¿Qué significa el discurso de Milei ante el Congreso?
La convocatoria al Pacto de Mayo: un acuerdo para gobernarlos a todos
El convite presidencial a gobernadores y referentes políticos a suscribir una suerte de nuevo “contrato social” pareció romper el esquema de confrontación. Pero en sustancia, se limita a revestir con otras formas las pretensiones de adhesión incondicional.
El presidente de la Nación coronó su discurso de apertura del período de sesiones ordinarias del Congreso con una convocatoria que sorprendió por las formas y pareció un punto de quiebre con lo que fue todo su desarrollo anterior, pero que en sustancia no se aparta de lo visto hasta ahora.
En concreto, convocó a todos los sectores políticos a firmar el Pacto de Mayo, un acuerdo de diez puntos orientados a resolver los principales problemas del país, y en la provincia de Córdoba, gobernada por un mandatario justicialista y que además durante un tiempo fue uno de sus blancos preferidos, Martín Llaryora.
Así expuesto (y en esos términos lo hizo), parece ser una suerte de bálsamo a las escoriaciones producidas por las permanentes refriegas que jalonaron estos 82 días de gobierno, y un puente de plata hacia un futuro de acuerdos en orden al bienestar del país. Pero el reverso de esa florida descripción es muy fácil de advertir: el pacto supone la adhesión a 10 puntos preestablecidos, que a su vez son el esqueleto de su pensamiento y su propuesta política; la mano tendida a los gobernadores y líderes políticos no importa otra cosa que “perdonarles” sus descarríos previos en la medida en que ahora se avengan a suscribir sus términos (una amigable rendición); y la condición sine qua non para acceder a ese paraíso democrático es aprobar previamente la ley Bases, que en un primer intento no logró sortear el trámite en el Congreso. Un nuevo intento que ahora se endulza con medidas de alivio fiscal a las provincias, extenuadas por el recorte de recursos. Aún así, se trata de un camino extremadamente difícil de transitar, dadas las fuertes discrepancias con muchos de los puntos en discusión.
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El presidente optó por poner en los críticos, renuentes, o lisa y llanamente tengan opiniones diferentes a la suya, la responsabilidad de avanzar en ese sentido, y elegir “el camino de la confrontación”. Y en cualquier caso, advirtió que el rumbo de su gestión no se modificará, y que ante los obstáculos, la respuesta es acelerar.
Es decir, más o menos la dinámica que el gobierno nacional ejerció hasta ahora, incluso con un rechazo explícito del término “consensos”, y limitándose a aceptar el de “acuerdos”: aceptar a todos los dirigentes, del partido que fueran y con la historia que traigan, en la medida en que se ajusten a las pautas preestablecidas. Aquello “para lo que los argentinos nos eligieron”, y vino a hacer, no “para ser popular”. Y condenar a quienes no lo hagan, por más vocación de diálogo que hayan pretendido demostrar.
Inventario
Antes de llegar a ese punto, Milei efectuó un prolijo inventario de males y malditos, en el que no se privó de hacer referencia (y tomó como muestras emblemáticas) a casos concretos: la corrupción en la contratación de seguros, la detección de una banda de explotadores sexuales asociada a la cuestión de la intermediación en la ayuda social, la prisión a dos ciudadanos jujeños por dos tuits que afectaron al ex gobernador Gerardo Morales. Hubo otros nombres propios, que parecen dejar a sus portadores afuera del manto benéfico del perdón (“jinetes del fracaso”): Sergio Massa, Pablo Moyano, Juan Grabois, Máximo Kirchner. También Cristina Fernández y, cuando habló del descalabro educativo, Baradel.
En términos menos individualizados, las imputaciones a la dirigencia política no alineada no se entretuvieron en delicadezas, para delicia de los simpatizantes de adentro y afuera del recinto, que lo festejaron ruidosamente El llamado al pretendido diálogo no fue óbice al vapuleo previo, como para poner en valor por contraste la generosidad de la posterior convocatoria.
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E incluyó también el anuncio de otro mega proyecto de ley, en este caso concentrado en medidas anti-casta, que incluye propuestas absolutamente razonables y convincentes, junto a otras tan controvertidas (y hasta contradictorias con el propósito enunciado) como la de eliminar la financiación a los partidos políticos, dejando liberado el campo para que se sustenten y desarrollen en base a “sponsors”.
Como corolario de todo ese raíd discursivo, la propuesta de plasmar un gran acuerdo nacional en esos diez puntos (recurriendo a la clásica figura del decálogo, sin ahorrar parentescos religiosos en las alusiones), supone a la vez un elocuente resumen del credo anarco-libertario del presidente, y una guía de discusión para el necesario abordaje de los problemas centrales del país, con virtualidad para avanzar decididamente en medidas correctivas y rumbos propicios. Pero como todo enunciado, su verdadera naturaleza quedará definida por el contenido concreto que vaya a tener. En la distancia que haya entre uno y otro se cifran las posibilidades de éxito, y en los procedimientos que se desplieguen para reducirla se revelan tanto la vocación como la impostura. Las llamen como las llamen.