Se cumplen 15 años del crimen de Nora Dalmasso
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Nadie sabe, aquella noche, si el asesino durmió, comió, bebió, miró la televisión, caminó o tan sólo se dedicó a esperar o seguir a la víctima. Se ignora si tenía una foto de ella, si la conocía o lo habían contratado para matarla. En una historia que fue contada tantas veces, el mayor enigma es quién la mató.
Pero los dos protagonistas de esta triste historia cenaron el 25 de noviembre de 2006 en dos restaurantes a 975 kilómetros de distancia. Marcelo Macarrón y Nora Dalmasso, cada uno por su lado, celebraron con amigos y amigas. Él lo hizo en Punta del Este, donde había ganado un torneo de golf. Al final brindaron con champán y se fueron a dormir. Ella lo hizo en Río Cuarto. También brindaron con champán y se despidió de las amigas. No sabía, imposible que lo supiera, que la madrugada del 26 tendría un encuentro inesperado.
En ese momento apareció el asesino, que la golpeó, logró desvanecerla y luego la estranguló con el lazo de su bata y con las manos. Una maniobra mixta. Aunque resulte extraño que un sicario haya actuado sin una pistola o revólver, para los investigadores el autor intelectual buscó confundir. “Esperó que creyéramos que fue una violación, algo más relacionado a una relación extramatrimonial. Fue como si hubiese intentado embarrar la escena del crimen”, dijo una fuente del caso.
En la reconstrucción del crimen que hicieron los forenses Raúl Torre y Osvaldo Raffo, con gran trayectoria en casos policiales, creen que Nora se trabó en lucha con el agresor. Concluyeron que el estrangulador ejerció una fuerza de 15 kilos durante tres a cinco minutos sobre el cuello de Nora, que tenía lesiones en el cráneo y en el codo derecho. “Se trata de una víctima luchando por su vida, derribada al suelo y transportada a la cama, o sorprendida en ella. No siempre se halla un escenario criminal con muebles derribados, vidrios rotos y regueros de sangre”.
Para los peritos de la familia de Nora, el o los asesinos la esperaban en la casa cuando ella llegó de cenar con sus amigas.
El asesino parecía estar bien informado. Porque la noche fatídica Nora iba a estar sola. Como se dijo, su marido estaba en Punta del Este con otros 15 amigos, su hija Valentina, de 16 años, dormía en la casa de una amiga y su hijo Facundo, de 19, estaba en Córdoba, donde cursaba Derecho.
La casa en el country del horror
El último día que pasaría con vida, para ella había empezado temprano. Estuvo en la funeraria Casa Grassi, que era de su madre María Delia Grassi, la empresa de sepelios y servicios prepagos donde trabajaba, y luego almorzó con sus padres poco después de las dos de la tarde.
Cuando llegó a su casa estaba la empleada, Karina, q quien le pediría que se tomara el fin de semana, y un grupo de pintores, entre ellos Gastón Zárate, que llegó a ser acusado y detenido y luego liberado en el “perejilazo”.
Nora recibió un mensaje en su celular de Polly, una de sus amigas: “Nori: hoy a las diez está reservado para ir a comer al Alvear. Llamame para confirmar tu presencia. Que no decaiga. Polly”. Nora durmió una siesta en la cama de su hija. Al despertar, los pintores y la empleada se fueron. A las 18 la visitó Silvia Albarracín, que vio a Nora salir de la pileta en bikini y luego ponerse un toallón en a cabeza y otro en el cuerpo. Hablaron de sus maridos, de la cena y Nora le dijo que pensaba hacerse un brushing.
Poco después de las 21, llamó a su cuñada Silvia Macarrón, artista plástica. Fue a La Casona del Arte, donde Silvia exponía dos obras.
Cuando poco después de las 22 Nora llegó al pub Alvear, propiedad del ex tenista Agustín Calleri, en la Alvear 923, en pleno centro de la ciudad, el encargado le dijo que un hombre había llamado para cancelar la cena. ¿Fue el asesino?
Sorprendida, Nora llamó a una de sus amigas y le dijo que todas estaban en camino. Les hicieron una mesa improvisada para seis: Rosarito, mujer de Gonzalo Gagna; Silvana, la esposa del legislador provincial Alfonso Mosquera; Graciela Bonino de Compagnucci; Paula Poli Fite de Ruiz; Patricia Funes de Carmine y Nora. El menú: ravioles de salmón, brochettes y ensaladas y tomaron vino.
Sus amigas vieron a Nora como siempre: despreocupada, jovial, haciendo chistes, alegre, hermosa, con sus jeans o blusas escotadas, no por nada de joven había sido Reina de la Belleza en el club Estudiantes de Río Cuarto. Ignoraban que todo ese día se había enviado mensajes con Guillermo Albarración, amigo de Macarrón que participaba en el torneo de golf. Su esposa, Silvia, era amiga de Nora.
Cuando fue el crimen, en los medios salieron listados de amantes y se vendía una remera que decía “Yo no estuve con Norita”. Sin respetar el dolor de la familia de la víctima. Pero en el expediente figura que su único amante era Albarracín y ese dato se incorporó no por chisme o rumor sino porque su testimonio quizá podía aportar algo a la causa.
