El santafesino que cruzó el Atlántico en velero: “¡Que el barco no se parta a la mitad!”, rezaba
Por Tomás Rico
Olas de seis metros, viento de proa que alcanzaba por momentos los 35 nudos (64 km/h), dos velas rotas y una tripulación reducida (por nauseas y mareos que provocaba el desenfrenado oleaje), así fue el escenario de bienvenida con el que se inició el cruce del océano Atlántico para el santafesino Jorge “Coqui” Chemes (28 años) y la tripulación chilena, quienes partieron a bordo del velero “Equinoccio” desde la isla de Lanzarote (España).
“¿Qué estoy haciendo acá? ¡Que el barco no se parta a la mitad!”, se preguntaba y rezaba el santafesino mientras navegaba y hacía frente a la tempestad que persistió durante cuatro días y dejó como saldo el abandono de cuatro barcos de los 34 que largaron la regata trasatlántica “RORC Transatlantic Race”.
“Dos de los que abandonaron rompieron el palo, y uno de estos barcos estaba cerca nuestro. En plena tormenta mientras me tocaba llevar el timón escuché por radio ´mayday` (señal internacional de socorro que se utiliza como llamada de emergencia). Fue una situación muy cruda”, comentó Chemes en diálogo con El Litoral, ya en tierra firme tras los 16 días, 18 horas y 20 minutos de navegación que les demandó llegar hasta el país caribeño de Granada.
En el plano deportivo, la tripulación del barco chileno “Swan 57” del año 1978 (tiene más de 17 metros de eslora y es considerado un emblema en la náutica) se quedó con el primer puesto en “Clásicos”, categoría que reúne a los veleros con más de 40 años de antigüedad. Mientras que el ganador de la clasificación general fue el “Comanche”, embarcación que finalizó la competencia de 3.000 millas náuticas (5.500 km) en 8 días y 10 horas, superando así el récord que era hasta esta edición de 10 días de navegación.
Experiencia inolvidable
– ¿Cómo se organizaba la tripulación para navegar?
-De la tripulación de seis hicimos guardias de cuatro horas, dos veces al día. A mí me tocaba de 2 a 6 de la mañana y de 14 a 18 horas. Pero durante la tormenta, de los seis tripulantes, tres estaban descompuestos así que no podían navegar, y las guardias que inicialmente eran de dos personas pasaron a ser de una.
– ¿Cómo la pasaste durante esos días que el viento no daba tregua?
-Muy difícil. El barco se escoraba bastante y era duro poder llevar el timón, pero el Swan se lo soportó bastante bien.
-También rompieron velas.
-Sí, es la primera vez en mi vida que veo cómo “explotan” dos spinnaker (vela que se coloca en el frente del barco).
– ¿Hubo momentos en los que sentiste temor?
-En el cuarto día de tormenta ya pedía que “esto se acabe, por favor. Quiero descansar”.
-Después de la tempestad seguramente hubo tiempo para disfrutar y distenderse.
-Para mí en general fue una sensación inexplicable. Hubo momentos fuertes y otros de mucho disfrute en el barco, sobre todo cuando el viento se fue al noreste y veníamos barrenando las olas, el barco iba plano y empezamos a disfrutar.
Fue un viaje muy reflexivo, las noches de luna llena y el cielo estrellado hacían pensar mucho. Me ayudó a salir de la zona de confort y a ver las cosas desde otro punto de vista, lo que me dijo el capitán Martín Westcott (el primer capitán chileno en dar la vuelta al mundo) y me quedó grabado fue que “en la mar lo que antes era importante ya no lo es, y lo importante es lo simple”.
– ¿Cómo hacían para guiarse en el recorrido?
-Usábamos cartas náuticas, el AIS (es un sistema que transmite la posición de un barco para que otros barcos estén al tanto de la misma y así evitar colisiones), pero también en este viaje aprendí mucho a navegar guiándome con las estrellas, como la “Cruz del Sur”, “Las tres Marías”. Me di cuenta que es muy bueno saber guiarse así y poder aplicarlo.
-Durante la derrota ¿qué pudiste ver que te llamó la atención?
-Me llamó la atención la gran cantidad de cardúmenes de delfines que nos cruzamos, también de peces voladores. Tal es así que una noche mientras estaba de guardia en el timón sentí que algo me golpeó la cara, pensaba que se nos estaba subiendo alguien al barco, fueron dos minutos en los que no podía ver nada, tampoco podía soltar el timón, y cuando al fin pude distinguir lo que había era uno de esos peces voladores.
– ¿Caes en la cuenta del cruce que pudiste terminar?
-Todavía no del todo. Hablando con Gustavo Martínez Lacabe (presidente de la Subcomisión de Vela del Club Náutico Paraná, entidad donde Chemes es instructor de Optimist) me decía: “Esto que hiciste va a ser una anécdota que le vas a poder contar a mis hijos y nietos”.
Con esta regata que hice también me gustaría fomentar el deporte náutico en nuestra provincia y aquellos que no saben qué hacer puedan pensar en conocer y vivir este deporte apasionante.
– ¿Ahora cómo sigue tu singladura?
-La idea del capitán es pasar unos días navegando con la familia por el Caribe y me invitó para que me quede. Y después me ofreció llevar el barco hasta Chile, eso sería una cosa increíble. Cruzaría por el Canal de Panamá y navegaríamos rumbo a la Isla de Pascua por la corriente de Humbolt, que permite una navegación tranquila.