El libertario, en sus propias palabras
Milei se propone como jefe de la organización criminal violenta
La cruel definición del diputado nacional por La Libertad Avanza reedita una pregunta indispensable: ¿por qué buena parte de la argentina vota a quien se postula en términos semejantes?
"Como libertario que soy, desde mi punto de vista, el Estado es una organización criminal violenta, que vive de una fuente coactiva de ingresos, llamada impuestos. Y por lo tanto los impuestos son un robo". La transcripción es literal de la exposición del diputado nacional Javier Milei, en el recinto de la Cámara baja del Congreso durante el debate del proyecto de ley de Ganancias. En sus propias palabras, queda expuesto que el libertario no concibe el Estado legal y no violento, que es lo mismo que decir que no cree en la Constitución, que por definición es un dispositivo liberal.
Con su postulación a presidente, el aspirante a Jefe de ese Estado tiene -en sus propios términos- dos opciones: una ética pero imposible, que es eliminar la organización estatal para impedir el crimen; otra inmoral y curiosamente factible: encabezar la organización criminal para cuya presidencia se postula.
Si los impuestos "son una rémora de la esclavitud" y bajarlos "es devolverle libertad a los ciudadanos", está claro que -en su literalidad- el postulante que más votos argentinos ha reunido en las primarias es aquél que, en el mejor de los casos, llega para destruir toda la organización institucional y no sólo al Banco Central y la moneda. Sin impuestos no sólo no puede financiar salud, educación y seguridad -por solo mencionar lo básico- sino que tampoco tendría cómo pagar los "vouchers" con los cuales un ciudadano podría elegir entre educación o salud pública o privada. El populismo escala al nivel del delirio.
El periodismo y los sectores críticos de la sociedad se han concentrado en los últimos días a debatir si los salarios son Ganancias, si el impuesto a los altos ingresos que existe en todo el mundo deberían aplicarse en la Argentina, o si es oportunista (vaya manera de relativizar evidencias) el proyecto de Sergio Massa, como lo fue la chicana de Patricia Bullrich. Pero frente al ataque abierto del libertario a las instituciones, nada se dijo. ¿Por qué?
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Hay una primera explicación verificable en esa ominosa distracción al debate público: las instituciones del Estado y muchas de las organizaciones sociales que en él orbitan, están colonizadas por embozados delincuentes o en su defecto por oportunistas codiciosos -en el mejor de los casos- que privilegian el interés sectorial o incluso el personal, a costa del bien común que deberían administrar. ¿Es por culpa o vergüenza que omiten confrontar a Milei? Habría que interpelar a la avara especulación.
En "las audiencias" del país cohabitan los electores que, en muchos casos, ya definieron sus inclinaciones a favor de quien expresa delirios. Y es políticamente inconveniente contradecir a esas audiencias si la pretensión de un postulante -o de un medio- es congraciarse con las audiencias.
Pero hay más en el Estado enquistado por conductas criminales. El hambre -jinete del apocalipsis- se campea sobre el 60% de chicos bajo la línea de pobreza en un país en el que muchos políticos, gremialistas, empresarios, magistrados, intermediarios y burócratas se enriquecen en privilegio legal (el privilegio es ley privada, valga el oxímoron que construyó la historia) o en abierta impunidad. Incluso en eficacias estancas (sectoriales) que no se hacen cargo del bien común o del bienestar social.
La Argentina fascistoide de las corporaciones ha malversado el horizonte de la justicia social; el país de la Constitución liberal -incluso con derechos sociales- no logra administradores que demuestren que en democracia se come, se educa, se cura. Hasta aquí, esta democracia llegó menos gestionada por partidos con técnicos honestos y capaces, que cabalgada por caudillos autócratas con tendencias a malversar el bien común que alegan encarnar. La inflación es brutal expresión de ese proceso en el que unos pocos victimarios meten la mano en el bolsillo de todos, sin dar cuenta de sus abusos. Los administradores del gobierno central están en génesis y cúspide de esa arquitectura, que se vuelve criminal precisamente por omitir lo que constituye al Estado: la ley, la conducta respetuosa de ella, en el poder o en el llano.
¿Por qué buena parte de los argentinos vota a alguien como Milei? Cada decisión es libre, como lo es la opinión y el derecho de expresarla. Pero incluso el cansancio moral o la náusea no justifican la decisión de buscar soluciones por fuera de la política. Por el contrario, deben fortalecer la República.
Desde las villas de emergencia (el término barrios populares romantiza el horror) hasta las casas de clase media, la angustia, el sufrimiento, la frustración o la humillación van superando las resistencias de los méritos y la compasión; aquéllos son sentimientos que han ido golpeando puertas y entrando en las vidas de quienes se sentían fuera del proceso de empobrecimiento, de la degradación. Hasta que fueron -son- alcanzados.
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Perplejos sociólogos (reducidos a sociómetras que facturan), periodistas o politólogos, intentan explicar lo que nadie vio venir. Se expande en la sociedad un fenómeno que en otros tiempos o latitudes, ha derivado en la siempre fallida búsqueda de redentores, de líderes carismáticos que en falsa fe, en malas artes, se proponen a la sociedad desde el enunciado de utopías confeccionadas con cartón pintado.
Milei no plantea una utopía liberal sino que propone destrucción -de la moneda, de la obra pública, del Estado de bienestar- sin ofrecer una arquitectura nueva en el horizonte. Su símbolo es la motosierra. En tiempos de reivindicaciones ambientalistas que intentan preservar el planeta como casa común, el libertario blandea -en flagrante inestabilidad emocional- una herramienta que corta árboles, que poda la vida.
El intolerante -incapaz de diálogo- se apropia del enojo de quienes no tienen para comer, pero también de los que aún pueden alimentarse y reflexionar pero se atrincheran en el egoísmo frustrado.
Como Tu-Sam, con ojos delineados y pelo prolijamente revuelto, Milei mira fijo desde la pantalla de cada celular a unos y otros, secuestrando sus sentimientos diversos, apropiándose de amígdalas -de emociones- y convocando a la reacción, que es muy distinta a la respuesta.
Aquél artista del ilusionismo hacía del supuesto desafío a la muerte un entretenimiento; éste candidato sicopatea desde Tik Tok las voluntades incautas o cómplices de quienes podrían ungirlo en jefe de Estado, lo que en sus palabras es ponerse al frente de una organización criminal violenta.
Milei puede cortarse las patillas si es elegido presidente; no será el primero en travestirse apenas consagrado en el poder. Y no será sin costo para la querida Argentina.
¿Por qué buena parte de los argentinos vota a alguien como Milei? Cada decisión es libre, como lo es la opinión y el derecho de expresarla. Pero incluso el cansancio moral o la náusea no justifican la decisión de buscar soluciones por fuera de la política. Por el contrario, deben fortalecer la República.
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