Lorenzo Paris, arpista de corazón
A estas alturas, cerca de cumplir 84 años, Lorenzo Paris es más arpista que cardiólogo. Aunque ejerció la medicina durante medio siglo, su amor por el arpa nació antes y aún hoy la sigue ejecutando con excelencia, estudiando y ensayando sin pausa. Por eso mismo, habla en pasado de la medicina y en presente y en futuro de la música, un mundo al que ingresó casi sin querer, tal vez con destino de hobby. Sin embargo, desde hace décadas es un notable ejecutante cuyo virtuosismo atravesó las fronteras nacionales. Sin dudas, el estetoscopio es el instrumento mejor guardado por Paris; en cambio, el arpa está casi siempre fuera de su estuche.
Nacido en Venado Tuerto, transcurrió una “infancia feliz” en la vecina localidad de San Francisco, adonde cursó sus estudios primarios, continuó el nivel medio en el Colegio Sagrado Corazón y se graduó en la Universidad de Buenos Aires (UBA) en 1963. Poco después sería el primer residente del Servicio de Cardiología del Hospital Italiano. Y en el ’67 comenzó a ejercer la especialidad en Venado Tuerto, hasta su retiro en 2009, aunque por un tiempo más se dedicó a la cardiología pediátrica, concurriendo (ad honorem) al Servicio de Neonatología del viejo Hospital Gutiérrez.
Paris (con acento prosódico en la ‘a’) recuerda que en sus épocas de estudiante de medicina solía tocar el arpa en milongas y bodegones porteños. “Estudiaba mucho porque tenía compañeros en la Facultad que habían egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires y era difícil estar a su nivel, pero igualmente me daba mis gustos”, confiesa -entre risas- el padre de Marilyn, Manlio, Francisco Javier (actual concejal venadense) y Luis Fernando.
El descubrimiento
Después de enfatizar que “los armónicos del arpa me producen un estado de bienestar, de placer y de paz”, el intérprete contó: “Yo me encontré con el arpa hace más de 70 años en Mar del Plata, adonde se trasladó la familia para regentear el hotel Romanía, que se alquiló en el barrio de La Perla, cuando yo estaría en quinto o sexto grado. En la primera temporada, año 1950, se alojó nada menos que Félix Pérez Cardozo, un gran arpista, junto a sus músicos. La llegada de ese señor me marcó para toda la vida, porque tres temporadas consecutivas fue huésped del hotel familiar y en ese lapso me enamoré del arpa para siempre. No sé si él me enseñó algo sobre el instrumento, pero sí recuerdo que estaba con ellos en sus ensayos en el patio, escuchando muy atento desde un rincón. Enterarme años más tarde de la muerte de Pérez Cardozo, muy joven, a los 44 años, agigantó mi vocación por el arpa y empecé a escuchar sus discos una y otra vez, y no sólo de oído, porque de muy chico había estudiado música con la profesora de piano Alida Bonino. A ella no le gustó mucho que reemplazara el piano, en el que interpretaba temas clásicos, por la más popular arpa paraguaya”, confesó el músico.
Encanto fenomenal
Toca con distintas arpas, aunque más usualmente con la de 36 cuerdas. “Suena más dulce, más seca, más vibrante, según dónde se la toque”, explicó, y si bien admitió que “el arpa es un instrumento limitado”, aseguró que “tiene un encanto fenomenal”. Aunque sus interpretaciones como solista son un deleite, Lorenzo Paris siente que a la par de una guitarra (suele acompañarlo su hijo Luis Fernando) las composiciones “salen más redondas, más llenas”. Sobre las dificultades que presenta la técnica de ejecución del instrumento, sostuvo que “el aprendizaje es sencillo, lo difícil es llegar a la excelencia”. También reconoció que el arpa no es “pasión de multitudes”, pero se alegra porque “en los últimos años surgieron muchos jóvenes arpistas”.
Entre sus múltiples distinciones, Lorenzo Paris acredita la de Vecino Notable, el Venadito de Oro y el Santa Clara de Asís, aunque en su memoria sobreviven con la misma intensidad grandes momentos de su vida musical, como el Festival de Cosquín ’74 o los encuentros internacionales de arpistas que durante 15 años se organizaron en Santiago del Estero, además de memorables actuaciones en naciones limítrofes y en el Centro Latinoamericano de Nueva York, donde grabaron un disco. También transitó por escenarios de Inglaterra, Austria y Milán. “Es una pasión de los años juveniles que aún perdura. Sigo estudiando y grabando videos para divulgar mis temas sin mayor inversión, y tienen mucha repercusión (a través de la plataforma YouTube), a juzgar por los comentarios que me llegan”.
Mardel, ciudad esencial
Más allá de la cardiología y el arpa, el sueño de Paris era ser marino, y resultó una de sus mayores frustraciones, aunque lo intentó. Ese amor a primera vista con el mar surgió desde muy chico, en uno de los primeros viajes familiares a “la Feliz”. “Mar del Plata es mi segunda ciudad. Allí conocí a mi mujer (María Luisa Ciacci), con la que llevamos 60 años juntos, y ahí también me casé. También allí conocí el arpa, de la cual tampoco me separé nunca más”, dijo Lorenzo Paris.
Tiempos de medicina
Sobre sus recuerdos de la medicina, destaca de sus primeros tiempos que “eran escasos los recursos disponibles, apenas unas pocas drogas que no servían de mucho. Los infartos hacían su evolución natural y la prioridad era quitar el dolor. Todo era diagnóstico clínico, electrocardiograma y placa. No teníamos nada para tratar la hipertensión, sólo unos diuréticos mercuriales, y la gente moría de insuficiencia renal después de soportar 140/150 de presión mínima. Ya en las décadas del ’70 y el ’80 llegaría la explosión de la cardiología. Todos los médicos volvimos a estudiar porque la especialidad se reinventó. Surgieron drogas fabulosas, como los betabloqueantes y los anti-arrítmicos, que salvaron muchas vidas”, resumió.
“Toda esa revolución de la cardiología se afianza en la Cleveland Clinic de Estados Unidos, con Mason Son, cardiólogo infantil considerado el padre de la coronariografía, y nuestro René Favaloro, creador de la técnica del bypass. Más tarde llegarían la dilatación y la angioplastia con la colocación del stent, un invento del médico argentino Julio Palmaz”, subrayó Paris.
“Soy parte de una época de transición de la medicina, que saltó de los recursos limitados al desafío de aplicar técnicas, usar equipos y prescribir drogas hasta entonces desconocidos, y que desembocó en esta actualidad de máxima precisión, protocolos rigurosos y sofisticación tecnológica”, apreció Paris.