El molino que se quemó dos veces y el lunes pasado se cobró la vida de uno de sus herederos
Juan Manuel Speerli (Sur 24)
En el inicio del libro El 18 brumario de Luis Bonaparte, el filósofo Karl Marx decía que “la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa”. Esta tesis no aplica para todos los casos y se vuelve triste cuando lo que se reitera, en realidad, es la tragedia. Hace apenas una semana se daba cuenta de la puesta en valor por parte de la Municipalidad de Villa Cañás de un espacio donde funcionaba un molino que se había quemado. El lunes 24 de mayo este lugar sufrió un nuevo incendio en el que murió uno de los herederos, quien residía en este viejo edificio.
Fe de erratas y la verdadera historia
En la edición anterior de Sur 24, salió publicada la nota en la que el conocido popularmente como “molino quemado” –espacio ubicado sobre la avenida 51 y calle 54 bis al que se le agregó una senda peatonal, luminarias y bancos de hormigón en el sector lindero a las vías del ferrocarril y cuya fachada se iluminó en las últimas semanas- había sufrido un histórico incendio en la década de 1950 cuando era propiedad de una familia de origen alemán. En realidad, el incendio se produjo en 1924 mientras funcionaba el molino harinero Cabodi y Gutiérrez Plummer que le daba trabajo a más de 40 obreros. En 1949 un señor alemán de apellido Binding compró el inmueble y lo reconvirtió en un molino aceitero, pero la actividad no tuvo continuidad y finalmente este lugar quedó abandonado para siempre. Guillermo “Willy” Stadlberger, nieto de Binding, vivió toda su vida en la casa del lugar. Alrededor de las 18 horas del pasado lunes 24 se produjo la explosión de varias garrafas en una de las habitaciones, generando un incendio que acabó con la vida del conocido en Villa Cañás como “Willy” –le decían Bili por la fonética del alemán-, de 80 años, quien murió a las pocas horas producto de las quemaduras sufridas.
Dos dotaciones de bomberos y tres autobombas, más dos unidades para incendios estructurales y una unidad de abastecimiento apagaron el fuego mientras caía la tarde. Una de las ventanas de la habitación incendiada tiene vista al sendero recientemente inaugurado.
“Cuando se incendió el molino Cabodi en 1924 no había bomberos. Estuvo humeando durante una semana y el pueblo estuvo lleno de cenizas por lo menos por tres días”, cuenta Bonifacio Asenjo, historiador cañaseño con una memoria implacable. Aunque de este hecho se anotició ya de niño porque nació un año después del incendio, a pocos metros del molino. “Me contó mi padre, que tenía un comercio enfrente, que todo el barrio estaba muy asustado porque el fuego comenzó a amenazar otras casas ya que el viento extendía la llamas. Los vecinos hacían guardias durante las noches hasta que el fuego se apagó solo”, agrega Facio, próximo a cumplir 96 años, desde el teléfono fijo de su casa. “En mi libro vas a encontrar más detalles de la historia del molino”, dice, haciendo referencia a El hombre que nunca se llevó historia a marzo (Dunken, 2010), una recopilación de conversaciones entre Bonifacio y el periodista Carlos Tellería en el programa radial “La Magia que se escucha”.
Qué pasó después del incendio de 1924
Según Asenjo, con el edificio totalmente desmantelado, en el sector sudeste contra las vías del ferrocarril, Francisco Rojas, que había sido empleado y accionista del molino harinero Cabodi y Gutiérrez Plummer, abrió una panadería e incorporó a dos exempleados del molino. La panadería funcionó allí hasta 1938.
Posteriormente, se instaló el boliche La Secadora, que según los relatos de la época, tenía una intensa actividad nocturna.
“Tiempo después, en el sector del cuerpo central del edificio se armó una cancha de básquet en la que jugábamos con el resto de los chicos de mi edad. Incluso hasta se formó un club llamado Club del Molino, que estuvo activo por dos o tres años hasta que los clubes Sportsman y Studebaker absorbieron a los jugadores para competir en el campeonato de la Asociación Venadense”, recuerda Facio.
De 1925 a 1949 pasaron muchas generaciones de niñas, niños y adolescentes del barrio para jugar entre las ruinas, descubriendo sótanos y túneles, e intentar llegar hasta lo más alto de la chimenea para asomar sus cabezas.
En 1949, el abuelo alemán de Willy lo compró para producir aceite y entregar a la aceitera rosarina Santa Clara. “Quedaba todo el pueblo negro por el humo que salía de las calderas”, rememora Facio.
El fuego ya casi centenario terminó con los sueños de muchas familias que vivían de la principal industria del pueblo. El fuego de hace una semana terminó con la vida de uno de los herederos de un edificio histórico de Villa Cañás.