La realidad en la que vivimos
Las pobrezas de un país rico
Por Melisa Duarte
La pobreza no es joda, por más que ciertas religiones la hayan ensalzado como sinónimo de desprendimiento, sencillez y camino para alcanzar una vida espiritual lozana. No es joda, aunque periodistas militantes como Eduardo Serenellini (de La Nación+), quieran convencernos de que comer una vez al día es parte del esfuerzo que hay que hacer -sin avergonzarse- para sostener las medidas de ajuste de Javier Melei, cuyos éxitos veremos -si sobrevivimos- aproximadamente dentro de quince años.
La pobreza ya no sólo se refugia en el ranchito de la villa miseria. La pobreza duerme en las calles céntricas de las ciudades. Mendiga 24/7. Suplica migajas en todos los rincones. Hace poco tiempo, la pobreza parecía la lejana y exclusiva propiedad del ciruja que juntaba cartones en la calle, del pibe que limpiaba vidrios en los semáforos o de la tipa que se prostituía en una esquina. Con una propina, se exorcizaba la incómoda presencia del mocoso que mendigaba en los bares. Sin embargo, hoy, ahora: la pobreza es la visita indiscreta que nos sopla la nuca.
La pobreza se expande más rápido que el Covid-19. Golpea la puerta de la mayoría de los argentinos. No importa que tengan trabajo: pronto serán docentes, obreros o empleados de comercio en situación de pobreza. Trabajarán mucho (a veces en doble o triple turno) pero no llegarán a fin de mes, no cubrirán la canasta básica.
Como en el conventillo de la pobreza hay demasiada gente hacinada, muchos deben mudarse al barrio de la indigencia que no tiene ni para comer. A nadie le agrada ni le conviene vivir en esta situación aunque se difundan comentarios tales como: "Les gusta y conviene ser pobres"; "Son parásitos que viven del Estado porque no les gusta laburar"; "Tienen muchos hijos para vivir de subsidios"; etc.
¿Qué hacemos con nuestros pobres? ¿Cómo hacemos para mejorar su calidad de vida y la de sus futuras generaciones para que eso redunde en beneficios para todos? ¿Cómo "gambeteamos" esta pobreza que se sabe de memoria nuestro nombre y apellido?
La pobreza es mucho más que no tener guita. Eduardo Galeano describe así el mundo de estos miserables desamparados: "Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres. Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada. Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos. Que no son aunque sean. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata".
"En el cerebro argentino", Facundo Manes dice lo siguiente: "Una Nación es la metáfora de una gran familia, y hoy la Argentina tiene la capacidad de producir alimentos para 400 millones de personas. Es una inmoralidad y un fracaso como comunidad que exista en nuestro país un solo chico que no tenga garantizada su buena alimentación y protección. No existe algo más prioritario que remediar. Un niño desnutrido, mal nutrido o poco estimulado tiene el cerebro en peligro. Las investigaciones han demostrado que la vulnerabilidad social afecta y disminuye el tamaño del cerebro de los chicos y adolescentes así como su desempeño cognitivo. La falta de una buena alimentación impacta negativamente en el cerebro de manera temprana y genera, también, un nivel más profundo de nocividad en cuanto a angustia, depresión y estrés, si se lo compara con cerebros bien nutridos".
Tal vez esta última cita permita echar algo de luz sobre la muerte -por dar un ejemplo reciente- de Ezequiel Francisco Curaba, el joven rosarino que recibió una descarga eléctrica que le calcinó el 90% del cuerpo cuando intentaba robar cables de alta tensión. Más específicamente: ¿Por qué el cerebro de un pibe de 21 años llega a tomar esta desesperada, peligrosa y estúpida decisión? "Más que las materias primas, la materia gris define las posibilidades del desarrollo humano" sostiene Cecilia Veleda en "La cocina de la política educativa".
Según una de sus docentes, Ezequiel fue un muchacho que enfrentaba tiempos difíciles, que "tiraba de su carro" y "andaba cirujeando". La mala alimentación, las adicciones, la delincuencia, la falta de techo digno, el desempleo, los hogares desmembrados y el desamparo (entre otros factores) estropean la salud física, emocional y social. Llenan de angustia, tristeza y resentimiento.
