Messi, el hombre de carne y hueso que juega al fútbol como los dioses
(Por Enrique Cruz, Enviado Especial a Doha, Qatar) – El día se despereza con lentitud en Doha. Hay silencios, calma, todo es armonía. El frenesí y el bullicio ya forman parte de la escenografía y esos sonidos del pasado que se hacen entrañables. Están ahí nomás. Tan cerca como lejos. Se fueron pero se quedaron. No es una contradicción. Hoy Lusail es silencio y soledad; pero en la mente de los 88.900 que estuvimos en ese estadio coloso y descomunal, subyace inerte ese clima espeso de emoción y delirio.
La gente sigue hablando de Messi. Hablan desde la admiración, desde esos deseos de que el fútbol por fin ponga las cosas en su lugar con este iluminado. Ya no porque deba levantar la copa del mundo para ser el mejor. Ni él la quiere para eso. No tiene ninguna cuenta pendiente. Es sólo el orgullo, la vocación ganadora que lo acompañó desde que jugaba en los “cebollitas” de Newell’s y su enorme amor por la camiseta celeste y blanca. Y si hay alguna cuenta pendiente es con él mismo, precisamente con su orgullo convertido en obsesión. Sabe que es la última oportunidad que le da el fútbol. No habrá otra. No se la imagina y vaya a saber si le quedará salud física (en el 2026 tendrá 39 años) y deseos de volver a intentarlo. Es esta vez o nunca.
Su mundo quizás sea mucho más normal del que se piensa. Quizás no tenga la vorágine que se supone. Y hasta posiblemente no necesite de lujos ni excentricidades. Su mundo parece reducido a su familia y a su ambición triunfadora adentro de una cancha. Pero su mundo se vé invadido siempre. Y uno se pregunta qué pensará y si “se la cree” cada vez que escucha tantos gritos de la gente nombrándolo y poniéndolo en la misma estatura de Maradona. Hasta qué punto se puede tener equilibrio y cordura frente a tanto fanatismo. Cómo reacciona un ser humano, un hombre de carne y hueso al que se le dio el brillante don de jugar de una manera excepcional e inigualable al fútbol, cuando observa que a su alrededor se suceden tantas demostraciones de cariño y amor.
La lejana Doha, una tierra rica, con gente distinta y servicial pero alejada totalmente de estas pasiones populares, también está atrapada, sorprendida, impactada y obnubilada. No se entiende demasiado cómo puede ser que un ser humano despierte tanta admiración. Y tampoco se entiende que esa admiración no se circunscriba a quiénes nacieron en su mismo país, sino que se globalice. Esto hizo que las palabras de Alejandro Domínguez, el presidente de la Conmebol, en el homenaje a Pelé, sean muy certeras: “Argentina es el equipo del resto del mundo”. Y es por él, sólo por él y para él.
Alguna vez se dijo que en la selección jugaban “los amigos de Messi”. Estos chicos de hoy tenían edad de escuela primaria cuando él ya jugaba en Primera División. Lo miraban por televisión y ni en sus mejores sueños imaginaban que en el ocaso de su excepcional e inigualable carrera, podían encontrarlo a la vuelta de la vida, adentro de una cancha de fútbol, más capitán que nunca, siempre genial e incomparable.
Messi nunca quiso ser Maradona y Maradona nunca pretendió opacarlo. Ya Diego no está, pero estoy completamente convencido de que hoy sería el primero en alentarlo y en disfrutarlo. Y estoy también seguro de que Messi debe sentir orgullo de que el pueblo futbolero argentino cante con fuerzas y emoción que Maradona estará, desde el cielo, “con don Diego y con la Tota, alentándolo a Lionel”.
Falta un solo partido, un último esfuerzo. “No vamos a dejarlos tirados a los argentinos”, dijo Messi después de aquél partido increíblemente contradictorio e inentendible que jugó con Arabia Saudita, hace tres semanas. No sólo no nos dejó tirados, sino que tuvo fuerzas para levantarnos y para llevarnos hasta allá arriba, a la cúspide de las emociones. Con él, por él y gracias a él, Argentina fue creciendo y logró una altura futbolística, ante los croatas, que nos entusiasma. “Quiero ganar la tercera… quiero ser campeón mundial”, dice la canción. Sí, muchachos. Es cierto. Nos volvimos a ilusionar. Ya lloramos las finales perdidas, es hora de que el fútbol baje el martillo y haga justicia con este hombre de carne y hueso, pero que juega al fútbol como los dioses.