Lucas Gallusser: el ingeniero que domó el viento
Ya se dijo muchas veces, pero es necesario afirmarlo con más convencimiento y que el dato se haga viral: Melincué tiene uno de los mejores lugares del país para practicar kitesurf. Y para los que se pregunten qué es, una breve explicación en la red es buena para empezar: “Un deporte acuático en el que la fuerza del viento es tu motor y donde utilizás una cometa y una tabla para impulsarte por el agua”.
En el “taco de la bota”, como muchas veces se referencia a la región sur-sur santafesina, hay un grupo que primero forjó una amistad y alrededor de ese lazo construyó un espacio de encuentro para quienes comparten la misma energía por el deporte. Lucas Gallusser, oriundo de Los Quirquinchos, radicado en Firmat y en pareja con una melincuense, es uno de ellos.
Si bien su profesión es ajena al mundo del deporte (trabaja como ingeniero agrónomo), eso no es impedimento para que pase horas y horas durante la semana probando trucos arriba de la tabla. Este año en particular, los encuentra otra vez reunidos en la isla del antiguo hotel, que después de ocho años emergió de las aguas y posibilitó un lugar envidiable para llegar a la aventura.
“La última vez que estuvimos en esta zona fue en el 2013 porque (la isla) estaba bajo el agua. Volvió a mostrarse así el año pasado. La laguna sigue estando fuera de control, pero para nosotros está en su mejor momento porque tiene la mejor altura”, dijo Gallusser a Sur 24 minutos después de terminar su entrenamiento de freestyle.
Su vinculación con las velas y el viento empezó en el 2001, cuando el padre le regaló un kite de tracción, un equipo que no es inflable y que se usa en la tierra. “Ya veníamos a la laguna a practicar windsurf y ese kite (a tracción) lo metimos al agua. Durante 5 o 6 años estuvimos así, yendo en forma esporádica a Melincué, hasta que empezaron a aparecer los inflables en el país y ahí arrancamos a fondo”, recordó.
Veinte años atrás, conseguir el equipamiento solo era posible si se traía del exterior. Por eso, compró sus primeros elementos a un conocido que los trajo de Hawai, con una única vela. Hoy tiene cuatro de esas velas, que son para distintos tipos de viento.
En cuanto a las características de la cabecera del departamento General López, no ahorra en puntos altos: “Tiene varias. La primera es la poca pendiente. Te podes ir metiendo y no se hace profunda de golpe. La gente se siente segura porque puede hacer pie. Además, siempre hay más vientos que en los alrededores porque la laguna está en un pozo. Casi no hay árboles alrededor (menos aun edificios). Y el viento cuando llega al borde de la laguna, baja y se acelera; es decir que nunca falta”, describió.
Es más. Si se compara este deporte en particular con el río, se aclara que no hay corrientes, ni grandes embarcaciones que pasen. Tampoco víboras o rayas. Nada de eso. “Es un lugar seguro para aprender y andar. Por eso viene gente de todo el país. Los que más llegan son los rosarinos, por la cercanía. Hay un turismo de viento donde se valoran lugares con determinadas características y condiciones como las de Melincué”, agregó.
El deporte hace escuela
Desde la ruta 90, ver la laguna llena de kitesurfistas es un verdadero espectáculo. Tengamos en cuenta que las velas cuando están bien posicionadas superan los 25 metros de altura y además son coloridas. Eso fue lo que llamó y llama la atención de los curiosos, el primer eslabón para poner en marcha la Escuela de Kitesurf.
“Son personas que no lo podían creer cuando nos veían saltar cinco metros. Empezamos dándole clases a los amigos en el 2011, después a conocidos y se hizo el famoso ‘boca a boca’ hasta que ‘explotó’. Eso fue en 2011. Luego los chicos empezaron a tomar cursos para dar clases en la Asociación Argentina y la Asociación Internacional. Compramos los equipos, más la preparación de los instructores, ya era todo más profesional. Vienen a entrenar con gente que sabe”.
Entre el plantel de riders que integran la escuela se encuentra Virginia Crespi (su mujer); “Nano” y Fernanda, Jurado de Elortondo; y Martín Frare, de Bigand. También están los instructores que dan una mano: Federico Picinato, de Melincué; Gonzalo Prado, de Firmat; y Fiorella Fantasía, de Los Quirquinchos. Además, hay que nombrar a Daniel Otegui, de Melincué, con quien Gallusser armó el primer proyecto de escuela.
Hoy pueden tomar clases desde los 10 años en adelante. Se estima que entre 4 y 6 jornadas de entrenamiento son necesarias para manejar el barrilete sin tabla y que no “sorprenda”. Luego, en la última clase, es donde se suma la tabla para practicar las salidas y las distintas maniobras de navegación.
“La laguna es como una pileta. No necesitamos la ola para saltar. Es una técnica con la tabla. Cuanto más plana está el agua más fácil es. Los vientos acá no son ‘racheados’ -que no suben y bajan-, que es algo que a quien hace kite no le gusta. Primavera es la mejor época y la estamos esperando porque hay viento y calor”, destacó. Eso sí. Fue claro al afirmar que debe haber cierto criterio y nunca meterse solos a la laguna.
Finalmente, rescató el espíritu de camaradería que se genera alrededor y el tiempo compartido: “Es un deporte que nunca se termina de aprender. Es infinita la cantidad de cosas que se pueden hacer. Y nosotros no cortamos en ningún momento del año. En el invierno también nos metemos al agua y nos quedamos 5 o 6 horas. Yo no hago otro deporte. Esta es mi adicción”.