A 30 años de un hito histórico
Rosatti: "La reforma constitucional del 94 fue un momento estelar"
Reivindica la vocación de convivencia y de diálogo, pese a los fuertes desacuerdos. El peso de la figura de Raúl Alfonsín y la ocasión en que la Convención estuvo a punto de caer. El anecdotario y la mirada en perspectiva de lo que se hizo y lo que no.
El presidente de la Corte Suprema de Justicia, y ex vicepresidente del bloque justicialista en la Convención reformadora, recibió a El Litoral en el ala de Derecho Constitucional de la Biblioteca del Máximo Tribunal. Y abordó lo que consideró "un momento estelar" de la política en la historia institucional del país, en un período de recuperación democrática aún reciente y atravesado por otras "grietas", pero que logró plasmar "el mejor documento que podíamos lograr en ese momento".
- Vista desde hoy, la Convención adquiere un significado que me parece que quienes participamos en ella no advertimos en ese momento. Y es el de la concordia, de la búsqueda del consenso, de la superación de los intereses sectoriales buscando el bien común. Con la adrenalina de ese momento no lo veíamos: había que reformar tantas cosas, escribir tanto. Yo estaba en la comisión de Redacción. Y era tanto lo que teníamos que hacer, que en realidad no teníamos dimensión de lo que estábamos haciendo, en mi caso en términos tal vez más jurídicos que políticos. Con los años, y viendo las viscisitudes que ha pasado nuestro país, reivindico no solamente lo jurídico, el texto, sino el espíritu. Porque grieta hubo antes de 1994 y después. Pero en ese momento, pudimos poner entre paréntesis durante tres meses las diferencias y llegar a puntos de coincidencia. A veces por unanimidad, otras por enorme mayoría. Y todos juramos la Constitución, salvo los dos convencionales que se fueron en la primera semana. Estaban todos los partidos políticos, y yo reivindico eso, la búsqueda del consenso. Creo que fue el último momento de política grande en la Argentina, el último momento donde uno puede decir "bueno, pese a las diferencias se pusieron todos de acuerdo". Fue un momento estelar. Después hubo otros, pero no en esa escala.
- El debate que dividía a la Convención, y que generó los dos alejamientos, fue que no se pudiera 'desarmar el paquete' del Núcleo de Coincidencias Básicas. ¿Hubiese sido deseable que se pudiera discutir con mayor libertad, o eso hubiera vuelto difícil de llevar a la práctica?.
- Hubiera sido muy difícil. Creo que hubiera desarticulado mucho la Convención. Más allá del Núcleo en sí y los contenidos del llamado 'paquete', yo reivindico cada vez más los acuerdos previos. Es muy importante que existan y se expresen a la comunidad, para que cuando el votante elija sepa qué es lo que van a aprobar los convencionales en los temas habilitados. Porque si se elige a ciegas, puede ocurrir que por pocos votos de diferencia se produzcan cambios demasiado grandes. Y eso no puede quedar librado a la voluntad del momento de un convencional. Porque nosotros reformamos algo que ya estaba hecho, es distinto que cuando se hace la primera Constitución. Ahí puede haber más espacio para la imaginación. Cuando hablamos de una reforma tenemos que garantizar una línea de continuidad entre lo que va a quedar del texto y lo que se va a reformar, que seguimos siendo el mismo país y no otra cosa; salvo que haya habido una revolución.
- Más allá de las incorporaciones, que fueron muchas, también hubo una suerte de "pasado en limpio" de lo que conservaba vigencia y lo que no...
- Sí. Mirado a la distancia, por ejemplo, cuando incorporamos los tratados internacionales sobre Derechos Humanos a la Constitución, en el inciso 22 del artículo 75, teníamos una dimensión de que era algo importante, pero no tanto como terminó siendo. Porque todavía no teníamos la jurisprudencia de los tribunales internacionales. Y fue algo muy relevante para lo que vino después, incluso para la jurisprudencia de la Corte. Es decir, hay temas que terminaron siendo mucho más importantes de lo que pensábamos. Y temas que en ese momento eran cruciales, pero que uno sabía que el día de mañana no iban a ser tan importantes, como la posibilidad de reelección del presidente. Y hoy no es un tema que genere debate.
- En general, la mirada periodística y de la opinión pública es que todo giraba en torno a la reelección de Carlos Menem, y en el hecho de que Alfonsín hubiese accedido a facilitársela.
