Se fue Oscar Pieroni… ¿quién?… ¿el Flaco? no puede ser
Varias veces volví a observar en estas horas nuestra portada de la web de Sur24 para convencerme de que Oscar Pieroni, o para nosotros, los que disfrutamos de su amistad, simplemente “el Flaco”, así como el “Cachi” para otros, ya no estará entre nosotros cada día con ese paso ágil, esa sonrisa amplia y esa palabra justa. Por eso el título de este recordatorio, porque esta mañana nadie quería dar por ciento el rumor de tan artero golpe al corazón.
Sin dudas, a la par del inmenso dolor que esta temprana partida provoca en sus familiares, amigos y allegados, la ciudad y la región pierden a un dirigente de inagotable generosidad y envidiable capacidad de trabajo. Nacido en Amenábar y venadense por adopción, Oscar se erigió en un político lúcido en sus análisis, equilibrado en la vinculación con las otras fuerzas -pocos tan respetados como él en el mundillo de la política- y comprometido en la defensa de las decisiones colectivas, aunque no siempre estuviera de acuerdo con las mismas.
Peronista desde su adolescencia -en rigor, desde la cuna-, con los años se volvió crítico de las prácticas del PJ, y encontró en la centroizquierda un espacio adecuado para desarrollarse políticamente, primero en la agrupación local Pueblo y más adelante en el Partido Socialista, hasta erigirse en uno de los dirigentes más confiables para Hermes Binner, Antonio Bonfatti y Miguel Lifschitz.
Un militante “24 x 7”, como se dice en estos tiempos, pero no sólo en los últimos años, donde se hizo más conocido para el gran público, como concejal, diputado provincial, coordinador nodal de la Región 5 en el gobierno de Antonio Bonfatti, sino desde mucho antes. Ya era militante en la secundaria y se comprometió más aún en la JUP de los ’70, cuando estudiaba Ingeniería Química en la ciudad de Santa Fe, o en los años ’80, cuando reanudó los estudios (en esta caso Ingeniería Electromecánica) en la Facultad Regional Venado Tuerto de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN). Tiempos en que el magnífico edificio actual era un sueño lejano y las clases tenían lugar en las aulas de la Escuela Industrial.
Más allá de sus múltiples compromisos familiares y laborales, no resistió la tentación y se unió al Frente de Integración de Universitarios Tecnológicos, una agrupación amplia y pluralista a la que representó como secretario académico en el Centro de Estudiantes, como consejero estudiantil y también como delegado ante la Federación Universitaria Tecnológica.
Por esos mismos años era un indispensable en la Federación de Cooperadoras Escolares de General López, con un trabajo colosal al que le ponía el cuerpo como si se tratara de defender sus propios intereses que, al fin y al cabo, eran eso, sus propios intereses, los de la escuela pública, a los que dedicó largos años de su vida, y que también defendió con singular pasión en diversas instancias del Congreso Pedagógico Nacional.
Para muchos de nosotros, estudiantes universitarios, aunque él tenía menos de 30 años en los ‘80, ya era un “tipo grande”, un padre de familia, que había militado en la década del ’70, una verdadera referencia, un faro insoslayable, un hombre de consulta para veinteañeros que se introducían tímidamente en los temas políticos, después de Malvinas, en medio de la huida de la dictadura.
Siempre admiramos su capacidad de trabajo y esa asombrosa cualidad de desdoblarse, haciendo lo suyo y, a la vez, lo que otros no hacían, pero sin quejarse jamás. Todo lo soportaba a pie firme, con inusual entereza, incluso algunos episodios que sufrió a lo largo de su vida y que hubieran volteado a un elefante. Todo lo asumía en forma personal, pero no porque quisiera acaparar más de la cuenta, sino porque era consciente de que “alguien tenía que hacerlo”.
Como tantos otros, no se recibió de ingeniero -le sobraba capacidad, talento y constancia para graduarse en cualquier disciplina del conocimiento- porque priorizó otros aspectos de su vida, pero de todos modos, hasta el último de sus días, se esforzó en tender puentes, allanar caminos y construir equilibrios, disfrutando de los suyos -con sus hijos y nietos como soles predilectos-, pero siempre atento al crítico entorno social que lo desvelaba.
Daba gusto, hasta hace muy poco tiempo, escucharlo hablar de sus estrategias para que, paulatinamente, la Caja de Jubilaciones municipal, su última responsabilidad política, se volviera sustentable, a pesar de todo. Y todo lo hacía con ese entusiasmo militante, ese sustento, ese fuego sagrado del que hoy la política carece, porque escasean la épica y las utopías, incluso las convicciones.
Siempre me llamó la atención que los años prácticamente no pasaran para el Flaco, por su jovialidad, por su energía, por sus proyectos. Y así será de ahora en más. Con esa imagen nos vamos a quedar por siempre todos los muchos que lo quisimos y lo admiramos. Claro, con mayor orfandad, con una referencia menos, ya no tan iluminados.