Crónica política
Con gusto a rabia
I
El "ómnibus" no inició el viaje previsto. Salió del garaje, se instaló en la dársena, algunos pasajeros subieron, otros se quedaron esperando, pero lo cierto es que el viaje se suspendió hasta nuevo aviso o hasta siempre. Hubo protestas, abundaron los insultos, las promesas de venganza e incluso gestos de indiferencia, pero lo cierto es que el viaje se suspendió hasta nuevo aviso. ¿A quién echarle la culpa? Un corte y vayamos al Congreso. No es fácil hallar un culpable cuando todos se echan la culpa entre todos y cada uno cree tener la razón de su parte. ¿Los peronistas? Más o menos. Son unos fulleros, pero siempre dijeron que estaban en contra del "ómnibus" y, como dice el refrán, el que avisa no es traidor. No solo estaban en contra, sino que su oposición no impedía que el "ómnibus" saliera a la ruta. ¿Los diputados dialoguistas y los gobernadores? Para Milei y sus colaboradores inmediatos no hay dudas de que fueron víctimas de una puñalada trapera, de una traición; la traición de la casta con sus políticos y periodistas ensobrados, y sus gobernadores demagogos y mangueros. Para el presidente tampoco hay dudas de que el 56 por ciento de votos obtenidos lo habilita a hacer estas imputaciones, además de proponer un "ómnibus" con facultades delegadas incluidas y un DNU, factura que suma alrededor de mil disposiciones. Las tradiciones y las costumbres, no la ley, dicen que a un gobierno entrante se le otorgan cien días de respiro. Lo que las costumbres y las tradiciones no dicen es si esa licencia alcanza a un gobierno que presenta la friolera de 1.000 disposiciones, algo así como una revolución política y social promovida a través de un decreto y un proyecto de ley. El gobierno proclama una verdad que nadie discute: fue votado por catorce millones de personas. La verdad se impone, pero en política como en literatura o en cine la verdad también incluye lo que se oculta, lo que no se dice o lo que está fuera de campo. Y en este caso hay que decir que los diputados y los gobernadores a los que Milei vapulea sin piedad en nombre de su legitimidad electoral, también fueron votados, no los puso en ese lugar ni Dios, ni el Diablo ni Papá Noel. Tampoco se dice que así como Milei obtuvo catorce millones de votos, la oposición obtuvo doce millones, para no mencionar que en el 56 por ciento de votos obtenidos hay alrededor de un 26 por ciento de votos que eligieron por el mal menor. En democracia -bueno es saberlo- el voto es el punto de partida de legitimidad, los siguientes pasos son reglas de juego que hay que respetar. El principio vale para un partido de bochas, un picado en un potrero, un torneo de canasta en beneficio de la cooperadora escolar y una sesión en el Congreso de la Nación. Hay reglas que se cumplen y gana el que no solo las cumple sino que las sabe aprovechar a su favor.
II
Si los diputados dialoguistas fueron ensobrados, seducidos por una Mata Hari o alguna bribonada parecida, es algo que habrá que probar. A esa prevención Milei no parece tenerla en cuenta; en realidad, casi nunca la tuvo en cuenta, motivo por el cual no vaciló en calificarlos de delincuentes. Convengamos que el presidente se mete en un terreno resbaladizo. Los diputados son lechuzas cascoteadas y están acostumbrados a que les digan delincuentes y cosas peores sin ruborizarse, pero los gobernadores son otra cosa. Ni mejores ni peores: otra cosa. Meterse con los gobernadores en una república es meterse con las provincias y eso es asunto delicado. Lo es, por ejemplo, para el Preámbulo de la Constitución Nacional, que en su primer párrafo dice: "Nos los representantes del pueblo de la nación argentina, reunidos en Congreso general constituyente POR VOLUNTAD Y ELECCIÓN DE LAS PROVINCIAS QUE LO CONVOCAN… con el objeto de constituir la unidad nacional". ¿Esos diputados estaban ensobrados? ¿Eran una casta? ¿Participaban del festín de los corruptos? Supongo que no. ¿Y los de ahora? No estoy en condiciones de dar respuestas absolutas, pero hasta que alguien me pruebe lo contrario las personas que ocupan las bancas son respetables y, además, fueron elegidos por el pueblo según las leyes previstas. ¿Y de los gobernadores que hay para decir? Rogelio Frigerio, Martín Llaryora, Maximiliano Pullaro, Alfredo Cornejo… ¿Son despreciables malandras? Milei se mete con los botines de punta contra los gobernadores de las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Mendoza, entre otras. Juan Manuel de Rosas no se hubiera animado a tanto.
