Segre Deleau: “Nadie sale indemne de semejante colapso mundial”
El largo aislamiento que, con variantes en su intensidad, acumula 15 meses, muestra secuelas, incluso antes de ingresar en la pospandemia, y los más pequeños se cuentan entre la población más dañada. En busca de indagar sobre los efectos colaterales de la crisis sanitaria, Sur24 consultó a la médica psiquiatra infanto-juvenil Natalia Segre Deleau, quien observó que “estamos en un contexto de imprevisibilidad, caracterizado por discursos contrapuestos, sin normas claras, que afecta la vida de todos los ciudadanos y en particular de niños y adolescentes, entre los cuales, según las edades, aparecen casos de pesadillas recurrentes, irritabilidad, dificultades para dormir, alteraciones en la conducta adaptativa y los hábitos cotidianos, trastornos de ansiedad, entre otros”.
“Hay diferencias en la manifestación del malestar en los infantes, más dependientes de las figuras parentales, y en los adolescentes, ávidos del encuentro con amigos. Para los más pequeños es esencial que el ambiente en que se desenvuelven sea seguro y predecible, el cual es afectado por la pandemia, ya que todos los miembros de la familia ven alteradas sus actividades cotidianas, tanto educativas como laborales, a lo que hay que sumar el estrés ante la enfermedad o la pérdida de seres queridos, la distancia física con familiares y amigos…”, describió la especialista. Y amplió: “En los más chicos detectamos retrasos en la adquisición de lenguaje y de otras pautas madurativas, generalmente asociado a una mayor exposición a pantallas y menor contacto social”, señaló.
“Y en los niños en edad escolar hallamos dificultades en la adquisición de lectoescritura, así como también en normas y hábitos pedagógicos necesarios. Pero no debemos apresurarnos a patologizar esas dificultades, pues la posibilidad de acceso a los saberes, a la conectividad, a la experiencia virtual, no es igual para todos. Además se descubren alteraciones de tipo socioemocionales que repercuten en la conducta, resultado de la falta de contacto con pares”, precisó Segre Deleau.
Tiempo de carencia
“En el caso de los adolescentes, el aislamiento social provocó un mayor tiempo de exposición a las pantallas ante la exigencia escolar y el uso de las mismas para distracción; además, por la ausencia del encuentro físico con el otro, se multiplicaron videollamadas, reuniones virtuales y juegos en línea. Todo esto repercutió en una escasa actividad física, menor exposición al aire libre, sedentarismo y manifestación de sentimientos negativos, ya que no todos tienen facilidad para expresarse a través de una pantalla. Además se incrementaron los miedos, baja autoestima, aburrimiento, irritabilidad, trastornos de la conducta alimentaria, inquietud, nerviosismo, así como también sentimientos de soledad y preocupación”, describió la psiconeuroeducadora.
Más adelante, sostuvo que “una gran parte de la población infanto-juvenil no pudo adaptarse al encierro, a la distancia con los seres queridos, a la modalidad escolar virtual, al contexto del aislamiento y las alarmas permanentes en los medios. Nadie sale indemne de semejante colapso mundial -subrayó-, ni siquiera aquellos que parecen no haber sido afectados. En todos hay huellas de esta pandemia que aún nos atraviesa, dejando a su paso duelos, ausencias, pérdidas laborales, escenas de violencia familiar, crisis económica y la alteración de ese mundo conocido que se trastocó y obligó a adquirir nuevos hábitos, que nos protegen y a la vez nos distancian”.
“Es casi imposible que tanto cambio y tanta crisis no dejen su secuela, pero más allá de la intensidad de ese impacto, es saludable que aparezca. Luego, cómo se elabore dependerá de los recursos personales, emocionales, simbólicos y sociales de cada individuo en particular. Habrá quienes desarrollen un trastorno, pero también habrá quienes lo atraviesen y tal vez hasta se fortalezcan”, aseguró Segre Deleau.
Acompañamiento
En relación con los resultados de la educación a distancia, la profesora adjunta de la carrera de Psicología en IUNIR, la consideró una “opción válida”, aunque opinó que “debiera ser accesible a todos y esto no sucede, ya que muchos niños y adolescentes se vieron muy afectados en sus posibilidades de aprender por no disponer de los recursos (dispositivos y conectividad) necesarios. Sólo la presencialidad garantiza un acceso igualitario. Claro que -enfatizó- no hay que perder de vista la situación sanitaria local, sino evaluar la vuelta a la escuela en función de ésta, ya que si bien los colegios cumplen protocolos, el movimiento de gente que genera la presencialidad no resulta funcional a los fines epidemiológicos, ya que a mayor circulación de personas, mayor circulación viral”.
“La escuela cumple no solo su rol pedagógico, sino que también es centro de contención y muchas veces es el primer detector ante situaciones complicadas en el hogar, como violencia o abuso. Su reapertura, sin duda, implica un beneficio para alumnos, familias y sociedad”, evaluó.
Sin embargo, ante las polémicas en torno a la vuelta a las aulas, advirtió que “nuestros hijos, luego de transitar largos meses con encierros y pérdidas de distinto tipo, necesitan claridad y confianza en nuestra acción como padres”, tras lo cual recomendó a los adultos “no transmitirles preocupaciones que ellos no pueden resolver. Podemos manifestarnos en una posición u otra, pero dejemos a nuestros hijos fuera de esas protestas. Sumarles desconfianza e incertidumbre no les beneficia, es más, hasta les hace transitar la vuelta al aula con culpa de estar o no en el lugar indicado, crea grieta entre los mismos pares, les hace descreer en la palabra del docente, y hasta desautoriza nuestras convicciones cuando cedemos ante aquello que criticamos”.
“Acompañemos el proceso, sabiendo que si no podemos cambiar cuanto acontece, sí podemos elegir con qué actitud transitarlo. Ojalá sean muchos los niños y adolescentes que, más allá de las vicisitudes del hoy, puedan salir fortalecidos y así aprender de los errores de ayer para construir un futuro mejor”, cerró Natalia Segre Deleau.