureza que hubiera sido esperable para reprochar la actitud”, lamentó.
Nuevos tiempos
“A estas alturas, pensando en un nuevo plan, no están dadas las condiciones para asambleas populares, no sólo por la pandemia (“en tiempos de aislamiento estricto hubo margen para progresar en varios aspectos, como los programas de reciclado de residuos, pero no se aprovechó”, criticó), sino también por las urgencias personales en la crisis; en cambio, resultaría más conveniente, una vez elaborado el nuevo diagnóstico, segmentar el objeto de estudio en cinco o seis áreas, para abordarlas con los equipos técnicos y definir un ante-proyecto, que luego sí podrá presentarse ante las instituciones para un amplio debate, como si se tratara de defender una tesis, y así se agilizará el proceso”, sostuvo el arquitecto, aunque observó que para ello la Municipalidad deberá conseguir los técnicos idóneos. “No es tarea para improvisados ni voluntaristas; una planificación urbana exige conocimientos y experiencia”, avisó. Y amplió: “También es indispensable no caer en la tentación cortoplacista del corte de cintas cada 15 días ni moverse en función de la próxima campaña electoral. Hay que despojarse de esas mezquindades si el verdadero objetivo fuera diseñar un desarrollo sustentable que proyecte una ciudad mejor para las próximas generaciones”.
Final con letra muerta
En 1998, bajo la inspiración de su secretario de Obras Públicas, Carlos Dimmer, el intendente Roberto Scott lanzó una planificación estratégica local y en pocos meses se puso en marcha el proceso participativo liderado por una veintena de instituciones que conformaron la Junta Promotora del Plan General.
Con la coordinación del urbanista Eduardo Reese y el debut en la función pública de José Freyre como miembro de los equipos técnicos, a lo largo de varios meses se trabajó fuerte en seis Talleres de Diagnóstico sobre los siguientes ejes: Regional; Económico; Urbano; Ambiental; Infraestructura y Salud.
Tras la elaboración del Diagnóstico entre la Junta Promotora y las entidades, los Talleres Participativos conciliaron líneas de acción; identificaron debilidades y fortalezas; plantearon escenarios futuros, formularon un objetivo general y en el año 2000 se presentó una cartera de proyectos para cada eje estratégico.
La confección del Plan General esperanzó a la ciudadanía y en particular a las entidades intermedias. Desde el Plan Regulador de los ’70, Venado no había vuelto a disponer de una herramienta de estas características, que pudiera dejar atrás la improvisación y las especulaciones y, en cambio, promoviera un crecimiento armónico y sustentable. No durarían demasiado las expectativas. El mismo mandatario que lo creó, lo desmanteló sin piedad. Una década más tarde, Freyre, sin convicción, amagó con resucitarlo. Sin embargo, el Plan General murió sin pena (casi nadie lo reclamó) ni gloria (no dio los frutos esperados). Hoy surge una nueva ilusión de generar políticas de Estado que persigan objetivos de desarrollo urbano de interés comunitario.