Por Felipe Ojalvo
La universidad pública y la desafiliación de sus graduados
Análisis especializado
En el marco del debate sobre el veto al financiamiento universitario firmado por el presidente Javier Milei, surgen algunas preguntas inquietantes: ¿Cómo es posible que un número significativo de graduados de universidades públicas se oponga al financiamiento de las mismas instituciones que los formaron? ¿Cuánto puede resquebrajarse su identidad universitaria? La respuesta rápida y poco reflexiva podría ser que apoyan el programa de gobierno y ya. Posiblemente algunas de estas personas sí, otras no, el resto realmente no lo sabemos. Lo que sí es que esa respuesta no llena el vacío de análisis en torno a una observable desafiliación universitaria.
Primero, no lo llena porque es una paradoja: existen personas recibidas en universidades públicas, con el atributo diferencial de un título de grado, sumado al orgullo que eso le significó a su familia, y que aun así no encuentran en la universidad pública un emblema que los interpele. Segundo, porque no podemos reducir la lectura a una cuestión de actitudes, que puede llegar a existir en alguna medida, pero que solo subsume las presunciones ideológicas: la realidad material, tarde o temprano, subordina toda presunción ideológica.
Y en tercer lugar, no se trata particularmente de los sectores sociales más vulnerables que padecen algún tipo de exclusión simbólica en el marco de sus interrumpidas trayectorias universitarias. Son las clases medias aspiracionales, que llegan a las universidades con todos los capitales incorporados, lo que les posibilita un recorrido académico relativamente exitoso: obtener el título de grado. ¿Existe realidad más material que esa?
En "La cultura en plural" (1974), el filósofo francés Michel de Certeau estudia la crisis estructural que enfrenta la universidad, como consecuencia no deseada de la masificación de su reclutamiento. El autor describe una tensión entre una cultura elitista heredada y la demanda de una educación accesible a las masas. Ese conflicto de paradigmas fragmenta a la institución en dos posicionamientos. Por un lado, están quienes buscan preservar el carácter prestigioso de la universidad en defensa de un proceso de selección con mayor exigencia académica. Por otro lado, están aquellos que defienden la masificación universitaria, como alegato por una cultura pluralista que resulta de la mezcla y la apertura al diálogo.
En los dos casos arquetípicos, la consecuencia es una posible desconexión entre los objetivos de la enseñanza universitaria y la realidad material de la sociedad. Ahora bien, Certeau se posiciona desde el segundo modelo, ya que critica que la universidad -como sistema y tejido institucional- no reconfigure sus políticas educativas hacia la masificación. En su lugar, dice este autor, "se termina pareciendo más a un filtro selectivo que un dispositivo de producción cultural inclusiva".
No obstante lo anterior, el propio Certeau alerta que "la masificación universitaria trae aparejado el debilitamiento de sus mecanismos de identificación académica y universitaria". Es decir, se agrandan las puertas de ingreso, proliferan políticas educativas de inclusión social, se diversifican los programas y estipendios de estudio superior, pero no se fortalece el arraigo institucional, la interpelación subjetiva e identitaria con la universidad.
Cabe mencionar el trabajo de Tabaré Fernández y Virginia Trevignani, junto a otros autores de Uruguay, Argentina y Brasil, titulado "Perfil de ingreso, puntos de bifurcación en la trayectoria y desafiliación en el ingreso a la universidad" (2022), en el que estudian el impacto de la masificación y democratización de la educación superior en universidades de los tres países mencionados. Resultado de un enfoque comparativo, el trabajo da cuenta de las viejas desigualdades asociadas al capital cultural y social de los estudiantes -como lo son la clase social o el género- al lado de un conjunto de nuevas desigualdades relacionadas con factores como la edad, la localización geográfica y la condición laboral.
La tesis central es que la masificación del acceso no ha sido suficiente para garantizar la permanencia de los estudiantes en el sistema, lo que implica que persisten profundas desigualdades en cuanto a la continuidad y éxito académico. En contra de toda idea de ajuste en las políticas educativas, esto plantea la necesidad de una segunda generación de políticas de democratización que aborden no solo el acceso, sino también las condiciones de permanencia, enfocándose especialmente en los estudiantes no tradicionales, aquellos que enfrentan más obstáculos para completar sus estudios.
Ahora bien, el vínculo de este trabajo con la mencionada desafiliación de los graduados de la universidad pública es claro: la masificación corrió en paralelo a un debilitamiento de la relación institucional entre el estudiante y la universidad. Lo que no solo dejó como resultado la multiplicidad de fracasos universitarios sino también un debilitamiento de la identificación de aquellos que salen con un título bajo el brazo. De manera tal que se ven obstaculizados los mecanismos que tenderían a fomentar el sentido de pertenencia y compromiso -cultural y político- con la universidad pública.
Si pensamos por agregación y no por recorte, deberíamos tener en cuenta también la evidente individualización de la experiencia educativa reflejada en esas trayectorias discontinuas y fragmentadas. De un tiempo a esta parte, las trayectorias académicas respondieron más a exigencias personales y laborales que a un sentido de responsabilidad social o de pertenencia institucional. En este sentido, las universidades públicas no quedaron ajenas a las lógicas liberales que tienden a secularizar la experiencia del individuo y sus instituciones reguladoras.
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Se ha individualizado la perspectiva formativa a un punto tal que los individuos no se sienten completamente parte de sus instituciones educativas. Es común escuchar "Yo me recibí", "Yo gané la beca doctoral", "Mi director de tesis" y un montón de otras formas de circunscribir narrativamente la acción individual ocultando la correlación de fuerzas, así como los capitales sociales y culturales que encauzan una trayectoria académica. En este punto, se invisibiliza la perspectiva de sistema, solo hay logros individuales conducidos por el afán racional de mérito y éxito.
Esta perspectiva basada en la competencia individual y el mérito personal genera una estructura que otorga distinción solo a unos pocos y excluye a quienes no se ajustan a los parámetros de éxito definidos. En algún punto de bifurcación de su trayectoria educativa, muchos graduados se perciben fuera de la comunidad académica en términos de pertenencia y reconocimiento. Esto puede conducir a una visión de la educación como una mercancía y no como un derecho adquirido, lo que ayuda a entender por qué algunos defienden la arancelización de la educación superior.
El desafío consiste en replantear la forma en que se concibe la experiencia universitaria, en la abierta promoción de valores colectivos y un sentido de comunidad universitaria. No basta con señalar contradicciones o incongruencias. Es necesario exponer cómo el propio sistema universitario, bajo el paradigma de la masificación, ha construido los cimientos de su propia crisis al no arraigar, con éxito, valores colectivos. La postura de rechazo al financiamiento público podría ser un síntoma de este fenómeno: una generación que ve en la universidad pública un instrumento de formación al servicio de su individualidad y no como una conquista social.
(*) Sociólogo, docente universitario, investigador y ensayista.