Horacio Rosatti, bronce y barro
(Por Ignacio Hintermeister) – “No cerraban los precios”, dijo Horacio Rosatti cuando renunció a mediados de 2005 como ministro de Justicia de Néstor Kirchner; ya dos años antes Roberto Lavagna había denunciado los sobrecostos en la Cámara Argentina de la Construcción. Se infería entonces una arquitectura de poder corrupto; arrepentidos y pruebas engrosan expedientes que habrán de ser revisados en la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Muchos analistas recuerdan aquél gesto del flamante presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Pero hay un episodio tal vez más decisivo para quien pretenda hacerse una idea de qué es lo que habita en ese santafesino desafiado a ser y parecer -como sus pares- hombre político y juez de la Constitución.
Para eso hay que ir algo más allá de las ciclovías, el Paraninfo o el decanato de un divorciado en la Católica. En la calle Posadas, no muy lejos del cementerio de la Recoleta y de la plaza San Martín de Tours de la Capital Federal, hay un edificio centenario que diseñó el arquitecto Alejandro Bustillo y que bien podría ser distinguido ciudadano de una rue parisina.
Son las oficinas del Procurador del Tesoro, que hoy habita Carlos Zannini. El jefe de los abogados del Estado no presentó su renuncia a Alberto Fernández cuando los altos funcionarios kirchneristas lo hicieron el miércoles pasado.
Tampoco la presentaron Juan Martín Mena, viceministro de Justicia (contacto de Cristina en Tribunales); Gerónimo Ustarroz -medio hermano de Wado de Pedro-, delegado en el Consejo de la Magistratura; Félix Crous, titular de la Oficina Anticorrupción; Ricardo Nissen, quien está al frente de la Inspección General de Justicia; Cristina Caamaño, interventora jefa de los espías, ni Carlos Cruz, presidente de la Unidad de Información Financiera (UIF).
Zannini comanda desde su lujosa oficina, a los abogados del Estado, y a ese equipo que hoy tiene por principal objetivo cubrir las espaldas de Cristina Fernández de Kirchner en causas que tendrá que revisar la Corte.
También desde ese mismo despacho Horacio Rosatti -fue Procurador del Tesoro entre 2003 y 2004- diseñó un argumento jurídico para que los juicios que afrontaría la Argentina tras la crisis de 2001 tuvieran una última instancia en el máximo tribunal del país.
La Argentina en la que el peronismo creó la Convertibilidad y sancionó la pesificación asimétrica, cedió la jurisdicción mediante Tratados Bilaterales de Inversión; Néstor Kirchner -que por entonces tenía a Zannini en la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia- no solo descartó el diseño con el que Rosatti trató de recuperar la soberanía judicial del país. Además “privatizó” el derecho de defensa en juicio de la Argentina ante los tribunales del CIADI o de Nueva York; el abogado santafesino denunció el hecho abiertamente.
Peronista y católico, inclinado al constitucionalismo social, analista jurídico de las emergencias continuadas, se puede leer de Rosatti la sugerencia de un Poder Judicial imaginativo conforme a circunstancias ambientales, forzando los cauces que Montesquieu asignó a la división de poderes, pero sin contradecir a la Constitución.
El santafesino llega a la presidencia de la Corte en tiempos en que la dirigente política más poderosa del país en emergencia, ha dictaminado la muerte de Montesquieu y ha juzgado a la división de poderes como rémora de un poder absoluto.
Es posible que Rosatti, el hombre político, comparta con ella los cuestionamientos al Estado mínimo abstencionista y hasta justifique cierto intervencionismo estatal, correctivo de las inequidades sociales. Pero el jurista tendrá que definir, al mismo tiempo, sobre cuestiones penales que jaquean la conducta de quien hoy ejerce la vicepresidencia.
¿Aquel ministro de Justicia que se fue para no convalidar sobreprecios, debió haber cumplido su deber de funcionario? No hubo denuncia penal.
Mauricio Macri postuló al constitucionalista santafesino como miembro del máximo tribunal en 2015; fue una ofrenda al peronismo -con voto decisivo en el Senado- para que también Rosenkrantz llegue al cargo. El ex presidente se arrepintió por no haber promovido en el lugar a Domingo Sesín; juez al fin de la Constitución y no del poder político, no hubo concesiones de Horacio a Mauricio, que terminó acusándolo de magistrado populista.
Carlos Rosenkrantz simpatizó con el alfonsinismo; Juan Carlos Maqueda fue vicegobernador de De la Sota en una Córdoba que es peronista pero no kirchnerista. Son los dos votos que acompañaron al del propio Rosatti como primus inter pares. Elena Highton de Nolasco y Ricardo Lorenzetti pueden concebirse más funcionales al kirchnerismo; los jueces suelen ser pronosticadores eficaces de un cambio en los vientos políticos.
Comodoro Py toma nota; ¿lo hará Reinaldo Rodríguez? El juez federal de Santa Fe sorteó el planteo fiscal para omitir una acusación contra Horacio Rosatti, por enriquecimiento ilícito. Sobre fin del pasado año, se agitaron las tintas sobre una acusación al hijo del juez y un supuesto intento del magistrado por interferir en la causa.
El voto de Rosatti en la Corte no vale doble por ser presidente, pero su gestión administrativa puede acelerar o demorar decisiones en un país donde el manejo de los tiempos suele ser sentencia más severa que la que se dicta en un expediente.
Vale de ejemplo el caso en el que el máximo tribunal debe decidir si la última reforma al Consejo de la Magistratura, que devolvió privilegios decisivos a la corporación política de turno a la hora de poner o remover jueces, es constitucional o no. Mientras no haga su trabajo, la Corte consiente a Cristina por omisión, pero la amenaza por derecho.
Más allá de los modelos políticos, que se disputan menos en Tribunales que en las urnas, Cristina Kirchner está acusada por Asociación Ilícita en la causa de Vialidad Nacional, que compromete a Lázaro Báez. Tiene juicios pendientes en causas como Hotesur y Los Sauces, Cuadernos y Pacto con Irán.
Horacio Rosatti, el político, el juez, es un hombre de trajes muy prolijos, de pañuelos asomando en el bolsillo, de colores sobrios. Cuida su imagen como siempre lo hizo, desde que empezó a dar clases de Derecho Constitucional. Ya por entonces se le adivinaba una aspiración docta sin omitir al poder, más cerca de una Convención Constituyente que de una Municipalidad.
Cada mañana, cuando se mire al espejo para ajustar su corbata, el magistrado decidirá cómo define su rol entre el bronce y el barro. Tendrá cajones para guardar y resguardar expedientes; redactará argumentaciones jurídicas. Los jueces hablan por sus sentencias; también por sus silencios.