Una de las principales evaluaciones que deben superar aquellos que pretenden ser parte de las filas del Ejército, la Armada o la Fuerza Aérea es el examen psicológico. Consta de una parte estandarizada, escrita, y luego personalizada con una entrevista frente a profesionales. Por ejemplo, quienes presentan rasgos de baja autoestima o de tendencia suicida son rechazados. La preocupación actual radica en que el rechazo por “no apto psicológico” era excepcional tiempo atrás y ahora representa alrededor del 50% de los más de 70 mil jóvenes que intentaron sumarse a la milicia en lo que va del 2022 y que no lograron hacerlo por ese impedimento, según relatan a El Litoral funcionarios del área de salud del ministerio de Defensa.
Fuerzas Armadas: la mitad de los postulantes son rechazados por “no apto” psicológicamente
Fuentes militares indicaron que la medida de incorporar soldados voluntarios por encima de la media de los últimos años es una alternativa encontrada por el gobierno para darles contención a aquellos jóvenes que no logran acceder al mercado laboral y evitar que caigan en problemas como adicciones y delincuencia. Al mismo tiempo, explican, el proceso de incorporación sirve para elevar a las autoridades sanitarias un pantallazo del estado de salud general de las franja etaria que va de los 17 a 24 años, debido a que se detectan y registran todo tipo de enfermedades y patologías. Este “termómetro sanitario” antes recaía en la incorporación al servicio militar obligatorio.
En los últimos meses se potenció la cantidad de suicidios de uniformados, aunque no se desarrolló una estadística del fenómeno. No es llamativo que la mayoría provenga de integrantes del Ejército, ya que es la institución que más personal incorpora (en el caso de soldados, unos 20 mil solamente este año) contra menos de la mitad en las restantes Fuerzas. También es la que posee mayor cantidad de hombres y mujeres en su estructura, con más de 60 mil militares (29 mil suboficiales, 27 mil soldados y 6 mil oficiales).
El Dr. Enrique De Rosa es psiquiatra y neurólogo. También es importante destacar en este caso que fue asesor del ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires y que llevó adelante varias propuestas a instituciones policiales y militares para el tratamiento de la violencia y el suicidio. En el último punto, reconoce que “los casos son muchísimos y es preocupante” al tiempo que asevera que en Argentina “no se está trabajando” integral y actualizadamente en el tema.
El especialista explica que “cada factor de quiebre social e individual, que es cómo cada uno procesa las pérdidas individuales, empieza a ser un factor de sobrepeso: como si tuviera algo colgado y que hace que uno se caiga, de hecho eso significa suicidio”. Agrega un detalle de análisis que hace entender por qué la mayoría de los suicidios se da en adolescentes o jóvenes adultos cuando detalla que “la gente más inmadura, es más frágil y por eso la tasa de suicidio es tan significativa al punto de ser la segunda causa de muerte en los jóvenes y la primera en algunas franjas etarias”.
El doctor De Rosa explica el causal que ubica a los jóvenes por encima de la media en términos comparativos, pero cuando uno pone sobre la mesa el incremento nominal de casos en ese coto etario, el médico advierte que en los más jóvenes “la baja tolerancia a la frustración está incrementada por los sistemas, como los de redes sociales por la gratificación inmediata y la mala publicidad que tiene el placer postergado para lograr un objetivo en el mediano plazo o perseguir un ideal. Hoy todo tiene que ser inmediato, sino te castigan” sentencia.
Para el entrevistado hay dos factores muy preocupantes. Por un lado, el incremento abrumador del “paso al acto brusco (el suicidio en sí) desde la tendencia (suicida)” y que no exista un abordaje que contemple los efectos de la pandemia. “Desde la primera semana de pandemia advertí lo que se venía en materia de suicidio y nadie quería hablar del tema” dice y asegura que “si pusiéramos en estadísticas el índice de suicidio antes y después de la pandemia, seguramente se preocuparían”.
En el último punto, sirve de ejemplo el caso del propio Ejército: autoridades consultadas informaron que hay dos directivas técnicas vigentes. Una es del 2015, con pautas para la prevención y reducción de casos. La otra es del 2016, específicamente avocada a la prevención y complementaria a la primera. También señalan que fueron producidas desde el trabajo de campo y científico. Aseguran que trabajan sobre la cuestión, pero que hay casos que las herramientas no alcanzan para detectar los síntomas a tiempo o para que los más vulnerables acudan a pedir ayuda.
En términos generales, la principal asistencia que el Estado ofrece a quienes quieran pedir ayuda es un “sistema de respuesta telefónica que no funciona”, dice De Rosa, porque no logra dar una respuesta específica, tendida y contemplativa de cada caso particular. Sobre el caso de incremento desmedido en las Fuerzas Armadas advierte que el “acceso a las armas potencia enormemente” el paso de la tendencia suicida al suicidio en sí, lo que demanda un abordaje superior y que logre contener a la comunidad.
Los profesionales reclaman que “no debe dejarse pasar los resultados del “termómetro” en que se convirtieron las Fuerzas Armadas y que indican un alto grado de baja autoestima y tendencia suicida en los más jóvenes que el Estado debe contemplar y amoldarse para dar la contención necesaria para evitar un trágico futuro a corto plazo. Mucho menos aún que esos dramas están siendo extrapolados al interior de las Fuerzas, con todo lo que ello puede implicar”.