¿Cómo sobrevivir en la marginalidad? Las salidas de emergencia toman forma de changas, mendicidad o -en el peor de los casos- robos. Los atajos toman forma de evasión por consumo de drogas y alcoholismo. La pobreza es una serpiente que se muerde la cola. Con cada Ezequiel Curaba que se hunde en la miseria hipotecamos el mañana de nuestra Nación. La pobreza es asunto de todos: no reconocerlo es una miopía de futuro.
¿Éramos tan pobres?
La pobreza y su hermana mayor, la indigencia, son una muestra contundente de que los cuarenta años de democracia nos sepultaron en el infierno más atroz del Tercer Mundo. Y pese a esto, la respuesta está en la política.
Hace poco escuché decir a una funcionaria singapurense que trabajar en política implica mejorar la vida de las personas. Como Singapur no tiene recursos naturales, la gente constituye su "recurso natural". Por eso, cuidan a su población como oro. En cincuenta años, Singapur pasó de estar en la miseria a convertirse en uno de los lugares más caros y más ricos de todo el planeta. Tiene el segundo pasaporte más poderoso del mundo, la segunda renta per cápita más alta del mundo y es calificado como el país con mayor libertad económica del mundo pero a la vez el Estado tiene mucho poder y controla férreamente algunos sectores claves de la economía del país. ¡A tener en cuenta!
La política no es una "mierda". Los modos de ejercerla en Argentina han sido malos. Ejemplos sobran. La política no es un asunto exclusivo de presidentes, gobernadores, legisladores o gremialistas. Es un asunto de todos. No se trata exclusivamente de participar de manifestaciones o de asumir una banca en el Congreso. Cada decisión que tomamos como ciudadanos es política. Por ejemplo: sacar la basura en el horario correcto, realizar bien nuestro trabajo, respetar los semáforos, hacer valer nuestros derechos, defender un salario digno, reclamar mejoras para nuestro barrio o saludar y ayudar a nuestros vecinos son acciones políticas.
Esas decisiones, quizás no tengan la magnitud de las que toma el presidente, pero aportan un granito de arena para mejorar el país desde el metro cuadrado donde tenemos injerencia. Decir que la política es una "mierda" nos deposita en una confortable situación de resignación y queja porque la responsabilidad siempre es de los otros.
En "Psicología de la opresión", Philip Lichtenberg señala que existen dos tendencias predominantes en la población. Una de ellas, es retirarse de la vida política y de su complejidad; la otra, cifrar todas las esperanzas en una figura mesiánica (Dios, humano divinizado, dictador, autoridad religiosa o figura autoritaria llena de carisma) que pregona que hará por nosotros todo el trabajo que él crea necesario.
Para Lichtenberg: "El gran desafío de la vida moderna es poder relacionarnos con el otro desde nuestra vulnerabilidad como seres humanos, pero que esto no signifique ceder nuestra responsabilidad como agentes, o nuestra capacidad como seres influyentes". Para este autor, se trata de ser sujetos de derecho pleno. Esto equivale a ser: "Un agente alerta, un arquitecto constructor de su propia vida y un hacedor consciente de su vida social. Equivale a ser un ciudadano, alguien que de manera admirable viva los tiempos que le toca vivir. En un sentido más evolucionado, equivale a ser partícipe en el proceso de construcción de prácticas democráticas sólidas en todas las instancias de interacción posible, ya sean estas de grupos o sistemas sociales".
¡Vamos a combatir la pobreza antes de que se generalice como el coronavirus! No sólo la pobreza material. También, la pobreza de liderazgo empático, de gestión de gobierno, de creatividad, de educación de calidad, de periodistas críticos e independientes, de trabajo en equipo, de planes a largo plazo, de honestidad y de compromiso ciudadano. Entre otras pobrezas que nos aquejan -irónicamente- en este país tan rico que muchos quieren rapiñar.
Cierro con un cartel que leí por estos días:
"¡Te convencieron de que este es un país inviable para que no lo defiendas!"