Análisis Internacional
Venezuela sin destino
Iván Ambroggio
La democracia venezolana es un barco bombardeado al que le entra agua por todos los costados. El olor a muerte se arrastra por las calles de Caracas. Los brotes de violencia urbana dejan atónito al mundo. Los padres no pueden explicarles a sus hijos qué pasó con la revolución.
Casi 8 millones de venezolanos emigraron de su patria. En este contexto, este sábado multitudes de venezolanos salieron a las calles de más de 350 ciudades del mundo para defender la victoria de la coalición opositora en las elecciones presidenciales disputadas en julio y para hacer visible lo que consideran el resultado real de las urnas. No obstante, la alternancia, medicina vital para la salud de la democracia, parece que no tendrá una pista apta para hacer escala en el país caribeño.
La líder opositora María Corina Machado se abrió paso por las calles caraqueñas a bordo de un camión gritando "valiente" y "libertad" y exclamando "¡Que el mundo y todos en Venezuela reconozcan que el presidente electo es Edmundo González!".
El Consejo Nacional Electoral de Venezuela (CNE), organismo cuyos miembros son leales al partido gobernante, declaró a Maduro como ganador de las elecciones del 28 de julio pasado, horas después del cierre de las urnas. Pero, a diferencia de anteriores elecciones presidenciales, y pese al pedido de organizaciones internacionales y referentes como Luiz Lula da Silva y Cristina Fernández de Kirchner, el CNE no publicó los datos detallados de las actas de votación para respaldar su afirmación de que Maduro fue el ganador de la contienda electoral.
Ante esta dual y estancada situación, gobiernos como los de Brasil y Colombia empezaron a sugerir que se repitieran las elecciones, pero tanto Machado como Maduro rechazaron la propuesta.
La Venezuela de Hugo Chávez inició siendo una "democradura" -por el elevado grado de legitimidad logrado en las urnas-, luego mutó a una "dictablanda" y Maduro la convirtió en una dictadura en 2017, al suprimir el poder legislativo, rompiendo la institucionalidad y el respeto por la división de poderes.
En 2019, la expresidenta chilena Michelle Bachelet, en su carácter de Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, le presentó a la comunidad internacional un lapidario informe sobre las violaciones a los derechos humanos en Venezuela. El documento denuncia que especialmente desde 2016 el régimen de Maduro y sus instituciones han puesto en marcha una estrategia "orientada a neutralizar, reprimir y criminalizar a la oposición política y a quienes critican al gobierno".
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Nadie sensato se animaría a acusar a Bachelet de responder a intereses neoliberales pero los defensores del régimen de Maduro atribuyen el caos reinante a una operación Soft Power de Estados Unidos para eliminar uno de los bastiones más hostiles a su liderazgo en el continente.
En esta línea, la intromisión en los asuntos internos de Venezuela con el pretexto de garantizar la democracia sería una excusa para enmascarar los intereses geopolíticos de la superpotencia liderada por Joe Biden. Vale destacar que Venezuela es el único país latinoamericano miembro de la OPEP y que su importancia geoestratégica radica en que es el quinto exportador de crudo del mundo y es el país con mayores reservas de "oro negro" del planeta.
Existe otra perspectiva que atribuye la crisis de Venezuela a la dependencia exclusiva de los precios del petróleo, a la falta de diversificación de actividades productivas y a la incapacidad de quienes tuvieron la tarea de dirigir las empresas estatizadas. Pero lo triste es que en el medio de los argumentos está el pueblo.
Y hoy las nubes de violencia que sobrevuelan Venezuela dificultan vislumbrar una pronta salida pacífica. Las fuerzas de seguridad han detenido a más de 2.000 personas por manifestarse contra Maduro o por poner en duda su triunfo electoral. Al menos dos docenas de personas fueron asesinadas, según el grupo de derechos humanos Provea, con sede en Venezuela.
La película de terror se completa con pedidos desesperados de asilo territorial y diplomático, y personal del servicio exterior de diversos países expulsado de Caracas por Maduro. Es cierto que las disputas geopolíticas por el control de recursos estratégicos generan probabilidades de fricciones internacionales, pero esto no habilita a pisotear la democracia y la voluntad popular.
Resulta interesante reflexionar sobre Venezuela a la luz de conceptos de Nicolás Maquiavelo, quien en su obra "El Príncipe" exhibe una sociedad sin caretas y expone al poder político. Aferrado al pesimismo antropológico como variable clave para entender el comportamiento humano, el padre de la Ciencia Política moderna expresa que "los hombres obran el mal a menos que la necesidad los obligue a obrar el bien".
La conducta de Maduro y de los diversos actores de la vida política venezolana parecen no escapar a la lógica de Maquiavelo. Y Venezuela, lejos de encaminarse hacia una coexistencia pacífica pareciera deambular hacia un destino en llamas donde abundan diversos intereses políticos y económicos que masacraron a la democracia.
También existen dudas sobre las verdaderas intenciones de la oposición de apagar este incendio social que amenaza a toda la región. Mientras tanto, en las fronteras se ven multitudes yendo de la nada a lo incierto.
(*) Docente universitario y consultor político, es analista internacional especializado en la Universidad Nacional de Defensa de Washington. Autor del libro "Grietas y pandemia".