Ese día, hace falta aclararlo, Nora se comunicó con sus hijos Facundo y Valentina para ver cómo estaban. Lo mismo con su esposo Macarrón, con quien se había casado hacía 20 años.
Desde entonces desfilaron 15 sospechosos en la causa.
¿Qué pasó entre que sale del bar Alvear hasta que entra en su casa?
Rosarito las invitó a tomar champán Pommery en su casa. A las dos se fueron todas. Nora subió a su Bora.
Poli Ruiz fue la penúltima persona que vio con vida a Nora. Yendo a su casa pasó por el frente de la casa de Dalmasso y le tocó bocina cuando ella atravesaba el portón de madera. Al rato, se largó a llover.
Adentro de la casa de Nora, el horror.
No hubo nada, ese día, que pudiera torcer el destino. Una visita que la salvara del matador. Un viaje. Pasar la noche en otro lado. Todo pareció transcurrir tal como lo esperaba el asesino.
El crimen se ejecutó las primeras horas del domingo 26 de noviembre. Al mediodía, la madre de Nora la llamó varias veces, pero no hubo respuesta. Tampoco la tuvieron sus hijos y su esposo.
Hasta que por pedido de la madre de Nora, que llamó al vecino Pablo Radaelli, de 72 años, para que se fijara si su hija estaba en casa. Entró por la puerta trasera, que estaba abierta. La encontró muerta.
Por la escena del crimen desfilaron 23 personas, entre ellas un cura amigo de la familia que tapó el cuerpo de Nora por pudor.
Desde ese día, el caso naufragó por imputaciones injustas. Una de ellas fue las del albañil Gastón Zátate, que terminó sobreseído.
También acusaron a Facundo Macarrón, por entonces de 19 años. Lo imputaron en la causa el 6 de junio de 2007. El único argumento del fiscal en su contra fue que en el ADN de la escena del crimen apareció el linaje Macarrón. Como su padre Marcelo jugaba al momento del femicidio un torneo de golf en Uruguay, la sospecha (“leve”, como puntualizó Di Santo), recayó sobre su hijo.
No lo detuvieron, el propio fiscal consideró que no había pruebas suficientes. Sin embargo, su teoría era que Facundo mató a su madre y abusó de ella. No sólo eso: se llegó a buscar el móvil en una supuesta pelea entre madre e hijo por la elección sexual del joven. Algunas pericias giraron en torno a su vida privada, pese a que no tenían nada que ver con lo que se investigaba.
En 2012 fue sobreseído por el juez de Control de Río Cuarto, Daniel Muñoz.
Facundo tuvo dos grandes heridas. Una por el crimen de su madre. La otra, la injusta acusación. “Destruyeron mi juventud”, le dijo a Infobae el 20 de junio de 2020, en su primera manifestación a un medio desde que mataron a su madre.
En todo ese tiempo, Facundo sufrió cámaras ocultas, invasión a su privacidad y tuvo que ver cómo las fotos de la autopsia de su madre -que un policía ofrecía a los medios a cambio de dinero (el autor de esta nota fue testigo de eso)- aparecieron en televisión.
Cada vez que intenta escribir algo para recordar a su madre, lo borra. Como si el peso de la injusticia no lo dejara escribir los momentos inolvidables que pasó con su madre, como cuando ella lo acompañaba a comprar ropa o escuchaban los clásicos de los 80 y 90.
Hace un año, Facundo le escribió a Infobae:
“Te imaginarás que a partir de eso, y de tantas otras barbaridades que cometieron en la investigación judicial, tengo la confianza básica destruida. Sobre todo cuando tengo que recordar públicamente a mamá. Y esto no me pasó solo a mi, sino a muchos otros miembros de mi familia, amigas y amigos de mamá, quienes prefieren recordarla en silencio porque cada vez que ingenuamente hablaron de ella, lo que dijeron se interpretó para el lado menos pensado o el más pensado (léase, premeditado) para los investigadores: culpar a alguien del círculo íntimo familiar. Así se cierran la mayoría de estos crímenes. Fácil. Justicia, no importa, lo importante es tener un condenado o condenada, hoy el objetivo es mi viejo”.
“Con todo esto que te digo, te imaginarás lo difícil que es para mi ponerme a hablar con alguien, aún con la confianza y el respeto que te tengo como periodista, sobre la calidad de persona que era mi mamá. No tiene que pasar tiempo para que pueda hablarte de ella sin temor a perjudicar a papá ni trauma, simplemente tiene que haber justicia, y esto implica investigar a quien realmente cometió el horrible crimen, y condenar a esa persona. Ni hablar de que se termine la persecución contra mi familia, hoy contra mi viejo. Es tan simple pero tan difícil de entender para quienes nos deben ese servicio de justicia, que no sé si alguna día podremos tener la tranquilidad de poder recordarla, en público, habiéndose hecho justicia. No pierdo la esperanza”.
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