Jornada histórica
¿Por qué el playón polideportivo del Industrial lleva el nombre de César Villarroya?
Este jueves 17 de agosto, el gobernador Perotti inauguró el anhelado espacio que desde hace décadas deseaban los alumnos. Con el siguiente texto, la preceptora, docente y exalumna Raquel Barrionuevo da respuesta al interrogante, y no deja ninguna duda.
Es el día de la inauguración del Polideportivo de la EETP N° 483 de Venado Tuerto. Pasaron 52 años de la inauguración de este edificio y, por primera vez, la escuela cuenta con un Polideportivo. También pasaron 52 años de un hecho que vincula directamente al deporte y la Educación Física, con el Industrial.
“El hecho al que voy a referirme fundamenta la elección del nombre que llevará este espacio, y es un modo de hacer justicia con la persona que dejó una marca imborrable en la memoria, incluso en aquellos que 'no lo conocieron', porque la memoria también se hereda. Y en esta escuela en particular, la historia es la columna vertebral que nos une, dentro y fuera del edificio”, cuenta la exalumna, preceptora y docente Raquel Barrionuevo.
Y agrega: “Como exalumna, sabía algunas partes, pero para contarla necesitaba el todo, así que salí en busca de algunos de sus protagonistas, casa por casa. Ellos me transmitieron un manojo invaluable de recuerdos en primera persona, y así los escribí…”.
24 de mayo de 1971
Un alumno de 6º año canta dos zambas en el acto patrio: “Semilla Montonera” y "El tigre", de Roberto Rimoldi Fraga. Guarda la guitarra y se va rápido porque a las cinco de la mañana salen en colectivo desde el bar “La Bielita”, hoy Mendieta (Mitre y Belgrano), a jugar un intercolegial de fútbol a Laboulaye, provincia de Córdoba. Al colectivo suben los alumnos y el profesor de Educación Física César Villarroya.
25 de mayo, martes y feriado.
El profesor no grita, nunca lo hace porque no es necesario, su presencia serena y firme es suficiente para merecer respeto. Pero sí se enoja ese día cuando los ve fumando al fondo del colectivo. “Es la última vez que los llevo de viaje”, dice… y hasta en eso fue certero.
El Industrial gana dos trofeos. El mismo alumno que ayer cantó las zambas, hoy es el capitán del equipo subcampeón (un 1 a 0 todavía discutido). A la tarde es la entrega de premios. Al momento de recibir los trofeos, algo pasa, el capitán cae al suelo. Un desmayo. ¿Mal dormido?, ¿una descompensación?, nunca se supo. Cuando despierta está siendo atendido por un médico, y su profesor acompaña de cerca. A la tardecita, el resto del equipo ya está viajando a casa, y con el alumno se quedan el profesor César y el director del Industrial, quien había viajado en el auto junto a su familia, y ante lo sucedido hace un cambio de planes: su familia vuelve en el colectivo y él llevará en el auto al profesor y al alumno, porque el Ford Falcon es amplio y el chico puede viajar recostado atrás. Ya bien entrada la tarde, los tres en el Falcon emprenden el regreso. Lo que sigue es incierto, de esa parte de la historia, no encontré testigos. Hay un momento, entre la tarde y la noche, en que la ruta es más peligrosa, porque no se ve bien. Y fue en ese momento. Algo los esperaba en medio del camino, una máquina trilladora, sin luces y a paso de hombre, imposible de esquivar cuando se hizo visible. El Falcon dio de lleno contra los hierros de la máquina. El impacto hace que el chico, que venía durmiendo, acostado en el asiento trasero, caiga abruptamente al piso del auto. Se despierta desconcertado, recuerda humo, o tierra, y un sonido que aún resuena en su cabeza, como de campana rota, como aro de hierro herido, como pieza metálica primordial que debía quedarse, pero se desprende, atravesando el humo, la ruta, y se aleja lentamente, y se va convertida en sonido, y así se queda, convertida en sonido para siempre.
