Por Marta Ortiz
Caminar un sendero de palabras que no rueden cuesta abajo
Análisis Literario.
El título de las palabras iniciales de la obra "Mar de fondo", "A flote", por su autor, Juan Aguzzi -periodista cultural, crítico y editor rosarino-, da una clave de lectura. Todos los títulos del volumen lo hacen, podrían reflejar las estaciones de vida evocadas con solo encadenarlos en orden sucesivo. Leemos, desde la óptica de un presente que es orilla y mira atrás -posiblemente a salvo-, que más allá de ese "mar de fondo de la vida misma" con su sonido que no cesa, con todas sus encrucijadas, el poeta percibe que su vínculo con la escritura es estructural; el escribiente que en algún tramo laberíntico ha perdido poemas escritos en cuadernos, no ha perdido jamás el deseo de seguir haciéndolo, ha comprendido que su mundo está "compuesto de la historia construida y la experiencia real, (…) que solo había que escribir, porque eso era lo que me mantenía a flote".
La mirada retrospectiva habilita el filtro de la memoria, hilvana un trabajo proustiano en la necesidad de repasar, recuperar, vincular y comprender el sentido de su propio pasaje por los mojones de nuestra historia reciente. Las ocho secciones a las que se agrega una breve coda, reúnen poemas que dibujan una poética de bordes narrativos con logradas imágenes entre lo sensorial y lo emotivo, atravesados por una subjetividad que escarba, alude, filtra, dispara las múltiples aristas del sentido entrevisto. Un yo que a veces es plural y otras muda a la tercera persona y ‒tal vez cuando alcanza la mayor intensidad‒ a la primera, mira dentro de sí y reconstruye sobre el recorte que aporta la memoria.
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"En la escena de la infancia, está el mundo", escribió la poeta María Negroni, y es en la sección "Asombros", que abre el libro, donde late un reflejo del paraíso perdido (a veces es la infancia). Como en la maqueta móvil de un tiempo desaparecido (no internet, no celular, no plataformas, no play) "un tiempo encendido/ impulsado por los vibrantes/ sonidos del barrio", el verano rojo, la imaginación al tope, un sitio adonde se quisiera regresar para saber qué había detrás de la risa suelta, "para sentir lo mismo".
Tiempo en que las batallas se libraban con soldaditos de plomo, el simulacro por el solo placer del juego. Crecer en un barrio de casas bajas planeando "ataques" que no pasaban de ser ingenuos conjuros al aburrimiento. Los juegos se dirimen en la calle, los planes al abrigo de un zaguán. Una casa de campo donde podrían habitar fantasmas y "Los árboles parecían de otro mundo", aporta el temprano desencanto ante un mundo desigual: "No comprendía cómo tanto mundo/ era de una sola persona".
Los poemas reunidos en "Borrascas" evocan el oscurantismo durante la última dictadura en nuestro país, cuando una generación jugó el todo por el todo apostando a un futuro más justo. El ojo poético enfoca la rebeldía, los comienzos de la militancia de quien imagina, desea y confía en ese mundo a construir, sin advertir "… las señales/ que sofocarían cualquier idea", el tiempo aniquilador de sueños que se avecinaba. La dura experiencia reflejada alcanza su clímax en los poemas "Tiempo expandido" y "Hierros", palabra esta última que en el contexto aludido, implica clausura: "Esos hierros fueron/ una de las formas de la muerte. (…) A las sombras de la memoria/ se hace difícil vadearlas/ por donde se camine/ hay flores blancas oliendo a muerte".
Aquí cobran fuerza las palabras de Osvaldo Lamborghini que abren dicha serie: "… impedir cualquier delirio/ de vuelta atrás"; tan intensa fue la convicción asumida. El poeta guarda un legado: siempre llevará consigo la obstinación, "la incandescencia/ de los compañeros ausentes", que le entregaron sus nombres "para que los lleve conmigo hasta el último aliento"; ni siquiera un poema de amor hace pie sobre las ruinas que en la memoria levantan las ausencias.