- Sin duda. Y hasta tal punto que se menospreció a la Convención, que empezó con muy mala prensa. Yo escribí un artículo para El Litoral sobre el 'barco del amor' que iba a venir, con alojamiento y algunas otras gratificaciones para los convencionales, y eso nunca pasó. El barco no pudo anclar en Santa Fe y terminó abandonado, creo que hay algún resto en la costanera paranaense. Pero estaba la idea de que lo único que importaba era la reelección, y que una vez concretada todo el mundo se iba a volver a su lugar y se iba a disolver la Convención. Pero nada de eso ocurrió, y la verdad es que se trabajó mucho.
- A la vez, se generó temporalmente una suerte de comunidad…
- Sí. Yo era muy joven. Con Elisa Carrió y Jesús Rodríguez éramos los más jóvenes. Y en mi caso, viviendo en Santa Fe, y como profesor de Constitucional, era la quintaesencia, lo máximo a lo que podía aspirar. Y además por una serie de situaciones (que yo suelo llamar una suma de malentendidos) terminé siendo vicepresidente del bloque mayoritario, con lo cual me tocó interactuar con los presidentes de los bloques de los otros partidos. Con Raúl Alfonsín, por ejemplo, que para mí fue la gran figura de la Convención. Y eso era algo increíble en una ciudad muy distinta a la que es hoy. No por los hoteles donde se alojaban los convencionales, porque repasando eso, caí en la cuenta que son más o menos los mismos. Los despachos estaban en el primer piso de la facultad de Derecho, y ahí se generó una gran camaradería. Incluso los que volvían a Buenos Aires un fin de semana muchas veces compartían el auto (con esos bolsos grandes, porque no había valijas con rueditas), y a lo mejor eran de distintos bloques. La verdad es que es que se confraternizó mucho.
- ¿Y eso se extendía a las sesiones?
- Nosotros en el justicialismo estábamos en el centro del recinto. Y yo lo tenía a Alfonsín de un lado, y a Aldo Rico del otro, separados por 10 metros. Es decir, había pasado lo de Semana Santa, lo de 'la casa está en orden' etcétera y estaban sentados ahí, y hablaba uno, y hablaba el otro; había gente del bussismo, de Tucumán, y estaba Graciela Fernández Meijide, también separados por unos metros. Bussi no estaba, pero sí un representante, que era un jurista brillante, López de Zavalía. Había gente muy capaz. El Frente Grande, por caso, tenía una selección: (Raúl) Zaffaroni, (Adriana) Puigross, Aníbal Ibarra, (Carlos) Auyero, (Alicia) Oliveira, Chacho Alvarez, Juampi Cafiero, la propia Fernández Meijide. El radicalismo también tenía figuras muy importantes: Elisa Carrió, que tuvo una intervención brillante…
- Que fue su emergencia en el escenario político…
- Claro, un discurso que nos dejó a todos sorprendidos. Sobre todo a Alfonsín, que no esperaba que se despegara así…. Pero bueno, también estaban Changui Cáceres, Antonio Hernández, Ortiz Pellegrini, Jorge De la Rúa, Chacho Jarovlasky. Muchísima gente muy capaz. El justicialismo también tenía espadas muy buenas: gobernadores, ex gobernadores, ex presidentes, futuros presidentes. Yo compartí la mesa de autoridades del bloque justicialista con Cristina Fernández de Kirchner, que era vicepresidenta segunda. Después, juristas muy importantes como Alberto García Lema, figuras políticas muy relevantes como Carlos Corach. Estaba toda la política, pero también la cultura, con Pino Solanas, Adriana Puigross…
- La política estaba ahí, o pasaba por ahí. Fueron tres meses muy trajinados.
- Por ejemplo, el bloque justicialista estaba atravesado por tensiones en ciertos sectores del gobierno. El ministro de Economía era Domingo Cavallo, y él no estaba de acuerdo con algunas cláusulas, que votamos igual. Después, la participación de los gobernadores era dispar, porque tenían mucha actividad en sus provincias, pero estaban también ahí; igual que dirigentes que después fueron gobernadores. Carlos Reutemann, Palito Ortega, Mario Moine, Jorge Busti, Rubén Marín, Floro Bogado, Gildo Insfrán, Eduardo Duhalde, Antonio Cafiero, Néstor Kirchner.
En riesgo de caer
- Más de una vez se especuló con el fracaso de la Convención. ¿Tuvo la sensación de que eso fuese a pasar en algún momento?
