“Miles por Miles”: una biografía distinta
[vc_row][vc_column][vc_column_text]Contar su vida desde un punto fijo sería como filmarlo en blanco y negro. Miles Davis fue en colores y en futuro. De eso trata la proliferación cromática de su música; la misma que primero desconcierta y después seduce.
Por la razón antes expuesta, no lo abarcan bien las biografías. Ni la muy potable que escribió su colega el trompetista escocés Ian Carr, ni la oficial The Autobiography (1990) redactada a cuatro manos por el propio Miles junto al poeta Quincy Troupe. En ambas (y en otras circulantes, menos conocidas) sobrevuela la formalidad de la reverencia obsecuente o su versión maquillada en primera persona: la vanidad.
“Miles por Miles”, en cambio, pone en escena al hombre sin filtro, desaforado, excesivo y a la vez austero, como su sonido; impiadoso, certero, lúcido, lo largo del grueso de su carrera. El volumen consta de textuales del trompetista en declaraciones a distintos medios periodísticos, vertidas entre 1957 y 1998.
Los historiadores, jazzistas y melómanos lo saben: La trompeta fue una hasta Louis Armstrong y otra desde Miles Davis. Pero la revolución de su sonido no tuvo que ver, como algunos despistados suponen, con la velocidad o la mera destreza. Rápidos y efectivos se cuentan por cientos, quizás miles (valga la cacofonía).
Lo de Davis fue otro asunto y más sutil: él entró en la trompeta como quien lo hace por primera vez. La buceó cual extraño, desdeñó la pirotecnia, el virtuosismo, los trucos: ahondó en ella buscando sus silencios, reinventando una relación de intimidad que lleva tiempo. Así dio con un sonido, una textura, un color completamente inexplorado en su instrumento hasta entonces. De esa relación, a veces hasta tortuosa, tratan también estas páginas.
La revolución sonora que Miles llevó a la trompeta es una extensión de su personalidad: fue aquel que pretendía sólo lo indispensable para que esa frecuencia esencial desplegara su timbre oculto, su alma. Acaso un minimalista anticipado o, mejor aún, el intérprete musical de lo que Hemingway recomendaba en literatura: “arquitectura, no decoración”.
Aquella misma austeridad prodigiosa de Miles Davis soplando se refleja en los testimonios que, en este caso, Paul Maher Jr. y Michael K. Dorr se tomaron el trabajo de conjugar en un mismo cuerpo, a partir de distintas entrevistas que el músico brindó durante las tres décadas referidas más arriba a distintos medios gráficos y audiovisuales.
La propuesta que asumió la heroica (siempre lo es publicar localmente) editorial Letra Sudaca incluye –además de los reportajes a cargo de periodistas renombrados y especializados como Nat Hentoff, Al Aronowitz, Chris Albertson, Leonard Feather, Stephen Davis, Eric Nisenson y Ben Sidran– artículos rescatados de aquellas viejas revistas dedicadas al género que ya no se publican y programas de radio y televisión que nunca antes habían sido transcriptos. En el apogeo de la virtualidad internética, la recopilación de tamaño material, en sus nobles 363 páginas papel obra, reviste un valor inversamente proporcional a la omisión de estos contenidos en los insondables caminos de la web.
Otro aspecto interesante que surge de este volumen es la verificación de cómo y por qué su personaje recio fue tan necesario en los años 50 y 60, cuando era improbable que un negro en los Estados Unidos pudiese hacerse un lugar de respeto sin apelar a cierta hostilidad imprescindible. Ese rol, que algunos juzgaron maliciosamente, le permitió ser quien era en todo sentido, incluyendo la posibilidad de acceder a mejores tratos que sus contemporáneos afroamericanos. Casi 100 álbumes publicados (entre 1951 y 2011) dan cuenta de alguien que, pese a su proverbial dureza, fue, además de un compositor distinto, solista y sesionista genial, un hábil negociador.
“Esto lo estoy tocando Mañana” decía Johnny Carter –alter ego de Charlie Parker en el cuento El perseguidor, de Julio Cortázar. El escritor argentino, al evocar a Parker (creador del bebop el subgénero del jazz que reformuló la Historia) hablaba también de un momento y un ambiente musical en cuyo centro estaban Parker, Thelonious Monk, Dizzy Gillespie, Max Roach, Bud Powell y, por supuesto, el entonces muy joven Miles, discípulo de todos ellos, revoloteaba por ahí. Eso aborda a su vez este libro y, volviendo a Cortázar ¿quién sino Miles Davis estaba, estuvo, está “tocando mañana”?
Por si quedaban dudas de que el hombre en cuestión hablaba con vigencia de futuro, he aquí una obra que lo ratifica.
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