El chico sale del auto solo y busca a sus profesores. El director, Héctor Pelosso, no responde y está muy lastimado; su profesor, el justo y certero, el que se entregaba entero, César Villarroya, con 45 años recién cumplidos, no sobrevivió. Al alumno lo suben a un auto, jamás sabremos quién, alguien que pasaba y no dudó en detenerse y ayudar como pudo. El chico voltea para ver a sus profesores, pide que los ayuden, el humo le permite ver a medias que los autos detenidos ya son varios, ve las luces, ve personas que se mueven ligeras, ve cómo sacan del auto al director mal herido, y ya no puede ver nada más, porque entonces, recién entonces, llora.
El 26 de mayo a las siete y media de la mañana llega la noticia a Venado Tuerto. La ciudad entera se consterna por lo sucedido, por el profesor fallecido, por el director en grave estado, por el alumno que quedó allá solo, en Rufino. Las familias, los alumnos del Industrial, los alumnos de todas las escuelas, todos sufren la tristeza de lo irreversible. César Villarroya perdió la vida. El alumno todavía está allá, solo e ignorando. Su padre debe ir a buscarlo, pero no tiene auto. La mujer de Villarroya, Martha, haciendo a un lado su dolor, le ofrece el suyo, un Fiat 600 rojo en el que chico y padre vuelven a Venado en el peor de los contextos, vuelven a despedir al profesor.
Dos semanas después del accidente el alumno vuelve a cursar, y varios meses después también retorna el director. El año termina marcado por la desgracia y con un gran vacío, pero la familia del Industrial siempre existió. Podría alguien suponer que hubo sentimientos de rencor, la inútil búsqueda de un culpable, distanciamiento, pero no. Una vez recibido de técnico, el alumno obtiene su primer empleo recomendado por el mismo director, Héctor Pelosso. Después se va a estudiar, cursa cuatro años de Ingeniería, y en un momento, cambia abruptamente el curso de su vida. Se vuelve a Venado, estudia y se recibe de Profesor de Educación Física (como César Villarroya). Comienza a dar clases en Carmen, cuando aún no tiene en qué viajar, más que a dedo. La comuna de Carmen le brinda la posibilidad de comprar su primer auto. Había solo uno disponible en el pueblo: un Fiat 600 rojo, como el de aquel día… (¿sería una simple casualidad?... ¿sería que pasados ya diez años de la tragedia “alguien” seguía decidido a cuidarlo?). Aquel chico, aquel joven, este hombre, se llama Roberto Mora, Minino para los amigos. Hoy está acá. Como a través de este recuerdo también está César. Y esa es la idea. Que nunca dejen de estar. Para eso sirve conocer la historia, para no dejarla morir en el olvido. Y ahora, voy a dirigirme especialmente a cada uno de los alumnos: tienen una misión. Su misión es mantener latente el recuerdo de César Villarroya, pero no porque murió, sino por la forma en que vivió, por el profesor que fue, y la marca que dejó. Para que puedan hacerlo, les voy a contar cosas, y ustedes traten de imaginar: después de las clases, César prendía el calefón a leña que había en el Parque Municipal, para que sus alumnos se bañaran, y pudieran volver a casa limpios y relajados; organizaba y arbitraba cada semana un partido de fútbol Industrial contra Nacional, y todos los jugadores quedaban conformes con el arbitraje, porque siempre era justo; campamentos y fogones los fines de semana en el Cruce, y los alumnos iban a pesar de ser la noche de salida; traten de imaginarlo: alto, atlético, pulcro, demostrando y enseñando todas las disciplinas de la gimnasia olímpica, el atletismo y los deportes; cuando salían a correr por las calles de tierra, él iba adelante marcando el ritmo, pero también iba hacia atrás, para alentar al que venía último, y otra vez adelante; nunca levantaba el tono de voz porque su presencia ejemplar hacía que no fuera necesario. ¿Lo pudieron imaginar? Vamos a plasmar esas imágenes y su nombre completo, César Fructuoso Villarroya, en una de estas paredes, bien grande. Un mural. La misión será proteger ese mural, quererlo, respetar su recuerdo y contar esta historia. Para terminar, le di una última vuelta más al asunto: busqué el significado de sus nombres, y el encastre fue perfecto: César: su origen se relaciona con la palabra “corte”, de ahí deriva la palabra “cesárea”, y pienso: corte, herida, pero también nacimiento. Fructuoso: significa “que da fruto», ya está todo dicho.