- Sí. A mí me tocó participar en una situación que puso en tensión a la Convención, y fue la posibilidad de introducir el tema de cuándo comienza la vida humana; si desde la concepción o no, con lo cual lo que subyacía era el tema del aborto, que no estaba habilitado para su tratamiento. Un grupo de convencionales justicialistas comenzó a motorizar un proyecto que hablaba de que la vida comenzaba desde la desde la concepción; cosa que decía y dice el Código Civil, pero se quería poner en la Constitución. Esto fue creciendo, y disparó marchas y movilizaciones a favor y en contra. Entonces una tardecita me llama Raúl Alfonsín, porque el presidente del bloque justicialista, que era Augusto Alasino, no estaba. Fue la primera vez que hablé con él, y me ofreció ir a mi despacho, pero por supuesto que yo fui al suyo. Y él me dijo: "Vea doctor, esto está creciendo y se están recopilando firmas, pero usted sabe que es un tema que no está habilitado. El radicalismo no lo va a apoyar, pero además si insisten con eso, nos vamos de la Convención". Yo le dije que tomaba nota y lo planteé en el bloque. Corach le llevó el planteo al presidente del cuerpo, Eduardo Menem, en un encuentro que pude reconstruir después con Juan Carlos Maqueda, colega de la Corte que también era convencional y en ese momento estaba allí. "Me dijo Rosatti que Alfonsín le planteó ésto", le resumió, y allí cruzaron consultas con el Presidente, o con Eduardo Bauzá, y se resolvió que el tema no estaba habilitado y la Convención no estaba para eso. Y así quedó dirimido en una tumultuosa reunión de bloque en el aula Alberdi, y así se lo transmitió luego Alasino a Alfonsín. Solamente quedó de aquello una cláusula en el inciso 23 del art. 75, que habla de la protección del niño desde el embarazo, pero que tiene más que ver con programas de asistencia. Pero bastó para conformar a los convencionales que querían incorporar ese tema. Y este fue el momento más tenso, porque ni siquiera el debate sobre si se desarmaba o no el paquete llegó a generar la estridencia del 'nos vamos o nos quedamos' o la posibilidad de un cisma, que sí se dio en este caso.
- ¿Qué anécdotas recuerda especialmente de esos días?
- Recuerdo mucho cómo era la ciudad en ese momento. Y como las costumbres provincianas a veces despoblaban los debates a la siesta, y a mí por ahí me tocaba quedarme. Una vez un convencional justicialista empezó a despotricar contra Arturo Illia, y César Jarovlasky, que por entonces por razones de salud usaba un bastón de esos con agarradera, se levantó y quería pegarle. Yo, que en ese momento estaba presidiendo el bloque, no tenía experiencia parlamentaria. Y entonces recibo un cartelito de Alfonsín, diciéndome que pida un cuarto intermedio. Así lo hice, recuerdo que Ramón Mestre estaba presidiendo la sesión. Y Antonio Cafiero, que tenía oficio de sobra, le dijo al convencional 'vos no hablás nunca más en el bloque'. Y así se salvó la situación, con ese espíritu de colaboración que reinaba.
En otra ocasión tuve oportunidad de preguntarle a Alfonsín porqué no se había llevado a cabo el traslado de la capital federal a Viedma durante su gobierno, después de que se había votado la ley. Y él me dijo: "Vea, doctor. Yo me equivoqué. Cuando salió la ley, debería haber agarrado el sillón de Rivadavia, el escritorio y trasladarme ahí, instalarme en la plaza central y que vengan los ministros, que renten un hotel y después veíamos. Pero me compliqué con la burocracia, y después el país se complicó con la economía. Una lástima". Y pude ver que realmente lo lamentaba mucho.
Otra imagen muy ilustrativa, y seguramente difícil de entender hoy para la gente joven, es por el hecho de que o había internet, ni prácticamente celulares. Había unos ladrillos que había que cargarlo toda la noche para hablar 30 minutos. Así que los convencionales hacían cola en el patio de la facultad que da a San Jerónimo, para usar los dos teléfonos públicos que había. Era realmente otro mundo. Y esto demuestra que no hay una vinculación estricta entre el progreso de las comunicaciones y el progreso del diálogo. Y en este caso, casi podríamos decir que es inversamente proporcional. Porque estábamos tecnológicamente menos habilitados, pero humanamente había un ida y vuelta, una profundización mayor en todas estas cuestiones.
- Es difícil imaginar los debates de entonces con los convencionales celular en mano, mandando consultas o distraídos con otra cosa…
- Bueno, por ejemplo, si el presidente Menem quería estar al tanto de lo que estaba pasando, tenía que esperar a que termine la sesión o a que se levante algún convencional, fundamentalmente Corach, y le hable por teléfono, si lo tenía cargado. Y tenía que hablar rápido, antes de que se descargue. Y ésa era la forma en la que un presidente podía estar conectado.
