Arte
La historia de Julia Wernicke, la pintora olvidada de los animales salvajes
Fue pionera en el arte de retratar la naturaleza salvaje en Argentina, gracias a su viaje a Europa para estudiar arte y convertirse. Su obra quedó algo relegada, pero tiene aspectos valiosos, esbozados en diversas técnicas. Hoy, 25 de octubre, se cumplen 91 años de su fallecimiento en la ciudad de Buenos Aires.
Por Juan Ignacio Novak
Julia Wernicke fue una pintora y grabadora argentina que hoy no goza del reconocimiento y la difusión que merece su obra, aunque eso no implica que no haya tenido méritos suficientes para que su legado sea valorado, estudiado y difundido. Esto tiene que ver con algo que remarcó la especialista Georgina Gluzman y es que la categoría de “mujeres artistas” fue discutida con justicia a lo largo de décadas. “Suele decirse que el arte no tiene género. Sin embargo, las prácticas concretas del arte y las elecciones estéticas han estado indisolublemente ligadas al género de las productoras, tanto en sus limitaciones como en sus posibilidades”.
Wernicke nació el 26 de agosto de 1860 en la ciudad de Buenos Aires, donde falleció el 25 de octubre de 1932, hace justo 91 años. Su historia de vida emerge como una ventana al pasado de un mundo artístico que se encontraba, al igual que el resto de las disciplinas y la propia sociedad argentina, en un proceso de constante evolución. Donde las mujeres artistas -este punto se planteó en este mismo espacio al recordar a Eugenia Belín Sarmiento, la nieta de Domingo Faustino Sarmiento- intentaban superar las expectativas y las restricciones de género.
Cuando apenas tenía 25 años, Julia Wernicke emprendió su primer viaje a Europa. Así lo señala el sitio web del Museo Casa de Yrurtia, donde se resguarda parte de su obra. Fue en 1885, cuando la concreción de un viaje de estudios no constituía algo habitual para las mujeres.
En Munich, Alemania, estudió bajo la tutela del pintor de corte animalista Heinrich von Zügel, quien a la postre sería una de sus influencias centrales. Von Zügel, adscrito al movimiento impresionista, se había especializado en las representaciones de animales autóctonos. “La manada huyendo de la tormenta”, “Toro desbocado” y “Ovejas en el prado” son algunas de sus producciones más valoradas. A lo largo de cuatro años, Wernicke se empapó de la tradición artística europea y adquirió habilidades que la convertirían en una pionera en Argentina.
Salir de la zona de confort
Después de sus años en Alemania, Wernicke regresó a Buenos Aires, donde la propia vertiente que eligió la llevó a ser la primera pintora animalista argentina. Comenzó, saliéndose en este sentido de todos los moldes de su tiempo, a retratar animales salvajes en lugar de los temas tradicionalmente asignados a las artistas: naturalezas muertas, flores, retratos de niños y animales domésticos.
Esto derivó en una amistad con el director del Zoológico de Buenos Aires, Eduardo Holmberg, quien le brindó la posibilidad de pintar in situ a leones, tigres y gorilas. En paralelo, las crónicas sobre su vida dan cuenta de viajes al campo para poder realizar cuadros de animales salvajes.
La especialista Georgina Gluzman señaló que “los temas elegidos por Julia Wernicke –toros y caballos (que se vinculaban con la naciente iconografía nacional), leones y tigres– y su tratamiento –óleos y grabados al aguafuerte– no se ajustaban a la delicadeza que algunos esperaban en obras ejecutadas por mujeres”.
Buscadora incansable
Respecto a las técnicas, Julia Wernicke no se limitó a la pintura al óleo. En un nuevo viaje a Europa, exploró el aguafuerte, la xilografía, el aguatinta, el barniz blando, la aguada, la punta seca, la monocopia y la litografía.
A pesar de su puntillosa labor, la obra de Julia Wernicke fue en gran parte olvidada. Su dedicación a un género poco frecuente en su época y el hecho de ser mujer la relegaron a un segundo plano en la narrativa artística. Sus obras se encuentran en colecciones destacadas como el Museo Nacional de Bellas Artes, el Museo Castagnino y el mencionado Museo Casa de Yrurtia.