Adiós, "Flaco"
Solo sé que se murió
"Solo sé que se murió y es demasiado para un amigo porque, es cierto, algo de nosotros desaparece", dice "Bigote" Acosta sobre su querido Cesar Luis Menotti.
No miré mas nada. Un título en el zócalo cuando al volver de comer prendí la tele. Detrás de esa noticia seguro estaría la hora y la forma, pero lo cierto es el zócalo. A veces los zócalos son complejos o intencionados, bien o mal intencionados. En otras ocasiones tienen defectos. Los pibes que escriben los zócalos suelen ser semi distraídos con el idioma o las palabras simples y en muchas ocasiones sospecho que no conocen cómo se escribe zanahoria. Tantas veces tuve ganas de insultarlos por ser brutos o desatentos y sin embargo deseaba que se equivocasen, pero cuando tienen que hacer daños los zócalos de televisión son balas perforantes que ninguna coraza detiene.
Se murió “sito”, César Luis Menotti. El “sito”. El Flaco. Estoy lleno de historias jamás publicadas, también mínimas sospechas de su índole diferente. Desde amores antes de los amores y pueblos que en la cercanía lo tienen como aquel que una vez estuvo en una cama donde no se podía. El Partido Comunista debería buscar testimonios de su comparecencia como fiscal. En mi caso debería devolver el paquete con dos conejitos muertos y eviscerados para un guiso de conejo que haría Graciela en Buenos Aires y que la madre enviaba con mi bolso de viajero de Rosario a Buenos Aires cuando ambos ya estábamos en el mismo vuelo de su vida. El como lo que fue, avión y motor. Muchos, me incluyo, como pasajeros.
Deberían confesar que se salvaron todos los que, a uno por mes, tanto él como el “Tordo” Oliva, lograban que se fuesen del país en años terribles. El obispo Zazpe hacía lo mismo. Reutemann también. Todos los sobrevivientes deberían contarlo. En el caso del Lole lo sé porque familiares directos, con mi sangre, sobrevivieron con ese sistema de indulgencia de los asesinos para con gente que no podían matar ni silenciar.
El Flaco era un silencio imposible, siempre hablaría. La tremenda duda es si, de tratarse de otro tipo más zafio, burdo, sin estructuras complejas de pensamiento y poco propenso a conjugar los verbos en su tiempo, le hubiesen perdonado su capacidad en el fútbol como su desenfado en la vida. El problema con él no era el deporte, era la sociedad y el deporte y eso no gustaba a la derecha, porque los que piensan molestan y a la izquierda, porque los que no piensan como uno también molestan. Puesto cuando la UOM tenía poder y Perón era gobierno, los milicos no lo sacaron porque… la UOM tenía poder. El Flaco era una esponja que absorbía conocimiento y lo más tremendo: sabía de la diferencia entre el bien y el mal. Mejor dicho: entre el Bien y el Mal.
La vida armó tantas cosas locas (en nuestras vidas) que una me basta para sostener eso, la locura de una vida que nunca se detiene, hasta que un zócalo destruye esa certeza. El “Tordo” Oliva, terminado el Mundial ’78 hizo radiografía y esa cuestión de soplar y analizar esputos y la mar en coche sobre pulmones. Eran dos paquetes de cigarrillos negros por día. Tal vez más. Los pulmones parecían los de un pibe que recién empezase con los vicios de hombrecito. Eso me trajo una seguridad: era inmortal.
Cuando firmamos el primer contrato con Puma, “el negro” Pelé quedó enojado. Y al Flaco le fastidiaba que viniesen a firmar, al poquísimo tiempo, algo similar con Maradona. Che, el Flaco vio nacer a Maradona y sostuvo a Kempes en el equipo. Alcanzó a decirle a Messi aquello que Messi no sé si cuenta bien, pero que se reduce a felicitarlo porque entendía el juego.
La vida del Flaco se reduce -como fórmula inapelable- a los que entienden y no entienden el juego. Mucho tiempo me esforcé por eso, hasta que entendí que yo era hábil para identificar a los que son como yo, los que no entienden el juego. Solo sé que se murió y es demasiado para un amigo porque es cierto, algo de nosotros desaparece.