Volver de la guerra, un repaso de lo vivido
Hay mucho para analizar y procesar luego de semanas de intensa actividad periodística. Hacerlo en un país desconocido, con idiomas, cultura, costumbres y un entramado político totalmente distinto al argentino lo hace más intenso. Suma la existencia de una invasión por parte de una potencia militar como Rusia es un condimento demasiado fuerte para pasar desapercibido.
Primero hay que destacar la situación de los polacos, principales vecinos receptores de refugiados ucranianos. Ellos mantienen sus actividades normalmente, pero con temor a ser “los próximos en la lista” y recibiendo en sus hogares a más de 4 millones de refugiados que perdieron todo o parte de lo suyo. Como lo contamos, hay cientos de mensajes en la vía pública de apoyo a Ucrania y hasta se reconfiguraron las carteleras y avisos de principales ciudades para que los nuevos visitantes puedan transitar mejor su derrotero indeseado. Ver la predisposición de buscar familias en la frontera y darles un hogar o alcanzarles un plato caliente a quienes llegan congelados a las estaciones de tren, le ponen humanidad a esta guerra.
La frontera es la antesala a lo que viene. Prácticamente nadie cruza hacia Ucrania y las colas en sentido opuesto tardan más de tres horas hasta lograr realizar el trámite migratorio. Es que ya quedó claro que Rusia golpea con sus armas a toda Ucrania y no sólo a las regiones de interés. Ningún punto dentro del país es seguro. En ese marco, ver las miradas perdidas de miles de abuelos, madres y niños quita la esperanza. Dejaron atrás todo. Rutina, trabajo, escuela, padres, amigos, autos, casas, programa preferido, todo quedó atrás y solo importa huir de la muerte. Una vez más, la interacción de centenares de voluntarios de todas partes del mundo alienta a los pacientes desplazados y nos devuelve la otra cara de la esencia humana.
Al recorrer Lviv y las ciudades de alrededor, catalogamos la situación como de tensa normalidad. La mayoría trata de mantener su rutina, pero las sirenas y los eventuales bombardeos recuerdan que el peligro está cerca. Ver el paisaje urbano de ciudades históricos reducidos a bolsas de arena, chapa y madera cubriendo los sitios de mayor valor cultural es un choque a la razón. Hay gente armada por todas partes, de Fuerzas regulares o de voluntarios. Los retenes son distópicos, incontables anillos alrededor de las localidades hacen denso cualquier intensión de movimiento. Todo bajo control de militares con sus armas listas para ser descargadas ante un ataque terrestre o la presencia de infiltrados enemigos. Tanto es el control, que hasta se hacen cargo de los ingresos a entes gubernamentales como municipios. Son los mismos que exigen explicaciones, no sólo al circular en automóvil, sino también al tomar una fotografía en un café, por ejemplo. Quieren saber quién, por qué y para qué está en su país. No quieren regalar ningún dato de información que no responda a sus intereses o línea discursiva.
Lo último tiene lógica. Ucrania gana, al menos de cara a occidente, la guerra de la información. Ellos son las víctimas y los rusos los bárbaros. Así los presentan y es otro dato importante que nos queda. Parece que nadie quiere a Rusia en la zona. Al principio sentíamos que el desprecio era hacia Vladimir Putin y su gobierno, pero con el correr de las semanas y de los testimonios, entendimos que también incluyen en la bolsa a quienes no se manifiestan contra lo que ocurre. También, que esta mala relación incluso viene desde antes de la existencia de la Unión Soviética. El dato que llevábamos era que la gran mayoría de la población local tenía como lengua madre al ruso. Volvemos con la experiencia de que Monika, quien hizo las veces de vital intérprete, no podía hablar con ellos en ruso, porque ahora se niegan a hacerlo en señal de antipatía.
La necesidad de defender lo propio es admirable. En más de un mes de guerra, la cifra de desplazados varió pero la de refugiados casi no. La mayoría intenta hasta lo último quedarse en su territorio nacional para ayudar de una u otra forma. Vladimir, nuestro anfitrión, nos explicaba que todavía no tenía razones para dejar su casa, que se encuentra a dos mil metros del último bombardeo en la zona. Es un tanto por nacionalismo y otra importante razón de no “darle el gusto a los bárbaros”. Hay odio entre vecinos que alguna vez fueron lo mismo.
Lo discursivo, dentro del territorio, es lo mismo que hacia el mundo. Muchísima propaganda nacionalista, invitando a resistir y luchar en consecuencia, e imágenes que ridiculizan o disminuyen el poder de Rusia. Los vecinos no sólo conviven con eso, sino que ya lo tienen incorporado como filosofía de vida como hemos notado. Son ellos mismos quienes, a veces, detienen las coberturas periodísticas para que no se filme tal o cual lugar. Eso hizo aún más difícil nuestra tarea y alimentaba el temor de alguna represalia por el único hecho de intentar contar lo que veíamos. Es que ellos daben que indicar el alcance de un ataque puede indicarle al invasor si dieron en el blanco deseado o cuánto deben calibrar para hacerlo. Lo que para nosotros es una cobertura, para ellos e riesgo de su identidad. Por ello, por ejemplo, e l gobierno de Zelenski continuamente instruye en materia de contra inteligencia a la ciudadanía civil y con una cuota de paranoia y el nerviosismo lógico de una guerra hace que todo sea tenso. Mientras se respeta lo máximo posible las obligaciones preexistentes.
El regreso nos quita un nerviosismo que casi no sabíamos tener hasta volver a casa. Uno vuelve a relajarse. De todas formas, es imposible olvidar que hay trenes repletos de desplazados buscando un hogar en medio de nevadas; que hay niños que no entienden por qué corren de sus casas; que hay abuelos que dejan atrás vidas enteras por obligación. También es imposible dejar de lado que fuertes intereses multilaterales están en juego y que asignar roles de “buenos y malos” sólo es hacerle el juego a uno u otro bando de poder. Es imposible olvidar que a 15 horas de viaje, hay personas disparando fusiles y activando misiles entre pueblos vecinos. En el medio varias personas, como azafatas, conocidos u otros pasajeros, llenan de preguntas sobre una guerra que nosotros no esperábamos, pero que para los locales lleva años.