En perspectiva
- ¿Qué cosas pudieron haberse hecho distintas?
- Ojalá hubiéramos podido decir que el presidente se puede reelegir una vez, y que después no puede volver nunca más, como en Estados Unidos. Yo creo que hubiera sido muy sabio.
Y la figura del jefe de Gabinete de ministros quedó un poco a mitad de camino. Estaba en un título que era Atenuación del Presidencialismo. Y Alfonsín lo entendía como un primer ministro a la europea. Él cargaba con el hecho de haber tenido que irse antes del poder, y pensaba en una figura que esté en medio del Presidente y el Congreso, una figura fuerte con respaldo parlamentario, y que funcionase como un fusible. El justicialismo pensaba otra cosa, viendo al jefe de Gabinete más como un ministro coordinador, en una estructura vertical y no horizontal: por debajo del Presidente, junto con los demás ministros. Terminó triunfando este criterio por una cuestión de mayoría, no porque sea mejor o peor.
- ¿Y cuál fue el resultado de eso?
- Queda una figura que hace que, a lo largo de la historia subsiguiente, nadie piense que cambiando un jefe de Gabinete se va a salvar un gobierno. En ocasiones, la gente no recuerda quién ha sido jefe de Gabinete de tal o cual presidente; la figura del Presidente o Presidenta sigue siendo en la Argentina muy fuerte, y esta otra figura quedó ahí en el medio. Al punto de que a veces, como pasó sobre todo en décadas anteriores, el ministro fuerte es el de Economía, no el jefe de Gabinete. Con lo cual, eso es algo que no quedó bien resuelto. Y ahora que estoy presidiendo el Consejo a la Magistratura, como presidente de la Corte, también me preguntan: "¿Porqué no pusieron cuántos diputados tiene que haber, cuántos senadores, cuántos abogados, cuántos jueces, cuántos de la Academia?". Y yo siempre digo: "Porque hasta ahí llegó el consenso". Lo derivamos a una ley. Muchas cosas llegaron hasta ahí; si queríamos profundizar más, ya no había acuerdo y se podía caer toda la figura. Entonces, a veces las cosas quedaron incompletas. Y bueno, por eso es propio de una Constitución dejar que la ley lo pueda completar después. Los legisladores en muchos casos no estuvieron a la altura, porque no reglamentaron, porque tardaron mucho en reglamentar o porque reglamentaron con un espíritu que era distinto al de la Constitución.
- Más allá de eso, es interesante que el principio rector haya sido el de "llegar hasta donde lo permite el consenso". Fijar un límite que, a la vez, posibilita alcanzar el objetivo.
- En la política hay que tener la sabiduría para decir "si yo quiero dar una vuelta más de tuerca, esto se rompe". Hay que dar todas las vueltas de tuerca posibles, y la sabiduría está en saber en qué punto parar. Si yo no paro, el juguete se rompe. Hay que darle toda la cuerda posible, pero no más. No sé si esa es una capacidad con la que se nace o no, se tiene, se entrena, como todo en la vida. Pero es muy importante. A eso en la Convención Alfonsín lo tenía, porque había padecido seguramente lo que para él habían sido algunos errores. Y lo tenía muy claro Eduardo Menem: "Ésto es hasta acá, hasta acá podemos llegar". Si tensamos más, se quiebra, en un marco de inestabilidad, que claramente no es el de hoy. Hoy la gente puede estar muy en desacuerdo con la política, con la democracia, pero nadie dice que la solución va a ser un gobierno militar. En 1994 llevábamos apenas 10 años de democracia, y con mucho conflicto en el medio, con mucha asonada y mucho levantamiento militar, con leyes de Punto Final y amnistías. Es decir, con un proceso muy convulsionado. Entonces había que saber hasta donde llegar, y esa fue una sabiduría que tuvieron todos. La izquierda, la derecha, el centro. Todos. Por eso a la Constitución en Concepción del Uruguay la juramos todos, porque todos estábamos de acuerdo en que ése era el documento que podíamos lograr en ese momento. Perfectible todo. Cuando yo lo veo desde el Derecho Constitucional, desde el libro, desde la academia, desde el claustro, pienso que si se hubiera podido hacer la casa con el terreno limpio, lo hubiera hecho distinto. Pero la casa ya estaba construida y había que reformarla, o sea que llegamos hasta donde podíamos llegar.