Crónica política
¿Por qué Milei?
I
Somos muchos los que nos preguntamos, a veces con admiración, a veces con desconsuelo, a veces con angustia, por qué Javier Milei -un hombre de una personalidad que algunos calificaron de extravagante, exótica, iracunda o con evidentes signos de desequilibrio emocional- fue elegido presidente de la nación, con el voto de más de catorce millones de ciudadanos. A los argentinos discurrir acerca de estas galimatías existenciales suele agradarnos, y en mesas de café, sobremesa de almuerzo dominguero o conversaciones ocasionales, se practica el juego de postular las hipótesis más audaces para explicar algo que resultó tan sorpresivo que hasta se asegura que el propio Milei admitió en sus círculos íntimos su asombro. También en el abigarrado mundo académico el resultado de los comicios dio lugar a las más diversas interpretaciones, no muy diferentes a las de las mesas de café, pero con categorías teóricas más elaboradas, aunque en un caso y en otro las explicaciones quedan en puntos suspensivos.
II
De todos modos, y sin ánimo de incurrir en simplificaciones groseras, me animaría a postular que algunas explicaciones podemos animarnos a elaborar respecto de por qué fue elegido Javier Milei, sin trayectoria política, sin partido, sin otra presencia que en paneles de televisión y sin otro marco teórico que libros publicados hace más de sesenta años acerca de las virtudes ortodoxas del liberalismo, condimentado en este caso con un toque libertario o anarquista. Pues bien, siempre la vida nos brinda la oportunidad de aprender, en este caso descubrir la presencia de un anarquismo de derecha, denominación que en otros tiempos me hubiera parecido disparatada, pero en la actualidad esta categoría ha adquirido la respetabilidad de los hechos consumados. El presidente de la nación, el candidato electo por el voto mayoritario, declara con entusiasmo frenético que por primera vez en la historia un libertario ha llegado a la presidencia de la nación. ¿Qué pensarían Mijaíl Bakunin, Pierre-Joseph Proudhon, Buenaventura Durruti o Diego Abad de Santillán al respecto?
III
Creo que a los efectos contemporáneos de la política importa poco calificar a este gobierno de derecha o ultraderecha, o asimilar a Javier Milei con Jair Bolsonaro, Donald Trump, Santiago Abascal o Marine Le Pen. La única seguridad que nos asiste es que el hombre de izquierda o progresista no es. Es más, si le vamos a tomar en serio sus declaraciones, él llega a la política para derrotar a este pensamiento al que no vacila en calificar de socialista, comunista o colectivista, ideología política que, según su singular perspectiva histórica, gobierna en Argentina desde hace por lo menos cien años, afirmación que, dicho sea de paso, nos permitiría admitir que desde Yrigoyen a Justo, desde Perón a Aramburu, desde Frondizi a Illia, desde Onganía a Cámpora, desde Videla a Alfonsín, o desde De la Rúa a Kirchner, el colectivismo ha dirigido nuestros destinos. Que en este singular ciclo histórico los ministros de Economía de algunos de esos gobiernos hayan sido personalidades como Pinedo, Alsogaray, Krieger Vasena, Martínez de Hoz, Alemann o su amigo Cavallo, parecen ser detalles que no afectan las hipótesis centrales del ex funcionario de Eurnekián, ex arquero de Chacarita Juniors y padre de cuatro voraces mastines, más una hermana calificada por él mismo con el título de "El Jefe"; título que cualquier feminista atenta se animaría a calificar de misógino.