El poema "Los andantes" detiene el fluir del tiempo: intemperies reunidas a la luz de la luna; "Embajadores de mates y sartén sin mango", jóvenes descreídos de los modelos vigentes a la espera quizá de un manual de instrucciones capaz de curar las heridas, solos y al solo amparo de algún presentimiento mágico. Resuenan las palabras "desenfreno", "devastación", "batallas perdidas de antemano", "…planes / condenados al olvido / la trampa a mitad de camino".
Todo se pacta "bajo el imperio del viento y de los árboles". Es notable la presencia de ambientes naturales rodeando etapas iniciáticas: el espacio abierto, las orillas, la noche, la luna, las vías de ferrocarril, árboles, flores, dejar "una puerta abierta/ para que entre el viento". Apenas el tiempo ha modificado las obsesiones. El poeta reconoce la omnipresencia del "fracaso", corolario de la derrota; palabra que se reitera y "empieza por casa y se adosa a la piel". El peso de ese "fracaso" encuentra sin embargo su contraparte en la memoria del corazón, en el deseo de reabrirse a la sensualidad, al amor, a la ilusión, solo hallable esta última en los patios de la infancia donde sí -se dice- hubo señales.
Pese al acoso de la "memoria de la tristeza", el poema "La sed" reescribe el impulso a evadir la oscuridad. Tocar fondo implica el inminente rastreo de la luz, tal vez el deseo de escarbar para descubrir de qué está hecha en verdad esa "sed", que, intuimos, alude al antiguo anhelo: imaginar y plasmar un mundo más humano. La también antigua vocación del escribiente que perdió los cuadernos con sus poemas, se filtra por los intersticios. Importa "escribir sobre lo innombrable", esclarecer u ordenar, pese a la dificultad: las palabras no alcanzan; como se sabe, si bien el poema lo intenta, lo indecible está detrás de todos los lenguajes, tal como alguna vez lo expresara Rainer Maria Rilke.
La serie "Desmalezar" se siente como un punto de llegada o quiebre en el que lo urgente es erradicar aquello que frena el despegue. "A tientas" y "Acto de ver" son poemas bisagra. El yo poético desplazado en "A tientas" a la mediación de la tercera persona, ve "una luz centelleante", el miedo aplacado, otra deriva. Para "ver" hay que apagar el mundo, confiar en la soledad, masticar lo que duele, creer en la palabra "rotunda y capaz de intentar lo imposible". Cerrar, tener, ver, resistir, ser, no es casual el uso del infinitivo como forma verbal impersonal. Se trata de acciones a conjugar que aíslen e iluminen lo que aun duele y yace en lo profundo: "la amplitud de la desdicha/ es un auténtico pasadizo/ de generación en generación"; vale construir "un sendero de palabras/ que no rodaran cuesta abajo".
"Mar de fondo" es tal vez una larga conversación de su autor consigo mismo, un ajuste de cuentas en busca de las respuestas que no se hallaron antes y tampoco ahora: "…se va cayendo el mundo/ y solo unos pocos parecen notarlo". Sin embargo, y aunque hay desolación en la persistencia de esas flores blancas que huelen a muerte, una luz guía se enciende en la obstinación de resistir, de reescribir sin tregua aquellas "palabras audaces" que abrieron la amplitud el camino.
Una cuidada selección de epígrafes da cuenta de un linaje literario: Clarice Lispector, el citado Lamborghini, Teuco Castilla, Enrique Molina, Rodolfo Fogwill, Silvina Ocampo, Alejandra Pizarnik, Leopoldo Marechal; voces a su vez iluminadas por la palabra del cineasta lituano Jonas Mekas, quien ha escrito: "Yo apuesto por el arte que hacemos los unos para los otros, como amigos". Apuesta que "Mar de fondo" comparte: el buceo de su autor por territorios de la memoria no lo incluye solo a él, en su espejo todos podemos mirarnos.
(*) Reflexiones sobre "Mar de Fondo", obra de Juan Aguzzi, publicada por Último Recurso Ediciones, año 2023.