El paraíso de los libros, en la mirada de Juan Carlos Rodríguez
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Siempre digo que la cobertura integral de la Feria es como dar vueltas en calesita. Como gira varias horas, te pueden tocar algunas vueltas más lindas, otras no tanto, pero siempre habrá anécdotas rescatables. Esta edición se prolonga desde el 28 de abril al 6 de mayo, así que en los tres días que estuve hubo de todo, y hasta su final aún pueden pasar hechos también significativos.
Apenas entrás ya te das cuenta que las cosas no son iguales. En la sala de prensa, las gacetillas son mínimas, la credencial es un cartoncito sin soguita ni plástico que la recubra (por lo menos para los que no fueron los primeros en acreditarse), y en el largo túnel hasta los salones ya no hay gigantografías ni frases célebres de grandes escritores.
Uno, que tuvo la posibilidad de cubrir muchos años la misma, advierte que en el Pabellón Rojo ya no hay venta de libros, como antaño, sino sólo la Sala José Hernández. La pandemia también trituró a muchas editoriales, y eso obligó a redistribuir las mismas. En el Pabellón Ocre hay un stand nuevo, de acuerdo a los tiempos que corren, que es el de Orgullo y Prejuicio, con nutrida bibliografía sobre la temática LGBT.
Y a pesar de haber pasado varios días, todavía resuenan las palabras de Guillermo Saccomano en la inauguración, cuando aseguró haber sido el primer escritor en cobrar por dar el discurso inaugural en la historia del evento y rescató al director general de la Fundación El Libro, Ezequiel Martínez: “Con respecto a mis honorarios, Ezequiel no puso reparo. Es más, coincidió en que se trataba, sin vueltas, de trabajo intelectual. Y como tal debía ser remunerado, aunque hasta ahora, como tradición, este trabajo hubiera sido gratuito”, manifestó el orador, pronunciando palabras que son reiteradas veces aludidas durante la Feria, cuando distintos escritores no sólo le dan razón con respecto a cobrar por dar el discurso inaugural, sino también que van más allá, insinuando que siempre se debería cobrar, aunque sea para dar una charla.
En el Pabellón Rojo ya no hay venta de libros, sino sólo en la Sala José Hernández. La pandemia también trituró a muchas editoriales y eso se nota mucho.
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En el Pabellón Ocre están los stands de las provincias. Uno se siente un tanto desilusionado por la presencia casi testimonial de la provincia de Santa Fe, con poquísimos actos, casi la nada misma si lo comparamos con los bullicios costumbristas de los stands de Tucumán o Santiago del Estero, por ejemplo, con muchas presentaciones, bastante música y hasta degustación de productos típicos de cada región. Se siente tentado de reflexionar sobre si a la cabeza de los funcionarios de Cultura de la provincia ha llegado alguna idea sobre lo que representa esta muestra plural y federal.
Mientras tanto, la tarde del viernes 6 Radio Nacional pone al aire el discurso de Cristina desde Chaco, y entonces su palabra serpentea entre las charlas, sus críticas a un ministro se escuchan hasta en los baños, y en la pausa que ella se toma para beber un vaso de agua se escucha en la mesa de informes que un visitante pregunta dónde venden el libro de Fernández Díaz, ese que habla de la colonización populista y la resistencia republicana.
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Cristian Alarcón, cronista y escritor chileno, retomó también ese discurso inaugural de Guillermo Saccomano, para señalar como “tan injusto el trabajo del escritor en términos de no recibir lo que realmente significa el desgaste emocional, físico, mental, infernal que es escribir un libro…. el que sea. Lo que te paguen es poco. No te recuperás más, es un desgaste muy fuerte”.
El chileno presentó su obra El tercer paraíso, ganadora del Premio Alfaguara de novela 2022, junto a las autoras Mariana Enríquez y Gabriela Cabezón Cámara ante una sala repleta. El director de la revista Anfibia ambientó su novela en diversos parajes de Chile y Argentina, y en un tramo de su charla, especialmente diseñado para periodistas, indicó: “Nunca tuve el trauma del periodista que quiere hacer periodismo literario, crónica, no ficción, como se da por llamar al periodismo bien hecho y bien contado. No es que transité los veinte años de cronista o los otros dos o tres libros pensando ‘un momento, me voy a convertir en un escritor serio, publicando una novela de ficción’. Al contrario, lo mío era una especie de reivindicación absurda de la crónica”.
Como en una parte de su alocución Alarcón había dicho que una cosa es la madre y otra cosa es la voz materna, Sur24 quiso saber cuál es la diferencia: “Con la madre uno se pelea, se amiga, la quiere más, la quiere menos, la quiere siempre, es una persona. Disfruto de mi madre que está aquí, a quien amo profundamente, le agradezco todo lo que dijo y lo que no dijo también. La voz materna es algo mucho más complejo y está hecha de una enorme cantidad de capas sedimentadas en nuestra memoria, no solo de las historias sino también de un modo de hablar y de construir el universo. Uno construye el universo con una sensibilidad, la lengua materna es esa sensibilidad, es suspicaz, es lacerante, es filosa, tiene otros condimentos que exceden las acciones de una madre. La voz materna es mucho más que las acciones de una madre, es un modo de habitar el lenguaje, no es un sujeto, es un concepto”.
