Infancia y salud
La viruela, la vacuna y el Conicet
La historia de cómo Argentina venció a la viruela, y la hizo desaparecer de todo su extenso territorio años antes de que lo hicieran los países de su entorno, es una demostración más de que las cosas se pueden hacer bien. Demuestra que hubo un alto grado de responsabilidad, en los diversos niveles, que se supo mantener durante décadas.
La primera vacuna que recibieron los escolares de Santa Fe fue la anti-variólica, contra la viruela, pero en mucho era diferente de lo que hoy llamamos una vacuna. Era efectiva, sin duda, y de uso masivo en el país, pero no estaba libre ni de complicaciones ni de rechazo.
Para asegurarse de que todos los alumnos estaban vacunados, en 1884 se creó el Cuerpo Médico Escolar, que dependía de Educación. Esta vacuna era obligatoria para comenzar la escuela. Hay que observar que la escuela primaria se hizo obligatoria en el mismo año de 1884. Por lo tanto, se puede afirmar que ya en sus orígenes formales la escuela argentina contaba con profesionales sanitarios que velaban por la salud de los alumnos.
La vacunación anti-variólica era obligada para todos los escolares desde hacía unos pocos años. En efecto, una ley de 1880 así lo establecía. Desde cuatro años antes (1876), esta vacuna era obligatoria para todos los inmigrantes. En 1886 sería obligada para todos los habitantes de Buenos Aires, y entre 1902 y 1903 se extendió la obligatoriedad a todo el territorio nacional.
Hacía tiempo que Argentina vacunaba a gran escala contra la viruela, que era un verdadero flagelo. Tanto era así que una de las pocas decisiones sanitarias que tomó el nuevo gobierno salido de la Revolución de Mayo de 1810 fue precisamente promover esta vacunación. Y recomendaban que los hombres recibieran la vacuna en el brazo pero que las mujeres lo hicieran en el muslo, a fin de evitar la posibilidad de que a ellas les quedaran desagradables marcas visibles en el brazo.
La vacuna, en efecto, solía producir una forma mínima de viruela, que podía dejar marcas para toda la vida. También existía la posibilidad de contagiarse, durante el procedimiento de recibir la vacuna, de tuberculosis o de sífilis, al parecer procedentes de las vacas de las cuales se extraía el material para la inoculación vacunal. Eran más bien terneros, Hereford o Durband.
La vacunación anti-variólica era obligada para todos los escolares desde hacía unos pocos años. En efecto, una ley de 1880 así lo establecía. Desde cuatro años antes (1876), esta vacuna era obligatoria para todos los inmigrantes. En 1886 sería obligada para todos los habitantes de Buenos Aires, y entre 1902 y 1903 se extendió la obligatoriedad a todo el territorio nacional.
Hacía tiempo que Argentina vacunaba a gran escala contra la viruela, que era un verdadero flagelo. Tanto era así que una de las pocas decisiones sanitarias que tomó el nuevo gobierno salido de la Revolución de Mayo de 1810 fue precisamente promover esta vacunación. Y recomendaban que los hombres recibieran la vacuna en el brazo pero que las mujeres lo hicieran en el muslo, a fin de evitar la posibilidad de que a ellas les quedaran desagradables marcas visibles en el brazo.
La vacuna, en efecto, solía producir una forma mínima de viruela, que podía dejar marcas para toda la vida. También existía la posibilidad de contagiarse, durante el procedimiento de recibir la vacuna, de tuberculosis o de sífilis, al parecer procedentes de las vacas de las cuales se extraía el material para la inoculación vacunal. Eran más bien terneros, Hereford o Durband.
Una década después nacería en Francia la Liga Internacional contra la Vacuna, aunque ya existía una organización similar en Gran Bretaña desde 1853. La prensa santafesina, en cambio, permanecía atenta a la evolución general de la viruela en el país y en el extranjero, y contribuyó en gran medida a promover la vacunación anti-variólica.
Las vacunas eran argentinas, elaboradas aquí. En 1921, por ejemplo, Argentina produjo casi dos millones de dosis de vacuna anti-variólica, para un país que entonces tenía unos ocho millones de habitantes. Y en 1936 la producción fue de dos millones y medio de dosis, para lo cual hicieron falta 222 terneros. La mayor parte de esta gran cantidad de vacunas procedía de lo que hoy conocemos como Instituto Malbrán, que debe su nombre a Carlos G. Malbrán, catamarqueño, eminente médico y político, figura relevante en la salud pública argentina.
Nada de esto es de mi propia cosecha, sino que son extractos resumidos de una excelente monografía (*), publicada el año pasado por la Universidad de Cambridge, que es una de las mejores del mundo. Y lo que aún es más motivo de orgullo: la autora es argentina, profesora de la Universidad de La Pampa. Es decir, un estudio histórico del nivel más alto publicado al nivel más alto. Y financiado por el Conicet.
(*) María Silvia Di Liscia, "Smallpox and immunisation policies in Argentina from the nineteenth to the twentieth century", Cambridge University Press. Medical History (2022), 66: 323-338.
Lo único que perdura
En este contexto de una monografía argentina sobre historia argentina publicada por una de las universidades más prestigiosas del mundo, y financiada por el Conicet, lo que se dijo sobre el Conicet, y sobre las escuelas y el Ministerio de Educación, retratan a quien lo dijo como quien no vale la pena. No estamos jugando, ni hacemos teatro. No se puede jugar con la infancia, ni con la salud, ni con la educación, ni con la ciencia. El espíritu, las palabras, los gestos, todo debe ser constructivo puesto que la situación no está para bromas.
Y es gracias a la financiación del Conicet que ahora nosotros, y el mundo, sabemos qué pasó, qué fuimos capaces de hacer. Ahora, acá, por suerte, aquello que se dijo el viento se lo llevó. Y perdura aquello que se hizo bien hecho.
El proceso por el cual Argentina erradicó la viruela de su territorio fue largo y tortuoso. La ciencia debió sortear muchos obstáculos, logísticos y políticos, y el desprecio de algunos con mando. Pero había la voluntad de hacer las cosas, y de hacerlas bien, y hubo que vacunar y revacunar en numerosas ocasiones, y las vacunas eran cada vez mejores. Y en 1971, especialistas de la Organización Panamericana de la Salud llevaron a cabo una inspección de la provincia de Santa Fe, y certificaron que ya no había casos de viruela. No obstante, la vacunas continuaron unos pocos años más.
Cabe remarcar que tanto la producción de vacunas como todo el resto de la compleja logística que llevó a controlar por completo esta enfermedad en todo el país se hizo con esfuerzos y dineros públicos, sin contar con lo privado ni menos con estructuras privatizadas. Y que la educación sanitaria de la población fue una constante, tanto desde la prensa como desde Educación.
En 1979, la Sociedad Argentina de Pediatría recomendó dejar de vacunar contra la viruela porque entendían que el riesgo que tenía un niño argentino de infectarse de viruela era ya remoto. Y así fue: nunca más vacuna anti-variólica, nunca más viruela.
*Por Jorge Bello