III
¿Qué pretenden los gobernadores más allá de sus diferencias que las tienen y en algunos casos no son menores? Defender los recursos de sus provincias. Como alguna vez me dijera un gobernador amigo: "Hay compromisos que cumplir diariamente y, además, pagar los sueldos todos los meses". ¿Esos reclamos están en conflicto con el gobierno nacional? Suelen estarlo. Hay intereses diferentes que se resuelven como prescriben los hábitos democráticos: negociando, a veces con buenos modales, a veces "a cara de perro", pero negociando, no insultando. Convengamos que las diferencias siempre estuvieron planteadas. Los gobernadores reclamaban los recursos coparticipables, no les caía bien el temita de las delegaciones al presidente, y en todo momento manifestaron su disidencia en temas como las jubilaciones, las retenciones y las privatizaciones. También en este caso el principio de que quien avisa no es traidor, vale. Digamos a modo de síntesis que el problema a debatir es la relación entre el poder nacional y las provincias. Por ese pequeño motivo en el siglo XIX los argentinos nos empantanamos en guerras civiles durante casi cincuenta años. No digo que ahora vamos por el mismo camino, pero sí afirmo que no se está discutiendo si los jueces deben ir vestidos de toga o en bermudas, o si el canario es más afinado que la calandria. Milei tiene votos, pero los gobernadores también tienen votos, además de legisladores, intendencias y comunas. El presidente es el presidente de una república, no el capanga de una republiqueta. Y la diferencia no reside en la cantidad de votos, sino en los límites al poder.
IV
La película no terminó y esperemos que el guion mejore y los actores se esmeren un poquito más. El juego dispone de su escenario, de su cancho o de su puesta en escena. Los jugadores deben saber que además de su destreza no pueden desatender las expectativas del coro en la tragedia griega, la hinchada en el partido de fútbol, el público en el teatro o en el cine y el pueblo en la democracia. Lo que el oficialismo debe tener en claro es que estos juegos tienen reglas que pueden ser más o menos flexibles, pero no está permitido romperlas, salvo que se decida dejar de jugar a la democracia y empezar a jugar a otra cosa, a la dictadura por ejemplo. Dije que el juego dispone de sus reglas, pero no necesariamente es limpio. Como todo juego hay habilidades, triquiñuelas, simulaciones y mañas. Como en el póker, el bridge o el mus, hay que conocer las reglas, pero además hay que saber jugar. Otra advertencia importa: hay que aprender a perder y disponer de la paciencia necesaria para esperar la revancha, si es posible en la próxima mano. El que ignora estas prevenciones, mejor que no se dedique a la política y pruebe suerte al tatetí, la oca o la casita robada. No conozco en detalle los entresijos de esta jugada política que hoy nos ocupa en el Congreso, pero en lo que pareciera haber un pleno acuerdo por parte de los observadores es que los legisladores oficialistas en estos entremeses recién están aprendiendo a hacer los palotes porque con todas las cartas a favor perdieron como unos principiantes. Veremos cómo sigue la película. A Milei le recordaría esa escena de "La rosa púrpura del Cairo", en el momento exacto en que el actor sale de la pantalla y se escapa con Mia Farrow, sube a un auto y espera que, como en el cine, el auto arranque a toda velocidad. Pobre. El gran Tony Baxter no sabía que en la vida real al auto hay que darle arranque, después apretar el embrague, poner primera, encender las luces, maniobrar con el volante, volver a apretar el embrague y poner segunda, atender lo que sucede en el camino y de paso darle un beso a la dama de compañía. Todas esas minucias a Baxter no se las enseñaron en los estudios de cine y me temo que en los libros de Murray Rothbard tampoco están detalladas.