IV
En la ocasión me voy a permitir no insistir en los rasgos que constituyen la personalidad de Javier Milei, para intentar explicar su sorprendente actualidad a partir del contexto social que hizo posible que llegara a la Casa Rosada en brazos del pueblo que, al decir de la machacona letanía populista, "nunca se equivoca". Mi hipótesis es que Milei es una genuina creación del populismo criollo, advirtiendo al respecto que la imputación no alude a las maniobras fuleras de Sergio Massa para financiarle la campaña o garantizar fiscales que cuiden sus votos en las mesas electorales, sino a todos y cada uno de los actos públicos y privados de lo que él calificaría como "casta" y que generaron en la sociedad el hastío, cuando no el hartazgo y la ira necesarios para que un personaje que se presentaba rompiendo con los códigos de la corrección política, despierte la simpatía popular cuyas preferencias, como bien lo sabemos, no suelen guiarse por disposiciones eruditas o especulaciones académicas. "No la vimos venir", me confesó algo asombrado un dirigente sindical peronista al otro día de los comicios. Raro. Quienes históricamente se han presentado como los confidentes del alma popular, los sabedores de su sentido común y de sus preferencias y prejuicios, los demiurgos del sedicente ser nacional, no vieron venir aquello que se tomó la licencia de ganar votos en todas las clases sociales, empezando por las de menos recursos. La confidencia de mi amigo gremialista me habilitó a postular que los tiempos que corren son tan singulares que un populista es la persona menos indicada para saber lo que pasa efectivamente con ese pueblo que supone representar.
VI
Se habla del hastío de la democracia, del hartazgo de la democracia o de la crisis misma del paradigma democrático. No sé si será para tanto, pero no resulta arbitrario sospechar que la gente más que oponerse a la democracia a lo que se opone fue a sus abusos, a sus privilegios, a la corrupción propiciada desde el poder por parte de quienes se han dedicado a "hacernos promesas que nunca han cumplido y a elogiar divisas ya desmerecidas". Un escenario de pobreza, indigencia e impotencia creó el clima necesario para que una amplia mayoría popular crea que de estos pantanos y fandangos "solo un loco puede sacarnos". Trataré de explicarlo mejor. La mayoría de los argentinos suelen ser solidarios y suelen identificarse con los trabajadores y sus derechos, pero lo que indigna no son esos derechos sino que ellos hayan sido confiscados por una burocracia sindical corrupta, farsante y en más de un caso mafiosa. No hay una imputación a fondo contra el voto, pero molesta votar cinco veces en un año a candidatos que en más de un caso conciben el poder no como un servicio público sino como un beneficio privado. Supongo que todo argentino de bien comparte la justicia de los derechos humanos e incluso las sanciones propinadas a los jefes militares que practicaron el terrorismo de Estado, pero una cosa es una causa justa y otra muy diferente valerse de esa causa para degradarla en ideología facciosa y montar en nombre de esos valores una burocracia cuya expresión más genuina fue esa asociación ilícita llamada "Sueños compartidos". La Constitución Nacional garantiza el derecho a expresarse públicamente, pero los constituyentes de 1853 ni en sus pesadillas más escabrosas imaginaron que en nombre de esa garantía se organizaría un siglo y medio después otra burocracia rentada dedicada a lucrar con las necesidades de la gente pobre y en particular a competir entre ellos para decidir quién cierra más calles. Fue la reforma constituyente de 1957 la que garantizó el derecho de huelga que la Constitución peronista de 1949 había negado, pero el derecho de huelga, votado incluso por conservadores, no se reconoció para que los Baradel, los Yasky o los Moyano de turno jueguen a la huelga general todos los días, sobre todo cuando el poder político no pertenece a su signo. Cualquier vecino con un mínimo de sensibilidad entiende que a los más postergados es necesario ayudarlos, pero ese gesto humanista no habilita para que los Navarro, los Grabois, los Pérsico, los Belliboni extorsionen a los pobres para enriquecerse en algunos casos, acumular poder en otros, cuando no, a jugar a la revolución. Todos y cada uno de estos abusos, de este ejercicio inescrupuloso de privilegios, de este hábito a corromperse y corromper todo lo que los rodea, fueron creando las condiciones emocionales y políticas para que Javier Milei sea elegido presidente de la nación. No fue la democracia la que fracasó, lo que fracasó fueron las inconsecuencias, las capitulaciones, la desvergüenza y la rapacidad de quienes en nombre de la democracia y la justicia social se enriquecieron como jeques árabes y dejaron al país en ruinas.