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Como todos los años, hay una ciudad invitada de honor. En este caso es La Habana. Han venido varios escritores desde la isla, quienes dan charlas ante puñados de personas que pasan y se detienen a escuchar. La temática predominante es la revolución cubana, las banderas que enarbolaba el Che y la impronta que han dejado los clásicos de ese país. Sabida la afición que tenía el Che por el ajedrez, hay un espacio donde se juegan partidas simultáneas. Es un homenaje, dicen. En las antípodas de ese pensamiento, Marcial Gala, el escritor nacido en Cienfuegos que actualmente reside en Buenos Aires y se ha quedado con el Premio Ñ de novela con Llámenme Casandra, la historia de un soldado cubano trans peleando en Angola, dice: “Cuba es un país que está estancado. Un país de viejos. La producción cubana disminuye terriblemente cada año por la gente que se va para no volver. A alguna gente Estados Unidos le ha hecho mucho favor, ya que tienen un enemigo a quien culpar de todos los males. Es un gobierno que lleva sesenta años diciendo lo mismo, y viviendo del recuerdo de haber asaltado cuarteles, sin darle a la gente la posibilidad de elegir otra variante”.
La temática predominante es la revolución cubana, las banderas que enarbolaba el Che y la impronta que han dejado los clásicos de ese país.
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En una de las conversaciones más esperadas de la Feria, el Nobel peruano Mario Vargas Llosa charló con Jorge Fernández Díaz de literatura, de su admirado Borges, de su amigo Cortázar, de su Covid y del rol de las izquierdas latinoamericanas. También del escritor español Benito Pérez Galdós, objeto del encuentro. El escritor peruano empezó contando la desagradable experiencia que fue atravesar un Covid hace poco más de dos semanas en Madrid, donde reside, a mostrarse entre pesimista y esperanzado por las realidades sociopolíticas latinoamericanas, sin dejar de hablar, claro, de literatura. Pero sus reflexiones estuvieron plagadas de opiniones políticas.
“Tengo poca confianza en la izquierda latinoamericana y lo digo por mi país. Es una izquierda fanática, dogmática, cerrada a nuevas ideas, con una visión distorsionada de la realidad”, dijo Vargas Llosa, y siguió: “La democracia está viva. La invasión rusa a Ucrania ha servido para fortalecer a la Unión Europea”, ejemplificó, aunque después sostuvo que el panorama es otro en América Latina, donde “la situación no puede ser más trágica” y que Perú, por ejemplo, “tiene un presidente analfabeto”.
“América Latina –continuó el escritor de 86 años– se está hundiendo poco a poco en gran parte por responsabilidad de la izquierda en el pasado, un pasado siniestro e injusto”. En la primera fila, lo escuchaba atentamente Cayetana Álvarez de Toledo, una de las figuras ascendentes del Partido Popular de España. Luego metió un poco de esperanza en el auditorio: “Creo que si hay un país en América Latina que debería encontrar un lugar de progreso es Argentina”. Un momento incómodo para este periodista fue cuando se dedicó a elogiar vivamente a Margaret Thatcher, sin ninguna repregunta u objeción del entrevistador: “Viví en Inglaterra, bajo el gobierno de Thatcher. Al principio, encontré un país en decadencia. Y Thatcher convirtió a la inglesa en la primera sociedad europea. Fueron años importantes, con sobresaltos políticos. Pero fue una identificación llena con la ideología liberal, aunque ella era conservadora. Sin embargo, desde el punto de vista social y clasista, era revolucionaria”. Las mil personas presentes, que deben saber algo de los casi 700 soldados argentinos muertos, guardaron silencio. Educadamente.
En una de las charlas más esperadas, el laureado escritor peruano Mario Vargas Llosa dialogó con el periodista y escritor argentino Jorge Fernández Díaz.
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En el stand de Tucumán, un poeta narra que empezó su libro cuando Macri ganó las elecciones, porque quería resistir al liberalismo que se venía. Entre aplausos, le dedica su lectura al stand de Clarín. El cronista se pregunta por qué todas las mejores charlas son a la misma hora, por lo que hay que elegir a cuál ir, y afrontar la pequeña pena de perderse otras que tal vez también estén buenas. Secretos de la organización, como también lo debe ser ese destrato que recibe la prensa, que no tiene las primeras filas reservadas, como fue siempre, sino que debe arreglarse como pueda ya que los jovencitos que se encuentran en las puertas parecen desconocer el rol multiplicador que juega el periodismo en estos casos. Entonces, hay veces en que se debe grabar, tomar apuntes y sacar fotos, sentado en el piso. En la Feria, un combo de hamburguesa, papas fritas y gaseosa sale $ 1.900 por persona, mientras el precio promedio de un libro recién aparecido es de $ 2.000. ¿Alimentar el cuerpo o el espíritu? Saliendo ya del predio, en el stand de Orgullo y Prejuicio una veintena de personas escuchan a tres escritoras que abordan el tema Escrituras Lesbianas. A la hora de querer hacer un balance sobre el evento, un matrimonio apura el paso para salir junto a la marea humana que busca colectivos o subtes para retornar a casa. Una mujer le dice a su marido: “Cuánta gente que había, pero por lo menos no nos quedamos todo el domingo en casa”, mientras se dirige a un puesto de libros, que históricamente se encuentra sobre Av. Santa Fe, frente a la Feria, para ver si encuentra alguna oferta.
Colaboración: Juan Carlos Rodríguez